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CAPITALES: El Plan Estratégico de PEMEX, entre la soberanía y la deuda eterna.

Francisco Treviño Aguirre

El Plan Estratégico de PEMEX 2025-2035 puede parecer, a primera vista, otro documento técnico: tablas, cifras, proyecciones y un catálogo de líneas de acción. Sin embargo, en su contenido se descubre que lo que está en juego es mucho más que el futuro de una empresa: hablamos de la soberanía energética de México, la estabilidad de las finanzas públicas y la viabilidad de un modelo de desarrollo que, pese a los cambios globales, sigue atado al petróleo como ancla histórica.

Porque PEMEX no es una compañía cualquiera. Es el pilar que durante décadas financió gran parte del gasto público, la empresa que todavía aporta más del 6% de los ingresos presupuestarios del país y que mantiene más de 124 mil trabajadores. Pero también es la petrolera más endeudada del planeta: arrastra pasivos cercanos a los 100 mil millones de dólares y ha sido rescatada una y otra vez con dinero público. En otras palabras, es símbolo de orgullo y de carga al mismo tiempo. El nuevo plan promete un PEMEX más eficiente, sostenible y con finanzas más sanas. Pero la pregunta incómoda persiste: ¿estamos frente a un cambio estratégico de fondo o simplemente ante un remiendo más disfrazado de plan estratégico?

El documento señala, como es una constante en los gobiernos de la 4T, de 36 años de políticas neoliberales que dejaron a la empresa debilitada, con infraestructura obsoleta, reservas insuficientes y cadenas de valor con poca rentabilidad. Durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador llegó la primera fase del “rescate”: mayor inversión pública, rehabilitación de refinerías, la compra de Deer Park en Texas y la construcción de la refinería de Dos Bocas en Tabasco. El objetivo era claro: recuperar la autosuficiencia en combustibles y contener la dependencia de importaciones. Ahora, el plan se vuelve más ambicioso. La propuesta es rediseñar PEMEX como empresa pública del Estado, simplificar su régimen fiscal y reintegrar todas sus subsidiarias en una sola estructura, eliminando la fragmentación de los últimos veinte años. El discurso suena atractivo: menos burocracia, más soberanía. Pero bajo esa narrativa resurge el dilema de que si es posible realmente rescatar una empresa que parece condenada a cargar eternamente con su deuda.

El plan señala lo obvio: los campos petroleros de PEMEX se están agotando y muchos ya se encuentran en declinación. Para sostener la producción es indispensable reponer reservas al mismo ritmo en que se extraen. En los últimos años, la tasa de restitución integral de reservas probadas (1P) se ha mantenido alrededor del 110%, lo que asegura un horizonte de 8.5 años de producción a los niveles actuales. Pero el futuro está en lugares más complejos: yacimientos no convencionales y aguas profundas del Golfo de México. Explorar ahí es costoso, arriesgado y exige tecnología con a que PEMEX no cuenta actualmente. Por ello, el plan contempla recurrir a llevar a cabo asociaciones estratégicas con empresas privadas, un giro pragmático que rompe parcialmente con la narrativa nacionalista. Se reafirma la soberanía, pero al mismo tiempo se reconoce que sin capital externo la exploración y explotación de nuevas fronteras petroleras casi imposible.

El gran dilema es, sin duda, el gas natural. En 2024, México importó el 74% del gas que consume, principalmente de Estados Unidos. Esta dependencia no solo minimiza la seguridad energética, también nos ata a la volatilidad geopolítica de nuestro vecino del norte. El plan busca reforzar la producción en cuencas como Ixachi, Quesqui, Lakach y Burgos, pero la brecha es enorme: producimos menos de 4,000 millones de pies cúbicos diarios, mientras importamos más de 6,600. Pensar en cerrar esa distancia en una década parece más un acto de fe que una meta realista.

En el aspecto financiero, se busca aligerar la carga de pasivos con apoyo del gobierno federal y un régimen fiscal simplificado que libere recursos para la inversión productiva. El mensaje es optimista, PEMEX dejará de ser un barril sin fondo para transformarse en una empresa rentable. Pero detrás del discurso se esconde la realidad de que sin inyecciones continuas de capital público, PEMEX difícilmente podrá cumplir sus compromisos. El rescate seguirá existiendo, aunque disfrazado de reestructuración ordenada.

