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Parece bueno pero es malo

Francisco Tobías

Uno de los mayores problemas que estudia la economía, específicamente la macroeconomía, es la inflación de hecho las autoridades monetarias de los países, el Banco de México para nuestro caso, tienen como objetivo prioritario mantener una inflación baja y estable, es decir que el peso no pierda poder adquisitivo.

En el transcurso de la historia se han presentado casos de inflación baja y estable, otras ocasiones varias economías han atravesado una hiperinflación, la cual es definida como el aumento constante, desorganizado, excesivo, descontrolado y exagerado de los precios, por citar un ejemplo se han dado situaciones en las cuales algún cliente llega a una cafetería, pregunta por el precio de un café, siendo este, por ejemplificar, $20, pide el café, se lo toma y al pedir la cuenta el café cuesta ya $40, es decir lo doble. Otro ejemplo de hiperinflación es el de Argentina, cuando consumidores llegaban al supermercado con los carritos llenos de billetes para poder pagar sus compras. Es importante señalar que ambos casos expuestos, el consumo y la compra - venta se realizó.

Sin embargo, existe algo peor que el aumento en los precios y por descabellado que parezca eso peor es que los precios en general bajen, fenómeno conocido como deflación.

La causa de la deflación es la reducción en la demanda de las mercancías. Los efectos son atroces para las empresas, los gobiernos y los individuos, pues se genera un paro en la producción ocasionando una parálisis de la economía en general, las empresas tendrán que seguir reduciendo los precios de venta con la intención de conseguir ventas, se despedirían a muchos trabajadores por la falta de ingresos con los cuales se paga el sueldo y salario.

Técnicamente existe la ventaja de que el poder adquisitivo se incrementa, aunque en realidad no hay consumo, por ello los precios siguen bajando. Tiene una lógica, imaginemos por un momento que usted se dedicada a la venta de agua embotellada y durante un tiempo no tiene ventas, lo que hará para buscar vender su producto es bajar el precio. Un buen ejemplo es el precio tan barato de la gasolina que tuvimos no sólo en México, sino en el mundo entero, durante la pandemia del Covid - 19El problema real a diferencia de los dos ejemplos que señalé de hiperinflación, en la deflación no hay compra venta, es decir la gente no tiene dinero para realizar compras ocasionando que los precios sigan bajando y con ello un aumento en el desempleo, una reducción en la inversión, en el consumo y en el PIB, aumentando la pobreza.

Dice el viejo adagio “No hagas cosas buenas que parezcan malas” y precisamente la deflación es así parece buena muy buena de hecho, a quien no le gusta que los precios bajen, pero en realidad es mala muy mala.

  

El derecho al ocio productivo

Francisco Tobías

En promedio cada trabajador mexicano durante un año labora 2,128 horas, ocupando la posición más alta en el mundo, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).

Tal vez desde muy pequeños hemos tenido la idea errónea que trabajar más significa hacer más, ser más productivo y que es sinónimo de tener un mejor nivel de vida, sin embargo, cuando analizamos las horas promedio anuales de los trabajadores en el mundo, pareciera ser que la realidad dista mucho de nuestra idea.

En México tenemos un promedio muy superior a los países con economías desarrolladas, nos situamos ligeramente encima de Nigeria donde los trabajadores laboran 2,124 horas al año.

Países como Alemania, Luxemburgo o Dinamarca tienen promedio de horas trabajadas menores a las 1,400, siendo estas economías de las más desarrolladas en el mundo.

En nuestro país 13.4% de trabajadores laboran más de 60 horas/semana, ocupando el tercer lugar, sólo por debajo de Turquía y Colombia, muy por encima de Finlandia, economía en la cual sólo el 2.4% de sus trabajadores laboran esa misma cantidad de horas a la semana.

En el Siglo XIX vivió un médico, teórico político, periodista y revolucionario franco–cubano, de nombre Paul Lafargue, quien escribió un texto, muy pequeño, entendible y claro titulado “El derecho a la pereza”, en el cual propone el uso excesivo de las máquinas, señala que la cantidad de horas laborales debería ser menor a tres y aseguró que así lograríamos “trabajar lo menos posible y disfrutar intelectualmente y físicamente lo máximo posible”, idea que, aunque parezca fuera de lugar, tiene un argumento válido, que el trabajo es un medio para poder satisfacer necesidades.

Incluso, en el ensayo señala: “La gran experiencia inglesa, lo mismo que la de algunos capitalistas inteligentes, está ahí, demostrando irrefutablemente que para aumentar la potencia de la productividad humana es necesario reducir las horas de trabajo y multiplicar los días de paga y de fiesta”, teniendo una lógica que el trabajador será más productivo y eficiente al llegar descansado, después de haber realizado actividades de ocio.

