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CAPITALES: Los nuevos imperios del poder económico global

Francisco Treviño Aguirre

​​ En el año 2025, el poder económico no reside en los gobiernos ni en los organismos multilaterales, sino en un grupo selecto de corporaciones tecnológicas y energéticas cuya influencia trasciende sectores, geografías y regulaciones. Apple, Microsoft, Nvidia, Amazon, Alphabet, Saudi Aramco y TSMC concentran una porción significativa de la riqueza global, modelan el desarrollo tecnológico y definen, en gran medida, la estructura del mercado y la vida digital de miles de millones de personas.

Apple, con una capitalización de mercado cercana a los 3.4 billones de dólares, ha construido un ecosistema cerrado basado en la integración vertical y una fidelidad de marca casi religiosa. Su enfoque premium y su control sobre hardware, software y servicios le permiten sostener márgenes extraordinarios y dictar tendencias a escala global. Pero este mismo control ha generado críticas sobre sus prácticas de exclusión de terceros y la falta de interoperabilidad.

Microsoft, con un valor bursátil superior a los 3 billones, ha consolidado su liderazgo gracias a su plataforma en la nube Azure, sus herramientas empresariales y su apuesta estratégica por la inteligencia artificial. Su integración de inteligencia artificial en Office, su alianza con OpenAI y su presencia transversal en sectores clave han reforzado su posición dominante. No obstante, enfrenta cuestionamientos por su rol en la concentración del poder digital y la estandarización forzada de sus plataformas.

Nvidia, cuya capitalización ya supera los 3.2 billones, ha dejado de ser una compañía de tarjetas gráficas para convertirse en el pilar de la infraestructura computacional de la inteligencia artificial. Sus chips son esenciales para centros de datos, vehículos autónomos y redes neuronales. Su crecimiento meteórico la ha colocado en el centro de una industria crítica, con el riesgo implícito de convertirse en un proveedor insustituible.

Amazon, valorada en 2.4 billones, no solo domina el comercio electrónico, sino que sostiene gran parte de la infraestructura digital a través de Amazon Web Services (AWS). Su modelo de negocio, basado en la eficiencia operativa y la experiencia del cliente, ha transformado industrias enteras. Sin embargo, las denuncias por prácticas laborales cuestionables y estrategias contra competidores menores persisten como sombras sobre su éxito.

Alphabet, matriz de Google, con un valor de 2.3 billones, controla el acceso a la información a través de sus motores de búsqueda, domina la publicidad digital y expande su influencia en campos como vehículos autónomos, biotecnología e inteligencia artificial. Su poder algorítmico levanta serias preocupaciones sobre censura, manipulación de contenidos y la fragilidad del pluralismo informativo.

En paralelo, Saudi Aramco, con una valoración cercana a 1.7 billones, continúa siendo un actor geopolítico de primer orden gracias a su capacidad de producción energética. Pese al auge de las energías limpias, el petróleo sigue siendo un recurso estratégico, y Aramco, su mayor productor, conserva una influencia global directa en los precios y las dinámicas de suministro.

Finalmente, TSMC, el mayor fabricante de semiconductores del mundo, con una capitalización que supera el billón de dólares, se ha vuelto una pieza crítica de la cadena de valor tecnológica. Produce los chips más avanzados para Apple, Nvidia y otros líderes de la industria, concentrando una capacidad productiva que, de interrumpirse, podría paralizar sectores enteros de la economía global.

Los marcos regulatorios existentes, diseñados para un capitalismo industrial del siglo XX, son ineficaces ante la escala y velocidad de la economía digital. Las multas, investigaciones y órdenes judiciales que enfrentan, tanto en Estados Unidos como en Europa y Asia suelen llegar tarde y tener poco impacto real en su modelo de negocio. Además, el riesgo ya no es solo económico, sino también social y político. Empresas como Google y Meta no solo distribuyen contenido: lo jerarquizan. Amazon no solo vende productos: decide qué marcas serán visibles. Apple no solo fabrica teléfonos: define los límites del software que los usuarios pueden instalar. Esta privatización del espacio público digital plantea una seria disyuntiva entre libertad de mercado y control corporativo.