Hoy por hoy, El Plan Estratégico 2025-2035 es ambicioso, detallado y en varios aspectos realista. Reconoce la necesidad de inversión privada, fortalece la refinación y la petroquímica, e intenta recuperar terreno en el gas natural. Sin embargo, está lleno de contradicciones, habla de transición energética, pero sigue anclado al petróleo; promete soberanía, pero depende del gas importado; defiende la rentabilidad, pero continúa necesitando rescates fiscales. En el fondo, este plan refleja la tensión que atraviesa el País: queremos ser modernos, pero no estamos dispuestos a soltar al viejo recurso que aún sostiene al Estado. La gran incógnita no es cómo rescatar a PEMEX, sino si debemos seguir haciéndolo a cualquier costo. Porque, tal vez, el verdadero dilema no sea energético ni financiero, sino histórico: decidir si el petróleo seguirá marcando nuestro destino o si, de una vez por todas, nos atrevemos a escribir un capítulo nuevo.

CAPITALES: De mi biblioteca: “Escalando, de Verne Harnish”.

Francisco Treviño Aguirre

En los negocios, todos hablan de crecer… pero escalar es otro juego. Crecer puede ser tan simple como inflar un globo: rápido, emocionante, casi sin plan. Escalar, en cambio, es levantar un rascacielos: requiere planos precisos, cimientos firmes, materiales de primera y, sobre todo, la disciplina de seguir un método sin improvisar. Eso es lo que propone Verne Harnish en Escalando: un manual de construcción empresarial diseñado para ejecutarse con la precisión de un cirujano, no con la prisa de un aficionado.

La premisa de Harnish es tan directa como poderosa: un puñado de empresas logra un crecimiento sostenido, explosivo y rentable. La mayoría… se queda en el camino. No es cuestión de azar; es consecuencia de carencias en estructura, liderazgo y disciplina. Para evitar ese destino, plantea cuatro decisiones cruciales que marcan la diferencia entre vivir apagando incendios y levantar un verdadero imperio: personas, estrategia, ejecución y efectivo.

En cuanto a personas, el autor no se anda con rodeos: sin el equipo adecuado, cualquier sueño empresarial se desmorona. El objetivo es rodearse de “jugadores triple A”, profesionales que no solo cumplen, sino que respiran la cultura de la empresa, comprenden el rumbo y tienen autonomía para decidir y actuar. Roles y responsabilidades deben estar definidos con bisturí: quién responde, quién decide y quién rinde cuentas. Y para ello, se proponen herramientas que convierten la gestión del talento en algo medible y tangible. Porque cuando las personas correctas ocupan los lugares correctos, el crecimiento no solo ocurre: se multiplica.

Si las personas son el motor, la estrategia es el GPS. Y no cualquier mapa: debe ser simple, entendible y única. No se trata de un documento que duerme en un cajón, sino de una guía que todos en la empresa puedan recitar sin titubeos. Para ello, Harnish propone destilar valores, propósito, ventajas competitivas, promesa de marca y ese gran objetivo que reta la ambición, el famoso BHAG (Big Hairy Audacious Goal), en una sola hoja. La estrategia, bien planteada, deja de ser un discurso motivacional anual para convertirse en una brújula que orienta cada decisión.

Pero incluso la mejor estrategia se queda en papel si no se ejecuta. Y aquí, Harnish es tajante: la ejecución exige hábitos, ritmo y obsesión por las prioridades. Su fórmula de los Rockefeller Habits, un conjunto de prácticas que logran que la organización funcione como un reloj suizo: pocas prioridades clave por trimestre, métricas claras y reuniones cortas pero frecuentes para mantener la alineación total. Ejecutar es avanzar todos los días en lo que realmente mueve la aguja… y resistir la tentación de perderse en lo urgente pero irrelevante.

El cuarto pilar es el efectivo. “Las empresas no mueren por falta de ganancias, mueren por falta de efectivo”, sentencia Harnish. Crecer consume liquidez, y la capacidad de generarla y administrarla marca la diferencia entre expandirse o ahogarse. Mejorar el ciclo de conversión de efectivo, renegociar con proveedores, optimizar inventarios y afinar cobros son palancas que liberan capital interno para reinvertir y conquistar nuevos mercados. Aquí no hay misterio: el efectivo es el rey. Y si no se le da trato real, ni la mejor estrategia ni el mejor equipo podrán salvar el negocio.

