Héctor A. Gil Müller

En su brillante libro “Cómo mueren las democracias” los profesores Steven Levistsky y Daniel Ziblatt describen como el principal riesgo para el modelo democrático está en las mismas urnas, en las elecciones. Nuestras decisiones democráticas la están haciendo fracasar. En 1988, citan los autores, una lugareña del estado natal de Chávez en Venezuela afirmaba a los principales medios de comunicación: “La democracia está infectada y Chávez es el único antibiótico que tenemos”.

Pensar que la democracia se mantiene solo por la obtención de una mayoría de votos es afirmar que la ciencia médica se alcanza solo porque el paciente se cure, es decir la consecuencia es más que sólo el resultado. Nos acercamos peligrosamente a un cambio de tablero en la interpretación que tenemos de lo político, donde si bien se había llegado a “excesos criticables” también se había madurado al fijar los linderos de la conducción de un modelo. Empezar a tomar decisiones basadas en el buen criterio y no en la ley, resulta rápido, pero tendríamos entonces un rey, seríamos incapaces de transmitir en el tiempo la potestad y nuestra confianza estaría en las personas y no en las instituciones. Migrar de las instituciones a las opiniones da al traste con el avance y madurez, confiar en exceso en el hombre no es bueno. Pero nos confundimos pensando que teníamos el gobierno que merecíamos en lugar de construir el gobierno que necesitamos.

Es muy peligroso asumir que tenemos una corrupción lamentable por culpa de las leyes y de las instituciones, eso es un error, la corrupción, el ilícito, el enriquecimiento ilegal con el fruto del trabajo de otro es resultado de las personas que pervierten el modelo. El delito no existe porque exista la policía. La solución a la corrupción está en el apego a las normas, así como la buena educación se manifiesta por el apego a las buenas costumbres y modales, así también en la función.

Las generaciones que vienen desprecian los poderes absolutos, la existencia de los micro poderes suple la voluntad única, pero al mismo tiempo pareciera que busca desesperadamente la disciplina, los regímenes totalitarios, de decisiones absolutas y sobre todo de cambios se presentan cada vez con mayor intensidad.

Este fenómeno se está replicando peligrosamente en el mundo, donde la toma de decisiones dista mucho de ser política; el cierre del gobierno americano como amenaza, la disminución de los derechos humanos en Brasil, las decisiones europeas en Inglaterra, entre muchos otros reflejan que nuestra manera de entender la política está cambiando. ¿Son nuestras decisiones?, ¿Es nuestra indecisión?, no hay suficientes respuestas aun, incluso algunos no tienen formuladas las preguntas.

México asumió ciertas decisiones de estado, como el aeropuerto capitalino o las políticas públicas de los programas sociales, en un ejercicio de mayorías, pero no legitimado, la decisión era previsible. La democracia es el gobierno de las mayorías con respeto a las minorías. Pero la decisión de muchos no justifica el sentido de la misma, seguramente si se hubiese preguntado a cada judío reunido en el enjuiciamiento de Cristo, el resultado sería diferente del que la turba enojada gritaba.