Hoy por hoy, celebrar la innovación y la riqueza generada por estas empresas no debe cegarnos ante los riesgos que conlleva su dominio. El nuevo orden económico global se construye en torno a plataformas que operan como cuasi monopolios, cuyas decisiones privadas tienen consecuencias sociales. En la práctica, estamos presenciando una transición hacia un modelo donde las reglas del juego ya no las define el mercado, sino las condiciones impuestas por un grupo de corporaciones.

El verdadero desafío no es solo quién lidera la economía, sino cómo asegurar que ese liderazgo no socave la competencia, la diversidad y la soberanía tecnológica. Porque si bien la innovación ha sido el motor de estas empresas, su permanencia podría depender más del poder de exclusión que de la disrupción. Y en ese escenario, el capitalismo deja de ser libre para ser administrado por algoritmos.

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CAPITALES: De la biblioteca de Bill Gates: Cómo funciona el mundo de Vaclav Smil

Francisco Treviño Aguirre

​​En Cómo funciona el mundo: una guía científica de nuestro pasado, presente y futuro, Vaclav Smil realiza un análisis de las fuerzas fundamentales que han moldeado, y continúan dando forma, a nuestra civilización. A través de una perspectiva interdisciplinaria respaldada por datos empíricos, el autor analiza las complejas relaciones entre energía, alimentación, materiales, medio ambiente, globalización, riesgos y las proyecciones hacia el porvenir.

El recorrido comienza con la energía, piedra angular del progreso humano. Desde los primeros usos de la fuerza muscular hasta la actual dependencia de los combustibles fósiles, Smil traza una evolución que revela cómo cada revolución energética ha redefinido nuestras capacidades y reconfigurado las estructuras sociales. La transición hacia fuentes más limpias es presentada como un reto colosal, condicionado por la infraestructura vigente y la creciente demanda energética.

Otro eje central en su investigación es la producción de alimentos. La síntesis de amoníaco, base de los fertilizantes modernos, ha sido determinante para sostener el crecimiento poblacional global. No obstante, esta dependencia energética plantea serias interrogantes sobre la viabilidad futura de los sistemas alimentarios. Smil señala que esta solución técnica, aunque eficaz, implica un consumo intensivo de recursos, lo que obliga a repensar su sostenibilidad a largo plazo.

El autor también subraya la relevancia de cuatro materiales esenciales que sustentan el estilo de vida contemporáneo: cemento, acero, plásticos y amoníaco. La manufactura de estos insumos requiere grandes cantidades de energía y genera un impacto ambiental significativo. Smil advierte que, hoy en día, no existen alternativas viables que permitan producir estos materiales prescindiendo del uso de hidrocarburos, lo que añade complejidad a los esfuerzos por mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero.

La dimensión ambiental de nuestras actividades constituye otro de los núcleos temáticos de la obra. Smil examina cómo el calentamiento global y otras alteraciones ecológicas afectan directamente nuestras necesidades básicas y comprometen la estabilidad de los ecosistemas. A través de un enfoque crítico, propone una revaloración de los riesgos y aboga por una comprensión más clara de las limitaciones biofísicas que enfrenta la humanidad.

En lo que respecta a la globalización, el autor analiza el entramado de interdependencias económicas y culturales que caracterizan el mundo actual. Reconoce que este fenómeno ha traído consigo múltiples beneficios, pero también ha expuesto fragilidades estructurales, evidentes durante la pandemia de COVID-19. La concentración de la producción en determinadas regiones y la dependencia de cadenas de suministro extendidas son elementos que, en su opinión, exigen una reconfiguración estratégica.

Un capítulo relevante de la obra está dedicado a la distinción entre riesgos reales y percibidos. Smil señala cómo la desinformación, amplificada por las emociones, puede distorsionar nuestra percepción del peligro. En este contexto, insiste en la necesidad de tomar decisiones fundamentadas en evidencia científica y análisis riguroso, como única vía para afrontar los desafíos del presente y preparar el camino hacia el futuro.

