Haidé Serrano

Hace unos días recibí una llamada telefónica de un amigo, quien después de saludar, preguntar por la salud, me espetó su opinión sobre uno de mis artículos. Para él, la primera mitad le pareció adecuada, pero la segunda había arruinado el texto porque era “panfletaria” (refiriéndose a la perspectiva de género y al feminismo). Aún con paciencia, le respondí que justo ese es el tema de mis reflexiones, el feminismo, además de que así se llama mi columna. Insistió. Ahora añadiendo cómo debió ser ese artículo. “Tal vez hubieras querido leer otro texto”, le respondí, y que sería buena idea que él mismo lo escribiera, pues el mío cumplía su misión en cuanto a la perspectiva feminista. ¡Continuó! Ahora “explicándome” paternalmente porqué estoy equivocada en cuanto al feminismo, que es una moda y que pasará como ha sucedido con otras formas de pensar. Ya con menos tolerancia, le respondí que su “mansplaining” era deficiente pues no ha leído un sólo libro acerca del feminismo. Oídos sordos.

Este término, “mansplaining”, definido así por primera vez por la escritora Rebecca Solnit en su artículo y libro “Los hombres me explican cosas” une las palabras en inglés “man” (hombre) y “explaining” (explicando), “en alusión a este fenómeno: cuando un hombre explica algo a una mujer, lo hace de manera condescendiente, porque, con independencia de cuánto sepa sobre el tema, siempre asume que sabe más que ella”.

Estas maneras de relacionarse con las mujeres son violencias machistas y forman parte de las diversas formas que emplean los hombres para reafirmar las relaciones de poder. Sus “machoexplicaciones” abarcan todos los ámbitos. Son explicadores de todo y en todo se sienten expertos. Y, por supuesto, nos consideran a las mujeres, sólo por ser mujeres, ignorantes y necesitadas de escuchar su “gran sabiduría y conocimiento”.

Las mujeres, que hemos escuchado desde niñas que “calladitas nos vemos más bonitas”, preferimos en ocasiones no dar esa batalla y dejar que el macho se explique a sus anchas, aunque sepamos que está equivocado. Hemos desarrollado esa tolerancia para dejarlo “creer” en su superioridad y no discutir.

En su libro “Machismos cotidianos”, las autoras Claudia de la Garza y Eréndira Derbez definen este machismo como “manxplicar”, <<cuando un hombre siente la necesidad de explicar algo a una mujer sin que ella se lo pida>>.

A mí me sigue sorprendiendo la seguridad de esos machos, la superioridad con la que se expresan. El arrojo para espetar sus comentarios. La soberbia para ni siquiera dudar de sus opiniones. La sordera que les impide escuchar a su contraparte.

Y luego, ¡pum! ¡se quieren victimizar! “¿Ya no puedo decir mi opinión?”, preguntan. No, no se trata de no expresar las opiniones. Somos libres de hacerlo. Contrarias o a favor. Pero, sus opiniones: ¿fueron solicitadas?, ¿son necesarias?, ¿a quién le importan?

La identificación de estas violencias machistas recurrentes es muy importante porque así las podemos ir derribando. Primero, tomando conciencia de esas opiniones no solicitadas, que en su mayoría son negativas y quieren socavar, una vez más, nuestra autoestima. Y después, haciéndole saber a los machos que no les queremos escuchar, a menos que lo pidamos.

Fue gracias a que Solnit habló por primera vez de esta violencia machista que yo conocí el término. Me alegra mucho que las feministas expresen experiencias que nos son comunes a muchas mujeres, especialmente las que nos lastiman. Es la toma de conciencia sobre la violencia machista en la que estamos inmersas todas, todos y todes, el primer paso para salir de ella, como víctimas y como victimarios.