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Rosario Ibarra de Piedra

Al iniciar su administración, el Presidente Miguel de la Madrid designó a Horacio García Aguilera, Secretario de Agricultura y Recursos Hidráulicos. Con una vida trabajando en el FIRA, la oficina burocrática en materia agrícola del Banco de México, el Secretario no tenía experiencia en esta área de la política agrícola mexicana, que implicaba mucho trabajo político y por ende conocimiento de cada uno de los elementos que participaban en esta empresa tan delicada del país.

Los esquemas tecnocráticos de García Aguilera y su equipo de FIRA chocaron de frente contra la realidad del campo. Sus propuestas carecían de sensibilidad social y por tanto no incluían mecanismos políticos que facilitaran su aplicación. De igual forma, al interior del aparato administrativo, los recién llegados se enfrentaban a la burocracia en todos sus niveles. En pocas palabras, no nos entendíamos.

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Los Verdaderos Anarquistas

Ahora que, usada sin ningún rigor, se escucha y se lee entre noticias, noticieros y tertulianos la palabra anarquista, les comparto un pasaje escrito por el Maestro e historiador Fernando Benítez de la vida política de los hermanos Flores Magón, cuyo pensamiento libertario, se ha dicho, es el resultado de una amalgama entre la concepción comunitaria de la vida en los pueblos indígenas, la tradición decimonónica liberal mexicana y el pensamiento de filósofos anarquistas europeos.

Los estudiantes, en la atmósfera de cobardía y fatalismo imperante desde la época de Manuel González, habían sido el alma de los movimientos populares, situación que los hermanos Flores Magón lograron aprovechar al máximo. Para asistir a la escuela de jurisprudencia y a los bufetes de abogados en que se sostenían muy precariamente trabajando de pasantes, les era necesario vestirse como la “gente decente”, y traicionar a su clase en alguna medida, lo cual después de todo no era un obstáculo, ya que “la plebe” reconocía a los estudiantes por sus libros, los consideraba sus líderes naturales y lo seguía hasta el sacrificio.  “Es decir, resume Enrique Flores Magón, que en aquella época   (1892) los estudiantes fuimos el cerebro del pueblo, como el pueblo habría de constituirse en los brazos de los estudiantes”.

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José José: mi nana y mi compañía. 

A unos meses de haber culminado mis estudios en la Universidad Agraria, en una visita a Saltillo, Carlos Ayala Espinosa, padrino de la generación de recién egresados de la carrera de Economía Agrícola, de la cual yo formaba parte, en tono cordial, me preguntó qué tal me iba. Aproveché y al vuelo le contesté que mal, porque no encontraba chamba. Se mostró preocupado y, solidario, me dijo, casi me ordenó, búscame en la ciudad de México a la brevedad; se van abrir expectativas que en mi oficina te platicaré.

Carlos Ayala, Tesorero del Gobierno de Coahuila en 1975, el más joven de esa época, fue también Coordinador de la Comisión Permanente de Tesoreros. Lo que le permitió relacionarse con el entonces Secretario de Hacienda y Crédito Público, Mario Ramón Beteta, quien, al término de su encargo en Coahuila, lo invitó a colaborar con él. En esta ocasión lo acompañaba como Coordinador de Programas Especiales del Banco Mexicano SOMEX, una institución de crédito estatal encomendada a Beteta por el Presidente de la República. 

Después de convencer a mi papá de que no iba a la ciudad de México a echar desmadre y de prometerle que no iba a buscar a ningún familiar ni conocido que me distrajera de mi afán, viajé toda una noche en “Autobuses Anáhuac”, para amanecer en la ciudad que tantas ilusiones sigue generando. 

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