Al presidente López obrador le está tocando lo que a muchos dirigentes: lidiar con presiones externas, resistir problemas internos y encima soportar a quienes al interior del país pretenden actuar como francotiradores, pretendiendo completar una labor destructiva contra su proyecto político. Y aquí un ejemplo de lo primero.
De acuerdo con el análisis de los periodistas Kirk Semple y Brent McDonald, durante generaciones, México fue un paso relativamente libre para los migrantes no autorizados que viajaban a Estados Unidos. Todos los años, decenas de miles de personas cruzaban el país, en su mayor parte sin impedimentos por parte de las autoridades mexicanas. Sin embargo, esta semana, la nueva postura firme del gobierno mexicano en torno a la migración entró en una nueva fase al responder con fuerza frente a una inmensa caravana migrante de centroamericanos que buscaba ingresar a México.
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El contexto: de acuerdo con el informe de Coneval “Diez años de medición de la pobreza en México, avances y retos en política social (2008-2018)”, al cierre del último año, 52.4 millones de mexicanos se encontraban en tal condición (aunque si se mide por carencia de ingreso el volumen crece a más de 61 millones), una proporción verdaderamente espeluznante.
En estas noches de frío, de duro cierzo invernal, llegan hasta el cuarto mío, algunos recuerdos que les deseo contar. En los ochentas tempranos, en la ciudad de México, una noche al llegar a mi departamento de Medellín, en La Roma, al cerrar la puerta de mi recámara empecé a escuchar unos gritos desesperados que venían de la acera de enfrente. Como todo el piso daba a la avenida, todos los que lo habitábamos corrimos instantáneamente a las ventanas, aquél desde el comedor, otro desde la sala, yo desde mi cuarto.