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Reinvención permanente

Arcelia Ayup Silveti            

Me despierta la mañana del viernes 29 de diciembre de 2023. Tomo agua, hago un poco de ejercicio y de limpieza en mi casa y tiendo mi cama. Preparo mi desayuno con música, igual que ayer. Almuerzo con calma, cobijada por el cielo lagunero, con sonidos de aves entre palmas y bugambilias.

Este año como los anteriores, cierro ciclos y empiezo nuevos, en un ejercicio de reinvención permanente. Pienso cómo escribir esta última columna De raíces y horizontes. Semana a semana busqué temas de interés para mis amables lectores. Invertí tiempo para documentarme, hacer pequeños sondeos, entrevistar a sabios de los pueblos; leer; recorrer lugares del estado; asistir a exposiciones, conferencias, presentaciones de libros, foros, conciertos; caminar en museos, mercados, plazas.  

Compartí mis pasiones en este espacio sobre mi cosmovisión sobre perros, libros, el ser, gastronomía, artistas, viajes, personajes laguneros, desarrollo sustentable, Coahuila con su historia y lugares; arte y cultura, así como usos y costumbres.

Con esto previo, me sentaba frente a la computadora por lo menos una hora a desarrollar la columna. Si el tema me resultaba ajeno, acudía a amigos expertos en la materia, quienes de manera generosa me han asesorado. He tenido también apoyo de varios amigos que me han apoyado como editores quienes detectaban dedazos y otros errores de mis textos. En conversaciones con amigos me surgían ideas de algunos temas.

A veces, ya con el artículo listo no me termina de gustar, lo borraba y empezaba otro. Debía quedar complacida al cien por ciento, porque pensaba en mis lectores, muchos me han confesado que disfrutan leer mis textos a solas, que buscan un momento sin distracciones para sus lecturas, así que sentía responsable de ofrecer textos con los que me sintiera satisfecha.

Nunca dejé de escribir una sola colaboración, sin importar decesos, empleos, si estaba de viaje, si cruzaba por dificultades de diversa índole, mi salud o la de mi familia, o mis proyectos personales, literarios o políticos.

En este espacio agradezco a Nuestra Revista, y a Pepe Vega, de quien recibí invitación a formar parte de las plumas de este medio. Estoy agradecida también con cada uno de los lectores con quienes recorrí esta década por estos recovecos de palabras y de ideas propias y ajenas. Gracias. Gracias. Gracias. Excelso 2024.

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El refrigerador, la alarma y los perros

Arcelia Ayup Silveti

Estoy en vísperas de Navidad en la cocina de mi casa. El refrigerador y la alarma se niegan a respetar el silencio. Escribo acompañada por mi perrita Camila. El refrigerador resta protagonismo y la alarma sigue constante, con un sonido doble después de varios segundos. El ladrido de un perro invade mi cuadra sin alterar a Camila.

En días recientes en algunas partes me comentaron que les sorprende lo veloz que ha sido 2023: en la fila del súper, en la oficina, con familiares, con amigos y hasta en la veterinaria. Ha sido vertiginoso para todos, incluso para niños y jóvenes.

Disfruto mucho pasar tiempo con personas queridas, en especial en esta temporada. Sus mensajes me alegran y me hacen sentir su cercanía, sin importar si no lo están de manera física. Valoro los pequeños grandes placeres que la vida nos ofrece a borbotones, esos de lo que nadie habla en las redes sociales.

Me gusta que la vida me sorprenda, estar en ella con salud y tener la satisfacción de disponer de un techo donde poner los sueños. El dolor, la penumbra y el llanto son pasajeros y cuando se van, las nubes se acercan a tu oído para descubrir que todo es posible. Sé que no hay culpables de lo que nos pase, todo es aprendizaje, estímulo para seguir de pie y con la frente erguida. Que no todo tiene respuesta o explicación, que los hechos son como son, y que lo importante es lo que interpretemos y aprendamos de ellos.

Aprendí a rodearme sólo de lo que me hace bien: personas, oficios, prácticas, animales, pasatiempos, objetos, lecturas, energías. A mi edad no es importante quedar bien con alguien, acudir a citas en las que no deseo estar, ni complacer a nadie con quien no comulgo. Elijo mis amigos porque me siento bien con ellos, porque me regalan su tiempo y acuden cuando hay adversidades, puedo confiarles mis pensamientos y proyectos sin que me sienta mal.