Escalar una empresa no es para cualquiera. Exige líderes dispuestos a tomar decisiones difíciles, humildes para reconocer errores y firmes para mantener el rumbo cuando el mercado, o el ego, invitan a desviarse. Requiere invertir en talento, claridad estratégica, disciplina operativa y una obsesión sana por la caja. Sobre todo, demanda aceptar que no hay atajos: cada trimestre se construye sobre el anterior, como los pisos de ese rascacielos que sigue creciendo hacia el cielo.

Escalando no es un libro para leer y olvidar. Es una guía de trabajo, un plano maestro que, si se sigue con rigor, convierte una empresa prometedora en una máquina imparable. Harnish deja claro que el crecimiento real no depende de la suerte ni de modas pasajeras, sino de decisiones inteligentes, hábitos sólidos y personas excepcionales. Escalar no es solo vender más; es crear una organización capaz de sostener ese avance sin perder agilidad, esencia ni rentabilidad. Es construir un negocio que, como un rascacielos bien diseñado, no solo impresione, sino que resista el paso del tiempo, el peso de sus propios logros y las tormentas inevitables del mercado.

Al final, la pregunta no es si quieres crecer… sino si tienes el valor, la visión y la disciplina para escalar.

X:@pacotrevinoag

CAPITALES. Ciberseguridad: el talón digital de México

Francisco Treviño Aguirre

Mientras los conflictos del siglo XXI se libran cada vez más con líneas de código que con líneas de batalla, México navega entre dos aguas: presume avances técnicos en su infraestructura digital, pero tambalea en lo esencial: una estrategia coherente, liderazgo político y capacidad institucional. El Global Cybersecurity Index 2024 de la Unión Internacional de Telecomunicaciones le otorga a México 85.77 puntos sobre 100. Buen número, mala historia. El país figura en el Tier 2, cercano a Canadá y Uruguay, pero la comparación es más ilusoria que justa.

Los puntajes lucen halagadores en el escaparate internacional: 18.39 de 20 en el rubro legal, 19.6 en el técnico. Avances que no se niegan, leyes de protección de datos, delitos informáticos tipificados y una Guardia Nacional cada vez más equipada, pero que resultan parciales frente al reto real: coordinar, articular, liderar. Las cifras más preocupantes están donde más duele: en cooperación internacional, apenas 13.39 puntos. En un ecosistema donde los ciberdelitos no reconocen fronteras, México se presenta como un actor aislado en un teatro de guerra transnacional.

Por su parte, el mercado local se mueve con otro ritmo. En 2023, el sector de ciberseguridad generó más de 7,251 millones de dólares, creciendo a un ritmo de 15% anual. El auge del comercio digital, la digitalización gubernamental y el fenómeno del nearshoring exigen blindaje digital. Pero ¿de qué sirve una puerta blindada si el resto de la casa está sin cimientos? Más allá de las cifras del GCI, el National Cyber Security Index ofrece un espejo de la realidad: 38.33 puntos sobre 100, lugar 66 global, por detrás de Chile, Colombia y Brasil. El desfase entre capacidades técnicas e integridad estratégica es abismal. México está desarrollando esquemas de ciberseguridad sin política pública, sin legislación obligatoria, sin brújula.

La paradoja es inquietante: una superficie digital cada vez más expuesta, sin una estrategia centralizada ni normativa efectiva. Durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador, el avance en ciberseguridad fue más promesa que programa. La Agencia Nacional de Ciberseguridad quedó varada en el Congreso; los recortes presupuestales minaron la infraestructura digital; y la Guardia Nacional, aunque activa, opera en la oscuridad de lineamientos estratégicos inexistentes.

Pero quizás el problema más profundo sea la falta de talento humano. Según el BID, América Latina necesita 1.3 millones de expertos en ciberseguridad, y México concentra el 40% de esa demanda no cubierta. Aunque instituciones como el IPN, la UNAM o el ITESM intentan llenar el vacío, el sistema educativo no está produciendo el talento que el país necesita. Menos aún en campos como ciberinteligencia estratégica, análisis forense digital o gobernanza en inteligencia artificial. Y el talento que se forma, emigra.

Hoy por hoy, la pregunta no es si México necesita una estrategia nacional de ciberseguridad, sino si sobrevivirá sin ella. Seguir jugando al gato y al ratón con los hackers mientras se improvisa a ciegas no es opción. No hay soberanía posible sin soberanía digital. Y sin ciberseguridad, el futuro de México será hackeado, no conquistado.