Por supuesto que el trabajo es el recurso principal de toda producción, pero la productividad no significa trabajar más, sino producir más utilizando menos recursos. Cuando el ser humano trabaja más tiempo, inicia de manera velada un círculo vicioso en el cual la productividad desciende, ocasionando perdidas no sólo monetarias, sino respecto a la capacidad personal que tiende a decrecer en un periodo laboral amplio.

La reducción de horas laborales en nuestro país es no sólo necesaria, sino urgente, pues necesitamos el descanso, incluso antes que al trabajo. El ocio es productivo cuando contribuye al desarrollo integral de la persona en su entorno comunitario y social (ocio y cultura, ocio y familia, ocio y deporte, ocio y comunidad, etc.), porque se recupera de manera óptima la energía que se expresa en aptitudes y capacidades aplicadas en una jornada laboral también óptima.

En las economías capitalistas más desarrollados, donde los trabajadores tienen mejores niveles de vida, en cierta medida aplican la idea que Paul Lafargue plasmó en su ensayo “El derecho a la pereza” a pesar de ser no sólo comunista sino hasta el yerno de Don Carlos Marx.

Macroeconomía

Francisco Tobías

Los economistas cuando hablamos de economía creemos que todos hablan el mismo idioma, el idioma de la ciencia económica, creemos que los conceptos que utilizamos de manera cotidiana son conceptos que todo el mundo conoce, sin embargo, la realidad es otra, por ello es importante aclarar o bien explicar algunos conceptos.

La ciencia de la economía tiene dos grandes divisiones, de acuerdo con el tamaño de su estudio, una de ellas es la microeconomía en la cual se estudia el comportamiento individual, que tienen los integrantes de un sistema económico para satisfacer sus necesidades. Siendo la macroeconomía la otra gran división.

En la macroeconomía se estudia el desempeño económico de los integrantes, en su conjunto, de un sistema económico, como bien lo puede ser una ciudad, un estado, un país, un grupo de países o todo el mundo.

La ciencia económica moderna como la conocemos es relativamente joven, pues tiene su origen en el año de 1776 con el libro “La riqueza de las naciones” escrito por quien se considera el padre de la economía, Adam Smith. La macroeconomía nació formalmente 160 año después cuando el economista británico, John Maynard Keynes, escribió su libro “La Teoría General del Empleo, Interés y Dinero”.

Los tres temas más importantes en los cuales se centra el estudio de la macroeconomía son el crecimiento de la producción, es decir el PIB, la generación de empleos y la estabilidad de los precios.

Gracias al estudio de la macroeconomía las autoridades encargadas de las políticas económicas, monetarias, públicas, como hasta de seguridad, pueden tomar las mejores decisiones para buscar aumentar la producción, generar empleos y evitar la inflación, esto con el objetivo de poder hacer frente a las crisis económicas y en algunos casos, muy pocos en realidad, evitarlas.

Cuando escuchamos, leemos o conversamos sobre términos como desempleo, inflación, PIB, tipo de cambio, tasa de interés, exportaciones, importaciones, inversión, ingreso per cápita y más nos referimos a la macroeconomía.

Es cierto que con el análisis o el estudio de los indicadores macroeconómicos lo economistas tratamos de predecir lo que sucederá, para evitarlo o bien para estar preparados, sin embargo, hay que recordar las palabras, algo simpáticas, de Lawrence J. Peter quien aseguró que la “definición de economista: es un experto que mañana sabrá explicar por qué las cosas que predijo ayer no han sucedido hoy”.

La Bikina

Francisco Tobías

Es muy común que al leer o escuchar sobre alguna noticia o comentario de economía se mencione al mercado, el cual pareciera que vive y se encuentra en todas partes, algo que no dista mucho de la realidad, pero ¿qué es el mercado?

El lugar físico, hoy en día también virtual, en el cual los compradores y vendedores llegan a un acuerdo para intercambiar mercancías generalmente por dinero se le conoce como mercado. De hecho, su definición etimológica proviene del latín mercatus que significa tráfico de comercio.

En los mercados, es correcto decirlo en plural pues existen innumerables tipos de mercados, quienes buscan vender sus mercancías son conocidos como los oferentes, ellos ofrecen, mientras que la demanda está conformada por la cantidad de mercancías que los demandantes desean adquirir. En palabras llanas los demandantes compran y los oferentes venden.

A la oferta y a la demanda se les conoce como las fuerzas del mercado, ambas buscar llegar a un acuerdo para vender y comprar, respectivamente, ciertas cantidades a ciertos precios. Por supuesto, tanto la demanda como la oferta buscar sacar su mayor beneficio, uno de los objetivos de la economía.

Pero como en economía todo, supuestamente, debe de llevar un orden se descubrió que ambas, la oferta y la demanda, se comportan casi siempre de manera igual, pero de forma opuesta entre ellas, dando así origen a sus leyes.

