Rubén Aguilar Valenzuela
El candidato López Obrador llegó a la presidencia de la República por la existencia de un sistema político democrático que contó los votos y, al tener más que sus adversarios, le reconoció su victoria.

Costó décadas construir ese sistema para dejar atrás el régimen autoritario que surge al término de la Revolución Mexicana, que por ochenta años y de manera ininterrumpida, gobernó un partido de Estado.

En 18 años como candidato, el ahora presidente se hizo popular y creció como un político opositor a través del espacio que le dieron los medios. Sin ellos nunca hubiera podido llegar al lugar donde ahora está.

Él, para acusar y descalificar a los gobiernos a los que se oponía, utilizó las investigaciones y denuncias que en su momento hicieron periodistas y medios. Siempre utilizó su trabajo. Ahora lo desconoce o niega.

Todos los días, el presidente ya desde el poder violenta el derecho a la libertad de expresión. Las comparecencias mañaneras, la guillotina que ha instalado en Palacio Nacional, la utiliza para pasar a cuchillo a los medios que lo critican.
 
En su versión, el buen periodismo es el que lo alaba. A los periodistas y medios libres y críticos los acusa de ser sus enemigos. No lo son. Sólo cumplen con su trabajo profesional. El uso de este calificativo tiene una clara intención política.

Su verborrea contra los medios que no le son afines revela a un político autoritario y antidemocrático incapaz de tolerar la más mínima crítica. Muestra a un hombre inseguro que pierde compostura cuando no se le alaba y reconoce. Cuando no se piensa como él, que se asume como un enviado de los dioses para transformar el país.

El presidente insulta, pero nunca argumenta. No ofrece información que demuestre que los periodistas o los medios no tienen la razón de lo que dicen. Es una reacción visceral y emocional. Nunca racional.

En una sociedad democrática, que los periodistas y los medios ejerzan la libertad de expresión no los convierte, como los califica el presidente, en opositores. Sí en actores que hacen valer su derecho a decir lo que piensan.

La libertad de expresión es un derecho humano fundamental de todo sistema democrático y no una concesión del poder. Es también un instrumento poderoso de contrapeso al ejercicio del poder político.

Esta libertad protege la circulación abierta de la información y las opiniones de todos los actores sociales aunque éstas no gusten o se consideren injustas. El poder las debe aguantar y no descalificar.

En la medida que pasan los meses, el presidente intensifica el tono agresivo en contra de los periodistas y medios que no le son afines. No admite que alguien piense diferente. Todos deben coincidir en su visión única y maniquea del mundo. No hay otra.

Desde la tribuna o el púlpito de su comparecencia mañanera –que no cumple con los estándares de una conferencia de prensa– injuria, amenaza y calumnia a los periodistas y medios que no le rinden pleitesía.

La palabra del presidente cuenta e influye. Con sus insultos y descalificaciones se propone, desde la máxima tribuna del poder, intimidar a quien ejerce su derecho a la libertad de expresión. Los quiere callar.

Es un trabajo permanente de zapa al periodismo libre y crítico; utiliza el lenguaje propio de los regímenes autoritarios e incluso dictatoriales.

Sus insultos y descalificaciones abonan al riesgo del ejercicio del periodismo en el país del mundo donde más se asesina a quienes ejercen esta función social.

Con su actitud y su discurso abre el camino para que otros poderes del Estado, y los diversos niveles del Poder Ejecutivo, sigan su ejemplo. ¿Si él agrede y descalifica a los medios por qué no un gobernador o un presidente municipal?

Ante el enorme poder del presidente, hay periodistas y medios que han sucumbido al miedo y han dejado de criticar. La mayoría ha sido benevolente con él si se compara con la crítica de los medios a los tres últimos presidentes.

No cuestionan sus constantes medias verdades, francas mentiras y otros datos, sin nunca citar la fuente. Los medios difunden los dichos del presidente sin advertir a las audiencias que son falsos. 

Hay, con todo, periodistas y medios que han decidido mantener a toda costa el derecho de la libertad de expresión, que defienden con su trabajo de todos los días.

Son conscientes de que no es una conquista para siempre, sino una tarea permanente. Lo hacen sabiendo que por la mañana, con todo el poder del Estado, el presidente se irá en su contra.

Y saben bien, lo viven en carne propia, que en el México gobernado por López Obrador cuesta cada vez más ejercer la libertad de expresión. El hombre más poderoso del país ha decidido violentarla de manera sistemática.
Ilustración: Belén García Monroy