Haidé Serrano

Hoy es fácil ver a nuestro alrededor y más allá a miles de mujeres exitosas. Gozan de familia, propiedades, fama, amigas, dinero, prestigio, hijas, hijos e hijes, empresas, liderazgo y salud. Muchas de ellas tienen un inventario enorme de triunfos. Mujeres, sobre todo las heterosexuales que, aun teniendo todo aquello, se sienten incompletas e infelices. ¿Por qué? Porque no tienen un hombre a su lado.

En esta sociedad y en este tiempo las conversaciones de algunas mujeres siguen centradas en si tenemos pareja o novio; si salimos ya con alguien; si nos vamos a casar; si la cita de Tinder se concretó en algo serio; si queremos “rehacer” nuestra vida después de un divorcio.

La escritora Shulamit Firestone, y una de las principales teóricas del feminismo radical dijo: “en una sociedad dirigida por hombres que define a las mujeres como una clase inferior y parasitaria, una mujer que no obtiene la aprobación del hombre en cierto modo está condenada”.

Nos hemos creído esa mentira de que gozando del amor de un hombre estaríamos completas. Que nuestra realización sería realidad si un hombre está a nuestro lado. Y este embuste nos limitó para apreciar la diversidad de logros que tenemos a nuestro alrededor. Centradas como hemos estado en conseguir la aprobación masculina, nos hemos olvidado del amor más importante que podemos construir: el amor a nosotras mismas.

Las feministas de la Segunda Ola se dieron cuenta de esta insatisfacción y propusieron una idea revolucionaria: el amor propio. Un amor que está a nuestra disposición. Un amor necesario. Ese amor que nos dijeron que sólo podríamos encontrar en el otro, ese otro que ha sido, de acuerdo con esta arcaica idea, exclusivamente un hombre, y que, en muchas ocasiones, sólo decepcionó.

Gloria Steim en su libro “Revolución desde dentro” (1993), escribió que, «como otras personas adictas, muchas de nosotras estamos en estado de negación: seguimos creyendo que podemos hallar el resto de nosotras mismas en una sustancia extraña; es decir, en el cuerpo y la mente de otra persona».

Es necesario desaprender estas ideas patriarcales que nos alejan de miles de alegrías cotidianas. Es preciso revisar nuestro inventario de ganancias más allá del “amor romántico” de los hombres para reconocer que el amor y la felicidad está también en otros lados. Y también es muy importante revalorar a las personas que nos rodean.

Pero lo central es el amor a nosotras mismas. Porque amarse a una misma es una rebeldía, es emprender un camino de autodescubrimiento, que también puede ser alcanzar el sueño de las princesas, pero un sueño en versión feminista, “convertirnos en el hombre con quien quisiéramos casarnos”.