Estoy en paz con lo que cuento y con lo que no. Algunas caídas me han acercado a la paciencia y tolerancia; a soltar el mando, a aprender a fluir y alejarme del perfeccionismo. Supe que es muy sano no tener expectativas de los demás sino mantenerte expectante.

Ya no se escuchan ladridos en mi barrio. El refrigerador alejó su sonido. La alarma sigue a su ritmo. Yo también, en el mío, con la firme convicción de que puedo generar equilibrio cuantas veces sea necesario, sin importar qué fecha dicte el calendario: Feliz Navidad.

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Mascogos

Arcelia Ayup Silveti

Como coahuilenses es un gran orgullo contar con un par de etnias: los mascogos y los kikapús. Por motivos de espacio, me referiré sólo a los primeros y compartiré un poco de contexto sobre los kikapús para la siguiente entrega. En Estados Unidos se conoce a los mascogos como negros seminoles, cuyo origen surge de la mezcla de negros e indígenas fugitivos en la península de Florida en la época colonial.

Después de vivir guerras y deportaciones, los mascogos llegaron a nuestro país a mediados del siglo XIX. Eran cerca de 700 mascogos. Se ubican en El Nacimiento, Coahuila, así como en diversos puntos de Texas. Llegaron a México en 1850 junto con los kikapús para solicitar permiso a nuestro gobierno para establecerse. Les prometieron a cambio defender la frontera de los indígenas lipanes y comanches. Se asentaron en el verano de ese año con la protección oficial del gobierno mexicano, quien además les otorgó terrenos para residir, así como herramientas, arados y bueyes. Ofrecieron también respeto absoluto a sus hábitos y costumbres, a cambio de cumplir su promesa y asumir nuestras leyes.

En la actualidad se conforman por unas sesenta familias que mantienen sus rasgos distintivos: su dialecto, vestimenta, gastronomía, vivienda y cantos. Aunque hablan en español, su lengua es combinación de sus orígenes. La vestimenta tradicional de los mascogos para las mujeres consiste en vestidos largos de colores vivos como rojo o azul con bolitas blancas, pañoleta del mismo color y delantal blanco.

En esta etnia cocinan hombres y mujeres. Se distinguen por elaborar ricos platillos como soske (atole de maíz), tetapún (pan de camote), empanadas de calabaza, asado de puerco con chile colorado, pan de mortero, frijoles rancheros, ensalada de papa con huevo, arroz, ensalada de pollo, panecitos y carne con papas. Hay un bello libro de este tema: Recetario Mascogo de Coahuila. Cocina indígena y popular, de Paulina del Moral y Alicia Siller, editado por Conaculta.

Los integrantes de esta etnia habitan casas de adobe con techo de dos aguas o modernas casas de bloque y algunas tienen huertos familiares o bien crían gallinas o puercos. Sus cantos a capela son de estilo spiritual o gospel y los acompañan por un coro de palmeadoras, que por lo general interpretan en  funerales y en Año Nuevo. Sin duda los mascogos abonan con su riqueza cultural y gastronómica a nuestra entidad, a México y a Estados Unidos.

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Riqueza cultural

Arcelia Ayup Silveti

En el artículo anterior me referí a las etnias mascogo y kikapú. Hice una rápida reseña sobre la primera y ahora comentaré sobre los kikapús. Son un pueblo indígena binacional, que vive tanto en México como en Estados Unidos. Residen en el ejido de El Nacimiento, de Múzquiz, Coahuila y en Estados Unidos habitan en Oklahoma, Kansas y Texas.

Al igual que los mascogos, llegaron a Coahuila en 1850 y el presidente Benito Juárez les otorgó una posesión en el municipio de Múzquiz. Los kikapús cazan para consumo y han sacado provecho de la árida tierra donde trabajan calabaza, chile piquín, frijol, nueces y maíz.

Poseen su propio sistema de leyes, aunque los delitos mayores los transfieren a instancias del Gobierno del Estado de Coahuila. “El capitán” es su gobernador y es elegido entre ellos mismos por su ecuanimidad, sabiduría y respetabilidad.

