71dj6-npLJL._SL1500_.jpgMauricio Vega Luna

"Escribir libros es una aventura en la que, para poderte encontrar, necesitas haberte perdido" - Philip Roth

Hay libros que narran una historia. Otros, como 500 días de Medardo y Luz, hacen algo más: transforman. No solo al protagonista, sino también al lector. Lo sacuden, lo invitan a mirar de nuevo el mundo y sus grietas, y le muestran que incluso desde la prisión más oscura puede brotar la luz.

Medardo pasó 500 días encarcelado injustamente. Pero este no es (solo) un libro sobre una detención arbitraria ni sobre la violencia del sistema penitenciario. Es, sobre todo, el relato de cómo una experiencia límite puede volverse una travesía de crecimiento, solidaridad y sentido.

Desde su celda, Medardo no solo sobrevive, sino que se convierte —casi sin proponérselo— en un referente para otros. A través de clases de yoga, desarrollo humano, fútbol y cine de valores, crea junto con otros internos un espacio de humanidad dentro de un entorno pensado para despojar de ella. Su rol de "sensei" no lo distancia de los demás: él mismo se reconoce como un alumno más, aprendiendo de cada historia, de cada encuentro.

La otra voz del libro es Luz, terapeuta y amiga, cuyo acompañamiento fue clave en este proceso. Sus memorias aportan una segunda mirada: más íntima, más filosófica, pero igual de luminosa. Las conversaciones entre ambos son un hilo sutil que conecta dos mundos separados por los barrotes, pero unidos por la confianza, el cariño y una fe profunda en el poder de la transformación.

Uno de los ejes que atraviesa el libro es la reflexión sobre el tiempo. 500 días no solo mide el paso del cronómetro, sino que nos invita a pensar en el tiempo cualitativo, ese que deja huella, el que transforma. Para la mitología griega el tiempo tiene dos concepciones. Una es el tiempo cronológico, Cronos, que es cuantitativa. Ese que podemos medir: dos segundos, 1 minuto, 3 horas, 500 días. Y Kairós representa el tiempo significativo, cualitativo. Esos instantes que impactan nuestras vidas como individuos o como humanidad y que nos dejan huella para siempre. Por eso se dice que hay décadas en las que no pasa nada y días en los que pasan décadas. Porque a veces por mucho tiempo que pase si no es significativo no es igual en dimensión. Eso que para las religiones cristianas son Los Tiempos de Dios. En esta historia podemos ver ilustrada esta diferencia pues si bien sabemos que fueron 500 días de encierro, los momentos significativos fueron inconmensurables. 

El relato está lleno de escenas memorables, desde el inicio absurdo y violento —una detención en traje de baño, cerveza en mano— hasta la inesperada organización de un torneo de fútbol digno de película. Con mercado de fichajes, egos de los mejores futbolistas y hasta una final con "estadio" lleno. Pero lo que más conmueve son los personajes: compañeros de celda con pasados duros y corazones enormes, internos sabios que aconsejan a los más jóvenes, y amistades que se forjan en la adversidad.

No es un libro cómodo. Nos confronta con la arbitrariedad del sistema de justicia, con la fragilidad de nuestras certezas, con lo fácil que es mirar hacia otro lado. Pero también nos recuerda que incluso en el dolor, hay lugar para el juego, la enseñanza, la compasión.

500 días es, en el fondo, un homenaje a la dignidad humana. A la posibilidad de construir sentido aún en las circunstancias más hostiles. Y sobre todo, al poder de una red de apoyo, de una comunidad que sostiene, que escucha y que no suelta. El poder de servir a los demás. 

Gracias, Medardo. Gracias, Luz. Por abrirnos la puerta a un mundo al que pocos quieren mirar, y por hacerlo con tanta belleza, honestidad y esperanza.

 

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