Rubén Aguilar Valenzuela
El resultado electoral del día de ayer habla de una sociedad que se decidió a defender la democracia, la Constitución, las instituciones de la República y la vigencia del Estado de Derecho.

Se expresó en contra de la polarización y división social que impulsa el presidente López Obrador y también en contra de su proyecto de la restauración del presidencialismo autoritario de los años setenta.

No es un voto a favor de las deficiencias terribles del pasado como la corrupción y la frivolidad, y sí porque el sistema democrático amenazado por el presidente se mantenga.

Ha sido un voto a favor del respeto a la Constitución, que una y otra vez desprecia el presidente, por la real división de los poderes y por la existencia de los órganos autónomos.

Y también por la vigencia del federalismo y en contra de la República central que pretende instaurar el presidente donde todos los gobernadores se le sometan.

Es un voto a favor de la unidad y el fin de las campañas de odio organizadas desde Palacio Nacional. Es un voto a favor de la convivencia pacífica en la que todas las voces sean escuchadas.

El pueblo que ayer se expresó con su voto, para quitar poder al presidente y su partido, que es un apéndice de él, quiere un cambio real no de discurso.

Las y los electores fueron capaces de distinguir entre el proyecto de construcción de la democracia que debe seguir avanzando, por imperfecto que sea, y los vicios de los partidos de la oposición.

Estos deben tener muy claro que no se votó por ellos, pero sí por la democracia y el Estado de derecho permanentemente violentados por el presidente. Es un no a su autoritarismo.

La ciudadanía se sintió convocada a poner un alto al discurso y la manera de gobernar del presidente. Fue un voto que va más allá del castigo. Es por la República amenazada por un falso mesías.

De inmediato los partidos que se asumen como oposición deben iniciar su transformación, para convertirse en reales alternativas. Para ser elegidos por sus propuestas y no por un estado de excepción.

Esos partidos renovados, que no dan lugar a la corrupción y la frivolidad, deben ir unidos, ahora con más fuerza, a la elección de 2024.

Desde ya se debe de empezar a trabajar en la coalición, para en la próxima elección poner fin a la pesadilla del gobierno de López Obrador y los riesgos que implica, para la democracia mexicana.