Se envían señales comunes y de cortejo a través de silbidos que hacen al juntar las manos sobre la boca. Su atuendo es muy bonito. Ellas usan vestidos o faldas amplias de colores. Ellos, pantalones, chaleco largo con barbas y chaparreras de gamuza bordadas por ellos mismos en chaquira. Estos vestuarios los portan en ocasiones especiales, y el gobernador usa además un hermoso y colorido penacho.

Algunos poseen negocios en el país vecino. Tienen costumbres muy peculiares, realizan ritos de purificación individuales o colectivos con ayunos, y meditan para sanarse. Todos deben cepillarse el cabello, cortarse las uñas y rasurarse afuera de la casa. Piensan que, si una mujer brinca sobre el fuego durante su menstruación, puede sangrar hasta morir. Nadie puede comer en el lado oeste de la casa, ya que está asignado para los espíritus.

No tienen apellidos, sólo nombres asociados a su clan y a su tótem. Los cerca de 400 kikapús creen que cuando alguien muere, su cuerpo vive otra etapa, se integra en la tierra y renace. Lo entierran atrás de su casa, y siembran encima un árbol, que se trasforma en un ser con espíritu y con nueva vida con sus seres queridos. Es una manera de asegurar que un kikapú nunca muere, pervive en la naturaleza. (Curiosamente, el artista plástico austriaco Friedensreich Hundertwasser fue enterrado de esta manera a solicitud de él, en Nueva Zelanda; se convirtió en árbol de tulipán desde el 2000.) A pesar de su prosperidad económica, los kikapús conservan su idiosincrasia, creencias y tradiciones. Es un halago que sean parte de nuestra riqueza cultural.

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Estimulador de la mente

Arcelia Ayup Silveti

Hace días leí sobre el poder que tenemos de auto curarnos sin medicina, entre otras prácticas se refería a la musicoterapia y le dediqué algunas lecturas al asunto. Me sorprendió saber que hay especialidad en el tema y maestrías en algunos países europeos. Se trata de una terapia que utiliza la música como estimulador de la mente para generar un estado anímico positivo y de bienestar en el ser humano. Es decir, que la música genera condiciones biomentales y favorece el desarrollo de habilidades socioemocionales y cogitivas.

Los terapeutas utilizan varias técnicas con sus pacientes, ya sea que compongan, canten, bailen o escuchen música. Esta práctica se puede transformar en una experiencia sensorial que activa áreas cerebrales de manera simultánea. Existen investigaciones recientes que demuestran su éxito en rehabilitación, educación y en programas para la mejora del bienestar. Muchos de nosotros lo hacemos de manera intuitiva, pero esta especialización ha alcanzado niveles profundos de investigación.

Los especialistas realizan tratamientos personalizados, ajustándolos a sus necesidades y objetivos, aplicando determinados tiempos de exposición, lenguajes musicales y recursos sonoros. Ellos buscan que sus pacientes logren un beneficio concreto, medible y razonable tanto en la introversión como la extroversión. Esto significa que se puede aplicar esta terapia para que cualquier persona conecte consigo mismo y con los demás. Quienes reciban esta terapia obtendrán mejores resultados en el plano cognitivo, comunicativo, psicológico, sensitivo, trascendental y actitudinal.

Entre algunos beneficios que ofrece la musicoterapia está que se potencializa la motricidad, la memoria, la atención, la creatividad, la verbalización, se agudizan los sentidos y la propiocepción. Además estimula el sistema inmune y los ritmos biológicos y contribuye a reducir el estrés y la ansiedad.

Los musicoterapeutas han obtenido sorprendentes resultados con pacientes que presentan rasgos de autismo, déficit de atención, trastornos alimentarios, demencias y disfuncionalidades del habla o de la movilidad. Sin embargo, se recomienda para cualquier persona que quiera lograr mejoría en lo señalado en los párrafos anteriores.

Los profesionales de esta área son músicos que buscan dar sentido musical y estético a cualquier expresión sonora, brindando experiencias de éxito y autorrealización en los pacientes. He aquí la maravilla de esta experiencia sensorial.

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