Susana Cepeda Islas

Nuestro entorno se encuentra en una situación complicada, debido a que enfrenta altos niveles de conflicto en todos los ámbitos. Somos, en su mayoría ciudadanos que no hemos pensado en el orden, el cual no tiene un lugar relevante en nuestras vidas. Voy a ser categórica al afirmar que no hay lugar para él. Más bien, somos aficionados al desorden. Lo enfrentamos cuando acudimos a una institución pública a solicitar un servicio y se nos otorga mediante un jugoso soborno; cuando transitamos por una calle saturada por el tráfico y aparece un conductor que se cree muy listo y quiere ganar el paso; en el hogar, cuando acumulamos trastos sucios en el fregadero o en el dormitorio dejamos la cama sin tender por varios días, con la ropa regada por donde quiera. El peligro de tener este tipo de conductas es que nos acostumbramos a vivir en el desorden. 

El orden es necesario, porque no es únicamente una cuestión estética o de limpieza, sino una forma de vida que refleja disciplina, respeto y compromiso con uno mismo y con los demás. Una cultura del orden nos permite organizar el tiempo, los espacios y las prioridades, logrando que nuestras acciones sean más claras y efectivas. Sin embargo, en sociedades donde predomina la prisa o la improvisación, el orden suele percibirse como una carga, cuando en realidad es un aliado de la libertad y el bienestar.

Siempre se ha dicho que el conjunto de valores, creencias, normas y comportamientos definen la forma de ser de una persona. Estos elementos operan de forma interna y se manifiestan cotidianamente en el entorno externo. Es lo que reflejamos con nuestra conducta; por ello, fomentar la cultura del orden comienza en lo personal.

Es tan fácil mantener un espacio limpio, la agenda de actividades clara para iniciar nuestras rutinas de manera equilibrada y organizada para evitar dejar de hacer lo importante. Hacerlo de esta manera nos da tranquilidad y la energía necesaria para enfrentar el día. Es importante resaltar que no se trata de ser personas rígidas, sino al contrario, de generar hábitos que nos permitan distinguir lo esencial de lo accesorio, evitando el caos y la dispersión.

El verdadero valor del orden está en que no limita, al contrario, nos abre un sinfín de excelentes posibilidades. Un entorno ordenado reduce el estrés, facilita la creatividad y permite dedicar tiempo a lo que realmente importa. Por eso, fomentar esta cultura implica educar con el ejemplo, cultivar la responsabilidad y comprender que cada acción, por pequeña que sea, contribuye en el bienestar colectivo.

Practiquemos el orden en todos los ámbitos que frecuentamos, es importante empezar con nuestra persona, en la familia, en la educación escolar, en lo laboral, en lo profesional, con nuestros familiares, con los amigos, en los espacios públicos, no olvidemos que los valores que coadyuvan con la cultura del orden son la responsabilidad, el respeto y la disciplina.

En definitiva, el orden es esencial en la vida comunitaria, porque ayuda a fortalecer la confianza y el respeto mutuo. Reitero, el orden es más que un buen hábito, es una cualidad primordial en las personas porque es una forma de respeto hacia la vida. Adoptarlo y transmitirlo es una manera de construir comunidades más armónicas, responsables y humanas ¡Fomentemos la cultura del orden!