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Cápsulas Saraperas: El robo de la doncella

Francisco Tobías

En esta ocasión te comento que el 9 de septiembre de 1699 Saltillo se conmocionó: algo inusitado ocurrió en esta hermosa ciudad que la preocupó. Los hechos fueron narrados por doña Beatriz Flores, esposa de don Lorenzo Alonzo de los Ynojos.

Dicen que Beatriz se encontraba nerviosa, presa de la desesperación, pero aun así contó cómo su hija, Juana Flores, fue raptada.

Juanita tenía apenas 14 años de edad. Su madre expresó textualmente: “Con poco temor de Dios y de la Real Justicia entró a mi casa José Padilla, serían más o menos las 3 de la mañana cuando José escaló por un extremo de la casa y sustrajo de mis brazos a mi hija”.

Beatriz dijo que no le fue posible impedirlo ya que el marido no estaba y se encontraban solas. Con miedo y con el terror a flor de piel esperó la llegada de Lorenzo.

El esposo, seguramente preocupado, y lleno de coraje, calmó y consoló a su amada esposa. Después la exhortó a declarar ante la autoridad lo sucedido. Sabía que las cosas no podían quedar así.

El capitán José de Treviño atendió la denuncia y ordenó la búsqueda inmediata de la doncella, así como formal prisión al raptor.

Seguimos buscando en qué terminó esta historia. No sabemos aún si la pequeña Juana volvió con sus padres, ni el motivo del rapto. Hay sospechas que fue por amor, mas ahora no podemos afirmarlo.

Aquí, en esta hermosa ciudad, una doncella fue raptada. Esperemos que Juanita haya sido devuelta al seno materno y esperemos que José haya sido castigado.

Cápsulas Saraperas: “La Taconera”

http://1.bp.blogspot.com/-3Vxe6BC9MhE/TrLdEkJejtI/AAAAAAAABvM/g9_rag31exk/s1600/ALLENDE%2BY%2BJUAREZ_ET.jpgFrancisco Tobías

En esta ocasión te platico que tengas cuidado, que no te asustes cuando camines por la noche sobre la calle del Camposanto, la hoy calle de Juárez casi llegando a la del Reloj, hoy calle de Bravo, porque al escuchar los tacones de una mujer, vas a voltear pero no la verás pasar, aunque sí escucharás su andar.

Cuentan que por ahí vivía una señorita, una señorita de las de antes, que se quedó soltera por cuidar a su madre enferma, quien ya era grande de edad, dicen que de más de 90 años.

La joven no salía de su casa por el día para estar siempre al pendiente de su madre. Tenía hermanos, pero como estaban casados y ella era la única hija soltera, debía cuidar a la señora, quien necesitaba de ayuda para realizar cualquier actividad.

Lo que nadie sabía era que por las noches la joven salía a ver a su amado y al hacerse muy tarde caminaba sola por la calle del Camposanto. Únicamente se oía el sonido de sus tacones, tanto así que los vecinos la llamaron “La Taconera”. Ese sonido era referencia del horario. Los vecinos decían: “Ya es tarde, está pasando La Taconera”. O las vecinas: “Viejito, escucha a La Taconera. Ya es tarde, vámonos a dormir, que estoy cansada”.

Todas las noches la joven se dirigía a ver a su amado. No había nocturnal que le fallara. En una de esas noches, de hecho la última en la que salió de su casa, al regresar encontró muerta a su madre. Dicen que jamás volvió a salir, y al poco tiempo murió de tristeza, culpándose por dejarla morir.

Desde ese día, noche tras noche se escucha el andar de La Taconera hasta hoy, hasta hoy en día por la madrugada. Y con seguridad sigue siendo referencia del horario para los vecinos, quienes al escuchar el taconeo se percatan que es tarde.

Así es, amigos y amigas Saltillenses, cuando escuche por la noche los tacones de una mujer ahí por las calles de Juárez y Bravo no te molestes en voltear. No la verás, solo escucharás el andar de sus tacones que uno a uno llevan carga de tristeza y culpa. La Taconera seguirá penando por Saltillo hasta que encuentre la paz.

Cápsulas Saraperas: El mandadero golpeado

Francisco Tobías

En esta ocasión te platico de un hecho que aconteció el 4 de junio de 1732 cuando José de Arratia salió hacer un mandado de su patrón Juan Ligero, aquí en esta hermosa ciudad de Saltillo siendo aún villa.

Cuando don Juan se percató que José, el mandadero, se estaba tardando, decidió ir a buscarlo, pero ya casi al salir de su casa tocaron a la puerta y se sorprendió al ver a José, quien no llegó con sus propios pies sino ayudado de dos jóvenes: uno, hijo de Nicolás Dávila, y otro familiar del capitán Juan Aguirre, a quienes les preguntó lo sucedido. Los jóvenes contestaron que tres personas lo habían golpeado.

Don Juan lo cargó y lo llevó al médico de la villa, quien lo revisó de manera minuciosa y declaró oficialmente que José había sido víctima de una paliza. Literalmente golpeado a palos quedó José, el mandadero.

Después de la revisión médica, fueron ante la autoridad para levantar una denuncia. José declaró que siendo aproximadamente las 8:00 de la noche salió por la cena de su patrón y de repente tres sujetos, sin piedad alguna, lo molieron a golpes. No pudo distinguir quiénes eran debido a la obscuridad y solo se había percatado que uno de ellos tenía un paliacate amarrado en una pierna.

