241127-sheinbaum-trump-mn-1115-6424cd.jpegMauricio Vega Luna

La Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo supo manejar el primer gran embate con el renovado estilo de gobernar de Donald Trump. Tanto dentro como fuera de México, su capacidad de liderazgo es cada vez más reconocida. Y esto nos conviene a todas y todos: entre más fuerte sea la imagen de nuestra lideresa nacional, más sólida será nuestra posición al negociar con la gran potencia del norte.

Es especialmente destacable el respaldo casi total que recibió en esta coyuntura. Destaca especialmente el apoyo que ha recibido por parte de las cámaras empresariales y de gobernadoras y gobernadores de todos los colores políticos. Quizá faltaron algunos actores políticos para lograr una unidad total, pero su ausencia es menor. Son esos medios que cada vez menos gente ve y esos políticos por los que cada vez menos gente vota. En general, lo ocurrido este fin de semana fue excepcional: un país unido, arropando a su Presidenta frente a las amenazas del vecino abusivo. Y ella no nos defraudó. Encabezó la defensa de nuestra soberanía y negoció buscando el menor daño posible. Fueron horas de mucha incertidumbre pero logró salir avante y puso, de nuevo, el nombre de México en alto. 

Pero esto fue apenas una batalla en lo que será una tensa relación con el vecino del norte. Ante lo que se nos avecina, uno de las mejores herramientas en este contexto sigue siendo el Plan México, cuyo pilar central es continuar lo que fue planteado en su momento por el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador: fortalecer la alianza económica en América del Norte como paso previo para consolidar a todo el continente como un bloque económico capaz de hacer contrapeso a la hegemonía asiática. Este enfoque, por supuesto, choca frontalmente con la idea de imponer aranceles entre países de la misma región.

Por eso, la estrategia debe seguir en esa lógica: alinear nuestros objetivos materiales con los objetivos narrativos del showman-en-jefe. Si nuestro plan de desarrollo económico incorpora elementos que Trump pueda presentar como victorias, aunque sean solo discursivas, será sostenible al menos durante los cuatro años que estará en el poder.

Trump es muy consciente de lo que lo llevó a perder la presidencia en 2020. La gestión de la pandemia fue determinante, pero también lo fueron el estancamiento económico y el alza en los precios. Esos fracasos le hicieron perder el control de la narrativa de "ganador" que lo caracteriza. Y aunque una parte de su electorado le es siempre fiel, otra lo abandonó ante la adversidad.

Hoy, aunque el contexto ha cambiado, sus prioridades son las mismas: controlar la narrativa a toda costa. Es difícil sostener que está haciendo un excelente trabajo si la inflación se dispara, los precios suben y los salarios no. Por eso, antes de hacer realidad la amenaza de los aranceles, prefiere llevarse una victoria simbólica: reforzar su narrativa anti-inmigrante y anti-drogas.

Su discurso proteccionista anti-déficit, cuya pieza clave son los aranceles, queda en segundo plano porque el riesgo de una guerra comercial con sus principales socios es mayor que los beneficios de cumplir esa promesa. Ya en su primer mandato demostró que, si hay un país con el que está dispuesto a entrar en una guerra arancelaria, es China. Y esta semana siguió en esa línea al poner un 10% de aranceles en sus productos. Sin embargo, contra México y Canadá la amenaza fue del 25%, un número tan alto que lo hace poco viable.

En este sentido, sostengo que la amenaza de los aranceles es, en el fondo, una versión más sutil de una amenaza militar. La lógica es la misma: usar el miedo al uso de la fuerza para obtener una negociación favorable. Pero la verdadera estrategia de Trump no es económica, sino mediática: necesita victorias rápidas que le permitan sostener la narrativa de que está restaurando la grandeza de su país.

Esto no significa que sea inofensivo. Como he sostenido en artículos anteriores, el elemento más dañino del trumpismo es su poder narrativo. Su brutalidad cínica y desvergonzada ha cambiado el sentido común dentro y fuera de EE.UU. Lo que antes considerábamos impensable, hoy se ha normalizado. Y esa, quizá, sea la batalla más peligrosa de todas.