Con la mirada puesta en lo que viene, el autor presenta una serie de escenarios posibles, construidos a partir de tendencias actuales y datos verificables. Si bien reconoce la magnitud de los obstáculos que enfrentamos, también vislumbra oportunidades para la innovación, la resiliencia y la transformación positiva. A su juicio, el rumbo que tomen las próximas décadas dependerá, en gran medida, de las decisiones que tomemos hoy.

Lejos de ofrecer soluciones inmediatas, Smil brinda las herramientas conceptuales y analíticas necesarias para comprender los problemas y participar activamente en debates informados sobre el porvenir del planeta. En una época en la que las opiniones parecen tener más peso que los hechos, esta obra representa un llamado a la razón, al pensamiento crítico y al conocimiento fundamentado. Es, sin duda, una lectura imprescindible para quienes buscan entender las dinámicas profundas de nuestro mundo y desean contribuir, con responsabilidad y visión, a la construcción de un futuro más justo y sostenible.

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 CAPITALES: Aranceles universales: ¿un golpe al comercio o una oportunidad para México?

Francisco Treviño Aguirre

​La historia económica de México está íntimamente entrelazada con la de su vecino del norte. Desde la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) hasta su renovación como T-MEC, la economía mexicana ha crecido al amparo, y muchas veces a la sombra, de los Estados Unidos. Sin embargo, con el regreso al escenario político del presidente Trump y su renovada retórica proteccionista, esta relación vuelve a tensarse hasta límites peligrosos. La reciente amenaza de imponer aranceles universales del 10% a todas las importaciones hacia Estados Unidos, y aranceles más altos a países con superávits comerciales como México y China, representa mucho más que una táctica de campaña electoral: es una declaración de guerra económica.

La interdependencia entre ambas economías es brutalmente asimétrica: mientras que para Estados Unidos México representa uno de varios socios comerciales, para México el mercado estadounidense es casi una línea de vida. En 2023, el comercio bilateral superó los 780 mil millones de dólares. Cualquier alteración en esa dinámica puede tener consecuencias devastadoras para el crecimiento, el empleo, la estabilidad monetaria y la inversión extranjera directa.

Desde una perspectiva puramente económica, los aranceles representan una distorsión del mercado. Se introducen con la intención de proteger a ciertas industrias nacionales, pero terminan generando encarecimiento de productos, represalias comerciales y reducción en la competitividad internacional. No obstante, para Trump los aranceles no son una herramienta técnica, sino simbólica. Representan su narrativa política: la defensa del trabajador estadounidense, el castigo a gobiernos “abusivos” y la reconfiguración de las cadenas de suministro globales para favorecer a EUA.

De acuerdo con los análisis más recientes de Moody’s y la OCDE, de materializarse estas medidas arancelarias, el golpe para México sería considerable. Moody’s estima que el crecimiento económico podría reducirse hasta un 0.6% en 2025, mientras que la OCDE advierte una posible contracción del PIB de 1.3% en ese mismo año, seguida de otro descenso del 0.6% en 2026. Para un país que ya enfrenta desafíos internos como inseguridad, migración, debilidad institucional y presión fiscal, este escenario sería especialmente dañino.

A diferencia de la guerra comercial que Trump libró con China entre 2018 y 2020, el impacto de aranceles contra México es más directo e inmediato, debido a la cercanía geográfica y la integración productiva entre ambos países. Gran parte de las exportaciones mexicanas son bienes intermedios que forman parte de cadenas de valor en sectores estratégicos como la industria automotriz, aeroespacial, electrónica y manufacturera. En otras palabras, imponer aranceles a México es como ponerle impuestos al propio sistema productivo estadounidense.

México se enfrenta ahora a un dilema geoeconómico: ¿seguir siendo el socio complaciente de EUA aceptando sus reglas, aunque sean lesivas, o comenzar una transformación estructural hacia una economía más autónoma y diversificada? La respuesta, como suele suceder, no es sencilla. El modelo de inserción económica de México se ha construido en función del acceso privilegiado al mercado norteamericano. Del total de las exportaciones de México, más del 80% tienen como destino Estados Unidos.