X:@pacotrevinoag

CAPITALES: Cuando la máquina aprende a emocionar: marketing e inteligencia artificial

Francisco Treviño Aguirre

Vivimos rodeados de mensajes. Aparecen en nuestras pantallas cada vez que usamos el celular o la computadora, nos llaman la atención con frases hechas a la medida, nos hablan como si nos conocieran. Pero no es magia. Tampoco es adivinación. Es tecnología que aprende de nosotros. La forma en que las marcas se comunican en la actualidad ha cambiado completamente. Ya no se trata de gritar a todo volumen para que alguien escuche. Ahora, lo que hacen es susurrarnos al oído justo en el momento preciso. Pero eso nos lleva a una pregunta inquietante: ¿dejamos de tener el control o finalmente lo estamos tomando?

Hoy, casi todas las empresas usan esta tecnología para promocionar sus productos. Es rápida, precisa y cada vez más necesaria. Ya no basta con tener buenas ideas. Hoy hace falta entender cómo piensan las personas, qué sienten, qué buscan... y para eso están estas herramientas. Cada vez que damos un “me gusta” o compartimos algo, estamos contando una historia sobre nosotros. Y esa historia se usa para crear mensajes hechos casi a la medida, que nos llegan en el momento justo y con las palabras correctas. Incluso hay programas que cambian lo que dicen dependiendo de cómo nos sentimos: si estamos ansiosos, felices o nostálgicos.

Además, como cada vez más personas usan asistentes de voz, como Alexa, Gemini y cualquier otro a los que les hablamos para pedir direcciones o poner música, el contenido ahora se prepara para que ellos lo entiendan bien. No se trata solo de aparecer en internet, sino de ser la primera opción que estos asistentes recomienden. Las campañas de publicidad también se han vuelto más inteligentes. Se adaptan solas mientras están en marcha, cambian sus imágenes y hasta el presupuesto según lo que funciona mejor. Es como si un anuncio pudiera pensar y corregirse solo para tener más éxito.

Por otra parte, aunque la tecnología puede escribir textos, grabar voces y crear imágenes, la gente todavía prefiere ver a otras personas. Por eso, muchas marcas están animando a sus seguidores a compartir sus propias fotos y videos. Eso genera más confianza que cualquier anuncio elegante. Lo interesante es que también hay programas que ayudan a elegir cuáles de esos contenidos son los más útiles y llamativos.

Gracias a todas estas herramientas, los equipos que se encargan de la publicidad pueden atreverse más. Probar ideas locas ya no es tan riesgoso, porque ahora pueden ver antes si algo funcionará o no. Es como tener un mapa antes de lanzarse a lo desconocido. Las empresas grandes están comprando a otras más pequeñas que ya nacieron con esta mentalidad ágil y tecnológica. Quieren aprender de ellas, absorber su forma de trabajar y seguir liderando en este nuevo mundo. La tecnología ya no es solo una ayuda: es como tener un nuevo equipo de trabajo.

Pero no todo es bonito. Hay mucha gente que se ha sentido engañada al descubrir que su influencer favorito no era una persona real, sino una imagen creada con inteligencia artificial. También hay preocupación por el uso que se da a la información personal. ¿Quién se hace responsable si algo sale mal? ¿Cómo saber si lo que vemos es real? Por eso, es urgente que quienes usan esta tecnología lo hagan con responsabilidad. Que se pruebe poco a poco, que los distintos equipos trabajen juntos, que se diga claramente si algo fue creado con ayuda de una máquina, y que no se pierda lo más importante: la creatividad humana.

Hoy por hoy, lo que hace que una persona compre o confíe en una marca no es un número, sino una emoción. La tecnología puede adivinar mucho, pero solo una persona puede realmente conectar con otra. Así llegamos a la pregunta clave: ¿esta tecnología nos va a reemplazar o nos va a ayudar a ser mejores? En lugar de temerle, tal vez deberíamos preguntarnos qué tan humanos queremos ser ahora que ya no tenemos pretextos.

Y ahí está el verdadero reto: mientras más fácil se vuelve llegar a la gente, más evidente se hace lo difícil que es emocionarla de verdad. Tal vez la inteligencia artificial no vino a quitarnos el trabajo... sino a quitarnos las excusas.

