Arcelia Ayup Silveti

En el artículo anterior me referí a las etnias mascogo y kikapú. Hice una rápida reseña sobre la primera y ahora comentaré sobre los kikapús. Son un pueblo indígena binacional, que vive tanto en México como en Estados Unidos. Residen en el ejido de El Nacimiento, de Múzquiz, Coahuila y en Estados Unidos habitan en Oklahoma, Kansas y Texas.

Al igual que los mascogos, llegaron a Coahuila en 1850 y el presidente Benito Juárez les otorgó una posesión en el municipio de Múzquiz. Los kikapús cazan para consumo y han sacado provecho de la árida tierra donde trabajan calabaza, chile piquín, frijol, nueces y maíz.

Poseen su propio sistema de leyes, aunque los delitos mayores los transfieren a instancias del Gobierno del Estado de Coahuila. “El capitán” es su gobernador y es elegido entre ellos mismos por su ecuanimidad, sabiduría y respetabilidad.

Se envían señales comunes y de cortejo a través de silbidos que hacen al juntar las manos sobre la boca. Su atuendo es muy bonito. Ellas usan vestidos o faldas amplias de colores. Ellos, pantalones, chaleco largo con barbas y chaparreras de gamuza bordadas por ellos mismos en chaquira. Estos vestuarios los portan en ocasiones especiales, y el gobernador usa además un hermoso y colorido penacho.

Algunos poseen negocios en el país vecino. Tienen costumbres muy peculiares, realizan ritos de purificación individuales o colectivos con ayunos, y meditan para sanarse. Todos deben cepillarse el cabello, cortarse las uñas y rasurarse afuera de la casa. Piensan que, si una mujer brinca sobre el fuego durante su menstruación, puede sangrar hasta morir. Nadie puede comer en el lado oeste de la casa, ya que está asignado para los espíritus.

No tienen apellidos, sólo nombres asociados a su clan y a su tótem. Los cerca de 400 kikapús creen que cuando alguien muere, su cuerpo vive otra etapa, se integra en la tierra y renace. Lo entierran atrás de su casa, y siembran encima un árbol, que se trasforma en un ser con espíritu y con nueva vida con sus seres queridos. Es una manera de asegurar que un kikapú nunca muere, pervive en la naturaleza. (Curiosamente, el artista plástico austriaco Friedensreich Hundertwasser fue enterrado de esta manera a solicitud de él, en Nueva Zelanda; se convirtió en árbol de tulipán desde el 2000.) A pesar de su prosperidad económica, los kikapús conservan su idiosincrasia, creencias y tradiciones. Es un halago que sean parte de nuestra riqueza cultural.

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