La ley de la oferta establece que cuando los precios suben el oferente está dispuesto a ofrecer mayor cantidad de su producto, mientras que cuando el precio baja la cantidad ofrecida será menor. Por su parte la ley de la demanda establece que existe una relación indirecta ente el precio y la cantidad de mercancías que se está dispuesto a comprar, a mayor precio se compra menos, cuando el precio baja se compra más.

La oferta y la demanda en casi todos los mercados tiene un comportamiento semejante. Ambas buscan satisfacer las necesidades de los individuos, ONG´S, gobiernos o empresas que participan en el mercado. Cuando ambas hacen “click”, es decir cuando se ponen de acuerdo, se realizan las compras ventas, sucede de manera idéntica como cuando vamos a un mercado de abastos, a adquirir un kilogramo de queso y buscamos un acuerdo para conseguir algún descuento en el precio, cuando el vendedor y nosotros aceptamos un precio y decidimos comercializar 1 kilogramo de queso, se ha establecido un punto de equilibrio, donde ambos al parecer salimos ganando.

El mercado en realidad se encuentra en todas partes, el mercado tal vez es la fuerza social más grande e importante que existe en nuestra sociedad, incluso el propio mercado, cambiante con el tiempo y las circunstancias, ha propiciado el progreso de nuestra sociedad.

Sin embargo, su comportamiento es muy parecido a la estrofa de la canción de “La Bikina”, altanera, orgullosa y caprichosa, así es el mercado, de quien bien lo dijo Lord Keynes “Los mercados pueden mantener su irracionalidad más tiempo del que tú puedes mantener la solvencia”.

Son mucho más que dos

Un factor determinante para el crecimiento y desarrollo de cualquier economía es la inversión física, siendo esta el dinero que empresarios privados y los gobiernos destinan a la adquisición de bienes muebles, inmuebles e intangibles, los cuales colaboran a generar de empleos, generan riqueza, da oportunidad de desarrollo a quienes integramos una economía, de hecho la inversión colabora de muchas manera en la producción de bienes y servicios, no únicamente con la maquinaria y equipo sino hasta para el traslado de los mismos y de los productos ya terminados, la inversión física incluso es fundamental para las telecomunicaciones, el internet y la tecnología, definitivamente sin la inversión física, pública o privada, las sociedades no estarían en condiciones de sobrevivir dignamente.

Las inversiones físicas se dividen de acuerdo a su origen en dos grandes apartados, la inversión física privada la cual se define como todas las compras de activos fijos, maquinaría, equipos, patentes y demás que las empresas adquieren con el fin de acrecentar sus ingresos, el otro apartado en la inversión física pública la cual es el uso del recurso recaudado que se dirige a la mejorara la infraestructura pública, ofrecer servicios a la ciudadanía, construcción de obras y más con el objetivo de beneficiar a la población.

Ambas inversiones, públicas y privadas, logran coexistir incluso a colaborar para generar desarrollo, crecimiento y beneficios. Por lo menos en México, su coexistencia y colaboración es indispensable para los mexicanos y las empresas. De que serviría que Tesla se instalará en Santa Catarina, N.L., si no existirían vías de transporte y comunicación, como la carretera Saltillo – Monterrey sin la cual los insumos necesarios y los productos ya terminados no podrían trasladarse por tierra. De hecho, en muy poco tiempo veremos, en caso de que los gobiernos no realicen inversiones en las carreteras, como la carretera Saltillo – Monterrey se convertirá en un cuello de botella y dolor de cabeza para la industria y quienes transiten dicha vía.

Según datos oficiales del INEGI durante el primer trimestre del 2023 la inversión física representó en 22.2% del PIB del mismo periodo, sin embargo, sigue siendo aún más baja que la registrada en 1995 y 2011 cuando la inversión física logró representar el 22.5% del PIB mexicano.

En este trimestre más reciente la inversión pública fue del 2.9% respecto al PIB, poco si la comparamos con 4.2% que se alcanzó en 1995. Por su parte la inversión privada alcanzó un máximo histórico pues el monto de dicha inversión fue igual al 19.3% del PIB.

Es cierto que la inversión privada es casi 6.5 veces a la inversión pública, sin embargo, el crecimiento no se ha generado en la misma proporción, ocasionando que nuestro país en el corto plazo, de continuar con esa tendencia, deje de ser un destino preferente para los inversionistas, ya sean nacionales o extranjeros.

Nuestro país requiere de políticas públicas que dirijan las inversiones públicas en obras que contribuyan a darle viabilidad económica a México, con la modernización y construcción de infraestructura, funcional, en carreteras, aeropuertos y portuaria.

Tal vez el poema “Te quiero” que escribió Mario Benedetti tiene mucha razón, cuando pensamos del acompañamiento que deben de tenerse ambas inversiones la pública y la privada, pues “y en la calle codo a codo somos mucho más que dos”

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