X:@pacotrevinoag

CAPITALES:  Parques científicos y tecnológicos en México: motores de innovación y desarrollo regional

Francisco Treviño Aguirre

​​En un país cuya historia económica ha estado anclada a la explotación de recursos naturales y al uso intensivo de mano de obra barata, los parques científicos y tecnológicos (PCT) emergen como una apuesta hacia esquema tecnológicos. No son simples vitrinas con laboratorios de exhibición, sino verdaderas plataformas que apuntalan una transición largamente esperada: el salto hacia una economía basada en el conocimiento, la innovación y la inteligencia colaborativa. Su consolidación no es un lujo futurista, sino una urgencia nacional. Sin embargo, esta misión enfrenta retos estructurales: financiamiento sostenido, articulación interinstitucional eficaz y una aún incipiente vinculación con el aparato productivo, especialmente con las pequeñas y medianas empresas (pymes), que representan más del 99% del tejido empresarial del país.

Los PCT en México son nodos estratégicos que articulan los esfuerzos de la academia, la iniciativa privada y el sector público bajo el paradigma de la “triple hélice”. Funcionan como aceleradores del conocimiento aplicado, al convertir la investigación en soluciones concretas: productos, procesos, servicios y modelos de negocio con alto valor agregado. En la actualidad, existen más de 40 parques distribuidos a lo largo del territorio nacional, ubicados mayoritariamente en zonas metropolitanas de Nuevo León, Jalisco, Yucatán, Ciudad de México, Puebla y Querétaro. Esta red en expansión es uno de los pilares del ecosistema nacional de ciencia, tecnología e innovación (CTI).

Un ejemplo emblemático de este modelo es el Parque de Investigación e Innovación Tecnológica (PIIT), en Apodaca, Nuevo León. Inaugurado en 2009 con una inversión tripartita (federal, estatal y privada), el PIIT representa una de las expresiones más ambiciosas de política tecnológica en México. Para el año 2016, había acumulado más de 600 millones de dólares en inversión, desplegados sobre una superficie de 110 hectáreas, albergando 35 centros de innovación y cerca de mil científicos. Pero más allá de su infraestructura, el PIIT ha cultivado una cultura de colaboración transversal. En mayo de 2025, por ejemplo, Iberdrola celebró ahí su “Día de la Innovación”, firmando convenios para el desarrollo de soluciones en energía limpia, movilidad eléctrica y sostenibilidad. El PIIT se ha transformado en un ecosistema en sí mismo, donde confluyen incubadoras, clústeres de tecnologías de la información, centros de nanotecnología y biotecnología, así como laboratorios internacionales.

La experiencia del PIIT no es aislada. El Parque Científico y Tecnológico de Yucatán (PCTY) es otro caso paradigmático. Desde su inauguración en 2015, tras una inversión pública superior a los 1,000 millones de pesos acumulada desde 2008, este parque se ha consolidado como un polo regional de innovación con visión global. Reúne instituciones como el CINVESTAV, ECOSUR y la UNAM, y concentra su actividad en áreas como biotecnología, tecnologías de la información y ciencias ambientales. La diversidad de su infraestructura, que incluye una biofábrica, una litoteca (def: sistema organizado de muestras de minerales y rocas con fines de documentación, investigación y educación), un banco de germoplasma y múltiples laboratorios especializados, ha permitido generar soluciones aplicadas, desarrollar patentes, y dinamizar proyectos con fuerte anclaje territorial. En 2023, se convirtió en un organismo público estatal, lo que ha ampliado su margen de gestión y su capacidad de vinculación estratégica.

En este marco, el Plan Nacional de Desarrollo y la Estrategia Digital Nacional han propuesto consolidar esta red de parques como instrumentos de equidad territorial, ciencia útil y desarrollo sostenible. La meta no es solamente escalar posiciones en el Índice Mundial de Innovación, donde México ha oscilado entre el lugar 55 y 58 en los últimos años según WIPO, sino generar bienestar tangible a partir de la innovación.

Hoy por hoy, los parques científicos y tecnológicos no son una moda pasajera ni una vitrina cosmética de modernidad. Son la infraestructura crítica para la soberanía tecnológica, la reindustrialización inteligente y el desarrollo territorial equilibrado. En su convergencia se cultivan ideas que se transforman en empresas, conocimiento que se traduce en bienestar, y talento que regresa a sus comunidades con propósito. México tiene el talento, la infraestructura inicial y el empuje empresarial, solo falta tomar la decisión política de convertir a los parques científicos en política de Estado. En el pulso de las innovaciones late la esperanza de un México que no espera, sino que construye; que no reacciona, sino que anticipa; que no subsiste, sino que lidera.

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