Frente a esta realidad, el gabinete económico de la presidenta Claudia Sheinbaum ha lanzado señales mixtas. Por un lado, se ha buscado mantener un canal diplomático abierto con Washington, resaltando el papel de México en la contención migratoria y en la lucha contra el crimen organizado. Por otro, no se descartan medidas de represalia arancelaria en caso de que las tarifas estadounidenses se vuelvan efectivas. Pero la verdad incómoda es que México no tiene el mismo poder para contender en el terreno comercial.

Sin embargo, como bien saben los expertos económicos, las crisis son también oportunidades. Esta coyuntura, por dramática que parezca, puede ser el catalizador que México necesita para rediseñar su modelo económico. Diversificar exportaciones, establecer alianzas con Asia y Europa, fortalecer el mercado interno y fomentar sectores de alto valor agregado como la biotecnología, inteligencia artificial y energías limpias, son caminos viables si se acompañan de políticas públicas coherentes. Las empresas internacionales buscan entornos estables, jurídicamente sólidos y con infraestructura adecuada. Si México logra ofrecer ese paquete, podría atraer inversiones incluso si los aranceles encarecen el acceso al mercado estadounidense. Pero para ello necesita más que buena voluntad: requiere reformas profundas, seguridad jurídica, respeto al Estado de derecho y una visión de largo plazo.

Hoy por hoy, la amenaza arancelaria de Trump es más que un problema económico: es un síntoma de la fragilidad de nuestra soberanía comercial. Mientras México siga dependiendo casi exclusivamente del mercado estadounidense, seguirá siendo vulnerable a los caprichos políticos del inquilino de la Casa Blanca. Y si ese inquilino es alguien dispuesto a sacrificar el multilateralismo, la diplomacia y la lógica económica en favor de su narrativa nacionalista, el precio que México paga por esa dependencia puede ser demasiado alto. Tal vez ha llegado el momento de que México deje de actuar como el vecino obediente y empiece a comportarse como una nación con dignidad económica. Porque a veces, defender los propios intereses implica correr riesgos. Y a veces, la neutralidad es otra forma de sumisión. Como dijera Honoré de Balzac “La resignación es un suicidio cotidiano”. Y en el terreno económico, ya hemos muerto demasiadas veces.

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CAPITALES: La peligrosa dependencia energética de México con Estados Unidos

Francisco Treviño Aguirre

​En el panorama del comercio internacional, donde los países intercambian no solo bienes, sino también soberanía, México ha jugado durante años un papel que oscila entre socio y subordinado frente a su vecino del norte. Pero hay un aspecto en el que nuestra vulnerabilidad no sólo es evidente, sino potencialmente catastrófica: el gas natural.

Mientras los analistas se enfocan en aranceles, fábricas cerradas y empleos perdidos como consecuencias de un posible enfrentamiento económico con Donald Trump, hay un temor más oscuro que ronda en los pasillos de la economía mexicana: las luces de nuestras ciudades, la maquinaria de nuestras fábricas y hasta el flujo de agua potable en varias regiones podrían cesar todo por el gas natural. De acuerdo con los datos que proporciona el Sistema de Información Energética de la SENER, hasta el 2023, la estructura de producción de energía primaria era de la siguiente manera: petróleo crudo 52.65%, gas natural 21.69%, renovables 13.97% y el resto lo conforman condensados, carbón y nuclear.

Gran parte de la electricidad en México se genera con gas natural. Pero más del 70% de ese gas viene desde Estados Unidos. El dato no es menor.Como lo ha mencionado Juan Roberto Lozano del Centro Nacional de Control de Energía, el "elefante en la sala" de la política energética mexicana. Un secreto a voces que ni en Palacio Nacional se atreven a mirar de frente. La metáfora no es exagerada. Si Trump decidiera usar el gas como arma política, tal y como lo hizo Putin en 2022 con Europa, México se encontraría atrapado entre dos fuegos: la necesidad urgente de energía y la ausencia de alternativas viables en el corto plazo.

