Rubén Aguilar Valenzuela
Un corresponsal extranjero, al que quiero mucho, somos amigos desde la guerra en El Salvador, esos años trabajamos juntos, cubrió para su agencia los años en los que gobernó el presidente Hugo Chávez en Venezuela.

Conoce muy bien América Latina y el Caribe, ha estado en muchos de sus países en coberturas noticiosas, sobre todo en procesos electorales. Me comparte unas notas sobre cómo operaba un programa noticioso del régimen. Es un testimonio que vale la pena se conozca:

"Cada vez más las conferencias mañaneras se parecen al programa nocturno La Hojilla de Venezuela (2004-2014), donde el conductor, Mario Silva, un paramilitar del partido gobernante, divulgaba en lenguaje soez información de espionaje que le filtraba el propio presidente Chávez. Hojilla en Venezuela se le llama a las famosas hojas de afeitar Gillette, y el logo del programa era una navaja con los colores de la bandera venezolana.

Con el tiempo, el propio presidente llamaba al programa cerca de la medianoche para hacer anuncios inesperados, entre plática informal y carcajadas. Por ejemplo, en una llamada se le ocurrió que tenía que "enviar a descansar" al vicepresidente José Vicente Rangel, y que lo mejor era reemplazarlo, todo en un tono informal, como una ocurrencia en ese momento, pero quien hablaba era el presidente.

En otra ocasión llamó para anunciar que desplegaba 20 batallones blindados a la frontera con Colombia, sin explicar cuántas tropas eran, ni cuántos vehículos militares, pura faramalla. A esa hora de la noche yo tenía que lidiar con mis colegas traductores en Washington y París que no entendían nada y pensaban que estaban a punto de una guerra entre los dos países. Pura payasada y falta de respeto, como hoy, que el presidente puso a todo el país a escuchar música norteña de migrantes.

La Hojilla tenía a la prensa bajo acoso. Cualquier investigación periodística ponía el foco en el periodista y no en la información, los ataques eran personales, nunca daban sus fuentes. Cuando recién llegué a Caracas en 2004 era una novedad. Me llamó la atención el programa, que había comentado una de mis notas por la noche. A la mañana siguiente, cuando pregunté a los colegas venezolanos veteranos, me dijeron: "Ten cuidado con ese tipo (Mario Silva), es un policía, un agente de inteligencia".

Un día este supuesto periodista, que era un policía, llegó al restaurante donde yo comía, a dos cuadras de mi oficina. Allí llegaban líderes de la oposición, y el dueño, un viejo muy noble, me tomó cariño y me los presentaba. "Coño tu trabajo es muy arrecho (difícil)", me decía y me daban tips y novedades.

Para entrar había que tocar una ventanilla y si eras cliente te abrían, si no, no. Silva llegó con sus guardaespaldas. Pidió un whisky 18 años. No había. "Coño, ¿y que toman estos escuálidos aquí?", fanfarroneó. Todos guardaron silencio, era muy temido. "Entonces dame esa gasolina de 12 años", alardeó.  La Guacamaya era un restaurante español pequeño, de unas ocho mesas. El dueño era un gallego que había sido chef del Palacio Miraflores y había atendido al presidente francés  Charles de Gaulle".

Mi amigo termina su nota en referencia a la mañanera del presidente López Obrador: "Lamentable. Condolencias. Abrazo".