Mauricio Vega Luna 

“Con el Pueblo todo, sin el Pueblo nada.” - Benito Juárez 

Si bien para muchas personas el domingo pudo pasar desapercibido, lo cierto es que lo que vivimos fue histórico. Personalmente, crecí dudando de la política democrática. Es cierto que se avanzó mucho en las últimas décadas del siglo pasado, pero, siendo honesto, jamás pensé que algún día llegarían personas distintas a los puestos más altos de toma de decisiones en el país. Especialmente a la presidencia, el cargo más importante en nuestro sistema político. Pensé que siempre sería ocupado por la misma clase política que se repartía el poder público y lo ponía al servicio de intereses privados y lejanos a la gente. Y sobre todo, jamás pensé que algún día llegaría alguien por quien yo hubiera votado.

Desde que pude ejercer el voto, lo hice con la ilusión de que llegara a la presidencia un político honesto, un luchador social comprometido. Pero nunca pensé que ese día llegaría. Hasta 2018, el año en que todo se volvió posible.

Desde entonces, los cambios no han dejado de llegar. Y el que vivimos este domingo es, sin duda, uno de los más trascendentales.

La Suprema Corte de Justicia de la Nación —y el poder judicial en su conjunto— ha sido históricamente percibido como el poder más lejano. En un país donde cualquier poder ya se siente distante, destacar por ser el más alejado de la ciudadanía no es menor. Esa lejanía se ha venido corrigiendo en el Ejecutivo. Las tasas de aprobación de AMLO y ahora de la presidenta Sheinbaum así lo demuestran. Pero independientemente de las encuestas, tanto el poder ejecutivo como el legislativo cuentan con un mecanismo básico de rendición de cuentas: el voto. A través del sufragio, se premia o castiga a quienes ocupan cargos públicos.

Sin embargo, el poder judicial no contaba ni siquiera con ese mínimo. Esto no solo lo alejaba de la gente, sino que lo aisló al punto de permitir que sus integrantes desobedecieran el tan popular mandato de austeridad republicana sin consecuencias. No redujeron sus privilegios ni sus onerosos gastos.

Por eso lo ocurrido este domingo marca un parteaguas. No solo en la historia nacional sino de la humanidad pues en ningún país del mundo se ha visto antes. Independientemente de la composición final del nuevo poder judicial, su origen democrático es en sí mismo una renovación profunda. Sin duda todo método es perfectible, y ya hay quienes están haciendo propuestas muy interesantes para mejorarlo, pero lo que no queda duda es que la elección popular de ministros y ministras, magistraturas, y jueces y juezas representa un paso hacia la construcción de un poder judicial más cercano, más responsable y más legítimo. 

El frijolito en el arroz

Es una lástima que la oposición a la reforma judicial haya decidido no participar. Con el conteo final, sabemos que se necesitaban entre 3 y 6 millones de votos para colocar a una persona en la Suprema Corte. Para darnos una idea: en las elecciones legislativas de 2024, el PAN obtuvo 10 millones de votos, el PRI 6 millones y MC otros 6. Si algún grupo —de intelectuales, medios, académicos o sociedad civil organizada— hubiera hecho campaña por perfiles propios, por muy complicadas que fueran las reglas, probablemente habría logrado colocar a dos, tres o hasta cuatro ministros cercanos a su visión.

Ahí había 22 millones de votos que no fueron para la 4T. ¿Nadie pensó en convocarlos? ¿En aprovechar esa oportunidad?

Incluso si las condiciones les parecían desfavorables, podrían haber impulsado al menos un perfil propio. Que llegara a la corte y se volviera el vocero de quienes no están de acuerdo con el gobierno. Lo puedo imaginar: el "ministro de la resistencia", el "ministro opositor", dando ruedas de prensa, denunciando abusos, señalando errores, agitando el debate público desde adentro. Quizás ahí habría surgido el rostro que tanto buscan para enfrentar la hegemonía de la Cuarta Transformación.

Pero no. Prefirieron lo fácil: no jugar el juego. Deslegitimar el proceso en lugar de competir. Pareciera que tomaron lecciones de las oposiciones fracasadas en América Latina quienes, al final, comprendieron demasiado tarde que no presentarse es renunciar.

Y ni siquiera el camino de la deslegitimación ha funcionado. Las organizaciones internacionales y los mercados han respondido con calma y reconocimiento a la jornada democrática. Lo que esta oposición actual no pudo ver es que tenían delante el mejor ejemplo posible: ¿Qué hacía la oposición mexicana durante los años del viejo régimen, cuando las elecciones eran grotescas simulaciones? Se presentaba, luchaba, denunciaba el fraude... y se preparaba para la siguiente. No porque avalaran el autoritarismo, sino porque sabían que no puede vencerse a quien nunca se rinde. Porque para quien busca el cambio político de manera pacífica el camino siempre es la vía democrática. Existen otros mecanismos de avance, de protesta, sí, pero el más importante, el que nunca debemos abandonar es el electoral. Sigo esperanzado en que la oposición encuentre rumbo y canalice sus demandas por las vías democráticas, creo firmemente que esto nos haría un mejor país.  

Una justicia con rostro nuevo

Los aires de renovación ya se sienten. Ayer se hizo oficial que el primer presidente de la nueva Suprema Corte será Hugo Aguilar Ortíz, abogado de origen mixteco con trayectoria en derechos humanos y defensa de los pueblos originarios. Su visión plantea una transformación del poder judicial para que responda mejor a la realidad social del país. En sus propias palabras: “La justicia debe ser útil, generar paz y estar alineada con la realidad de las personas, especialmente de quienes han sido históricamente excluidos.”

Este solo hecho debería hacernos sentir orgullosos de ser mexicanos. De creer en la democracia. De seguir apostando por ella como la herramienta más poderosa para transformar la vida de nuestra población.