El presidente estadounidense que ha redefinido las reglas del juego geopolítico ha demostrado no tener compasión en usar los recursos naturales como instrumentos de presión. Ya lo ha hecho con el agua del río Colorado, negando una solicitud de México para abastecer a Tijuana, y acusando sin fundamento a nuestro país de “robar” agua a los agricultores texanos. No es descabellado pensar que el gas será su siguiente movimiento. Porque más allá de la retórica populista, Trump entiende lo que muchos políticos mexicanos se niegan a aceptar: quien controla la energía, controla el poder. Y México, hoy por hoy, no controla nada.

El boom del fracking en Estados Unidos disminuyó drásticamente los precios del gas, y nuestros gobiernos apostaron por él como si se tratara de una panacea energética. Se construyeron gasoductos que cruzan medio país, desde los desiertos del norte hasta la selva del sureste. Pero esa apuesta tenía letra chica: dependencia absoluta, adicionalmente a que la administración de López Obrador desmanteló proyectos de energías limpias con el argumento de rescatar a Pemex y la CFE.

La presidenta Claudia Sheinbaum ha anunciado que pretende aumentar la producción nacional de gas de 3,834 a 5 mil millones de pies cúbicos diarios para 2030. Pero, hay infraestructura obsoleta, falta de inversión, y un entorno político que complica cualquier proyecto a largo plazo. Además, mientras ese futuro llega, el presente sigue atado al gas texano. La paradoja es simple: en medio del discurso de soberanía energética, México profundiza su dependencia.

A diferencia de lo que sucedió en Europa cuando Rusia cerró la llave del gas, la Unión Europea reaccionó con una movilización histórica de recursos, construyendo terminales de gas natural licuado y diversificando proveedores. México, en cambio, carece tanto de recursos como de visión. Para muestra, solo hay que recordar que, en febrero de 2021, durante la tormenta invernal Uri, Texas cerró su llave. El flujo de gas hacia México cayó un 90%. Más de cinco millones de hogares en 26 estados se quedaron sin electricidad. Fue solo una muestra del desastre que vendría si el corte fuera deliberado y prolongado. Y lo peor es que, como lo ha señalado Raúl Puente de la empresa Cydsa, México ni siquiera tiene reservas estratégicas de gas natural. Si mañana Trump dice “no más”, no hay plan B. Hay diésel, hay combustóleo, pero no hay capacidad suficiente para sustituir el gas en el volumen que se necesita.

Pero ¿es posible revertir esta dependencia? Revertir la dependencia del gas estadounidense implicaría inversiones multimillonarias, una reforma profunda en el modelo energético nacional y una voluntad política firme. Implicaría también reconocer errores, algo que ni la 4T ni sus opositores parecen dispuestos a hacer. Construir terminales de gas licuado, desarrollar reservas propias a través del fracking, diversificar la matriz energética, y apostar por energías renovables, son caminos viables, pero no a corto plazo. Y mientras tanto, el reloj sigue corriendo, y los ductos siguen fluyendo, como venas que alimentan a un país que no puede vivir sin su vecino, aunque cada día nos quiera menos.

Hoy por hoy, La relación energética entre México y Estados Unidos ha dejado de ser una cuestión técnica o comercial. es un asunto de seguridad nacional. Nuestra soberanía energética no existe. Es un mito que se repite en discursos mientras la realidad se impone con crudeza: dependemos del humor del inquilino de la Casa Blanca, que ha demostrado que está dispuesto a usar todo lo que tenga a su alcance para doblegar al otro. La pregunta que debemos hacernos no es si podemos sobrevivir sin el gas de EUA. La pregunta real es: ¿por qué nos pusimos voluntariamente en esta posición de vulnerabilidad? Y más aún: ¿tendremos el valor de salir de ella, o preferiremos seguir viviendo con la amenaza encendida como una mecha que nadie quiere apagar?