Las averiguaciones arrojaron que José tenía rencillas con un mulato llamado Luis Miguel (sí, así como se llama el cantante), y que en una ocasión lo había amenazado con una navaja. Otro testigo aseguró que había visto a José amenazando al esclavo de Juan Aguirre con un cuchillo. José al parecer era conflictivo y no una perita en dulce.

Después de realizar las diligencias de la investigación las autoridades decidieron dictar su fallo, en el cual de manera enérgica regañaron a los implicados y también a sus patrones, a quienes les impuso una multa por descuidar los deberes en la educación de sus muchachos. Así era la justicia de aquel Saltillo antiguo, que el día de hoy se nos hace hasta extraña.

Así es, amigas y amigos, en aquel viejo Saltillo le dieron una paliza a un joven que iba por un mandado de su patrón. En realidad iba por la cena. Esta, esta es una de esas anécdotas que es bueno recordar y quisiéramos que no volviera a pasar.

El embrujado

Francisco Tobías

En esta ocasión te platico que el 11 de febrero de 1868, en esta bella ciudad de Saltillo, don Jesús Escobedo acudió ante el Juez Tercero de lo Social para quejarse de un embrujo que según esto tenía su hijo, quien estaba completamente perdido y enamorado de una mujer.

El juez, al escuchar dicha querella, se sintió confundido por lo que solicitó al señor Escobedo que fuera más explícito y que declarara con más precisión su demanda. El padre detalló: “Mi hijo tiene una relación ilícita con una mujer de nombre Ysabel Flores”. Don Jesús aseguraba que ella le había dado de tomar una infusión conocida como toloache en alguna bebida, ya que su hijo Marcelino se la pasaba acostado en la cama y solo hablaba de matrimoniarse con Ysabel. Afirmaba que su hijo estaba embrujado por beber de tal brebaje.

Es por ello que decidió ir ante la autoridad para que se hicieran las diligencias necesarias y convenientes, para así castigar a la mujer que mantenía a su hijo en tal estado y se deje en libertad la voluntad de su querido Marcelino, pues había perdido el juicio y la razón.

Al ver la pena que embargaba a don Jesús, el juez no dudó en ir al domicilio de la familia Escobedo, percatándose que el joven Marcelino no encontraba juicio, ni razón, tanto que no podía responder a las preguntas que le hacía la honorable autoridad.

Ante tal situación, el juez giró orden de aprehensión contra Ysabel, ya que era imperante que explicase qué sucedía y si ella era quien efectivamente había embrujado a Marcelino, cosa que fue negada por la dama, quien solo aseveró declararse culpable de amor y que lo único que ella le había dado a Marcelino fue su corazón.

Un caso que estremeció a todo aquel pequeño Saltillo: había voces encontradas, unas pedían castigo por enamoramiento forzado y otras pedían perdón, pues enamorarse no era, y hoy sigue sin ser, delito.

Amigos y amigas, una anécdota más de aquel viejo Saltillo donde para algunos estar enamorado era considerado cosa de embrujos y brebajes. Bueno, dicen, que hoy en día todavía hay quien embruja y quien se deja embrujar por amor. Esta es una anécdota más de esta hermosa ciudad.

Cápsulas Saraperas: El borracho loco

En esta ocasión te platico de lo que sucedió el 12 de diciembre de 1941, cuando el joven Agustín Ortiz Sánchez fue puesto ante la autoridad en calidad de detenido, ya que los policías Julio Rangel y Eustaquio Rocha consideraron que se encontraba en estado inconveniente diciendo de manera literal que andaba “mariguano”. Además, cuando trataron de aprehenderlo en la Zona Roja, se les echó encima y forcejeó con los guardianes del orden.

Ante el delegado en turno, Agustín respondió a las acusaciones que le imputaron los oficiales, negando de manera categórica y contundente lo señalado. Argumentó que él nunca en su vida había fumado la hierba, esa llamada marihuana. Aseguró que jamás la había visto ni en “persona”, aunque lo que sí aceptó fue que había tomado, pero textualmente dijo que “tenía la infeliz suerte de volverse loco” cuando tomaba bebidas espirituosas y peor se ponía cuando la ingesta era en abundancia.

El joven Ortiz narró todos los lugares a los cuales acudió. Dio santo y seña de todo el mezcal y pulque que se había tomado, pero eso sí, nunca aceptó haber fumado mariguana. 

En su declaración señaló que en el forcejeo con los dos policías perdió un reloj marca Elgin, y terminó relatando que no sabe por qué lo habían detenido y llevado tras las rejas, ya que gracias al estado en el que se encontraba no sabía ni se acordaba de todo lo sucedido.

Agustín, muy vivo, no recordaba lo que le convenía, pero sí recordó lo de su reloj.

Fue puesto en libertad, confundido y con resaca, sin su reloj, aunque sí con unos cuantos golpes por rijoso y con la llamada de atención para portarse bien. El joven Ortiz, quien siempre luchó por lavar su nombre, nunca aceptó ser “mariguano”. Parrandero sí, pero nunca “mariguano”. Eso sí, honesto lo fue.

Esta nota periodística fue publicada el 15 de diciembre de 1941 por el periódico El Diarioy es una historia más de nuestra hermosa ciudad de Saltillo, de esas historias que de vez en cuando hay que recordar.

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