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CAPITALES:  De mi biblioteca: “Lo que no enseñan en la Escuela de Negocios de Harvard: Mark H. McCormack”

Francisco Treviño Aguirre

Mark H. McCormack, fundador de International Management Group (IMG), revolucionó el mundo de la representación deportiva y empresarial con su enfoque práctico de los negocios. En su libro "Lo que no enseñan en la Escuela de Negocios de Harvard”, publicado en 1986, ofrece una perspectiva valiosa sobre el arte de los negocios que va más allá de la teoría académica. Basado en su experiencia personal, el autor comparte consejos pragmáticos sobre la negociación, la intuición, la gestión y la construcción de relaciones. Uno de los puntos centrales del libro es la importancia de la intuición. McCormack argumenta que, aunque los datos y el análisis son fundamentales, la capacidad de leer entre líneas, interpretar la conducta de las personas y anticipar sus reacciones es clave para el éxito. La intuición no es un don innato, sino una habilidad que se desarrolla con la experiencia y la observación.

McCormack enfatiza que la negociación efectiva no se basa en técnicas sofisticadas, sino en la comprensión de las motivaciones humanas. Un negociador exitoso sabe cómo influir en la otra parte sin ser agresivo. Entre sus estrategias destacan escuchar más de lo que se habla, identificar puntos de presión y saber ceder en aspectos menores para obtener lo que realmente importa. Las relaciones personales también son fundamentales en los negocios. La confianza y la credibilidad se construyen con el tiempo, y la manera en que uno trata a sus clientes, empleados y socios puede determinar el éxito o el fracaso de un emprendimiento. La transparencia, la empatía y la consistencia en el trato con los demás son elementos esenciales.

El autor también analiza la mentalidad necesaria para triunfar en los negocios. Sostiene que la confianza en uno mismo es esencial, pero advierte contra la arrogancia. Aprender de los errores, rodearse de personas inteligentes y adaptarse a circunstancias cambiantes son claves para el éxito. Otra lección clave es la importancia de la gestión eficiente del tiempo. En la obra se enfatiza que los empresarios exitosos no son los que trabajan más horas, sino los que optimizan su jornada. Priorizar tareas, evitar reuniones innecesarias y delegar responsabilidades son estrategias esenciales para mejorar la productividad.

McCormack resalta que la percepción de los demás influye en el éxito profesional. La manera en que uno se viste, habla y se comporta crea una impresión duradera. Aunque la competencia y la inteligencia son esenciales, la imagen también juega un papel crucial en el mundo empresarial. Un ejemplo de la eficacia de sus métodos se encuentra en su experiencia con Arnold Palmer, golfista profesional de gran reconocimiento, y una de las primeras estrellas que gestionó en IMG. McCormack cuenta cómo logró consolidar la marca personal de Palmer mediante estrategias de negociación innovadoras, asegurando contratos publicitarios que establecieron un nuevo estándar en la industria del marketing deportivo. Este caso ilustra cómo el entendimiento de las necesidades del cliente y la proyección de una imagen coherente pueden generar un impacto significativo.

Otro ejemplo mencionado en el libro es el de Jack Nicklaus, el legendario golfista. McCormack describe cómo Nicklaus inicialmente no comprendía el valor de su propia marca, y fue gracias a la visión de McCormack que logró explotar su potencial comercial más allá del campo de golf. Este caso destaca la importancia de la percepción y cómo una estrategia bien ejecutada puede transformar la carrera de un profesional. También relata una anécdota sobre una negociación con Rolex, en la que la paciencia y la capacidad de entender los tiempos de la otra parte fueron cruciales para cerrar un trato favorable. En esta historia, enfatiza que saber esperar y no mostrar desesperación en una negociación puede ser la clave para obtener mejores condiciones y fortalecer relaciones comerciales a largo plazo.

En conclusión, “Lo que no enseñan en la Escuela de Negocios de Harvard" es un libro que desafía la idea de que el éxito empresarial se aprende exclusivamente en las aulas. McCormack nos recuerda que la experiencia, la intuición y las relaciones humanas son tan importantes como el conocimiento académico. A través de anécdotas personales y consejos prácticos, el autor ofrece una guía indispensable para aquellos que desean navegar el mundo empresarial con inteligencia y astucia. Si buscas aprender lo que realmente marca la diferencia en los negocios, este libro es una lectura obligatoria.

X:@pacotrevinoa

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