Héctor Reyes
Saltillo llegó al 447 aniversario de su fundación como la capital más segura de México y con una de las mejores policías, además de destacar a nivel nacional en calidad de vida, competitividad, formalidad laboral y generación de empleos.
De Durango vinieron los conquistadores, encabezados por el joven capitán portugués Albero do Canto. Saltillo se fundó en el año 1577, con el nombre de Villa de Santiago del Saltillo.
Sus pobladores se dedicaban a la siembra del trigo y a la crianza de ganado menor.
Durante varias décadas Saltillo se constituyó como la puerta del avance español al noreste.
Saltillo está donde hay expertos en carne asada, aquí nos encanta el pan de pulque, últimamente a un servidor, el de Mora Pan, además de los tamales, el cabrito, la cajeta de membrillo, los higos, las manzanas recién cortadas (aunque un servidor es alérgico) los dulces de nuez de la calle de Salazar, diría mi compadre Homero Hernández y la leche quemada.
Aquí, nos acostumbran a desayunar barbacoa y menudo los domingos, aunque llega cierta edad que debemos de calmar ese placer culinario.
Saltillo es el lugar donde se ven las montañas y de cerquita el cielo… Además tiene unos atardeceres de ensueño.
Aquí el clima sigue siendo ideal a diferencia de muchas partes y el olor a tierra mojada es único. Saltillo es donde hablamos golpeado y miramos de frente, pero con un gran corazón.
En Saltillo decimos, “vamos pa arriba o pa abajo”, pero siempre llegamos a nuestro destino. Aquí hacemos las cosas con amor, siempre pensamos en la familia, aquí trabajamos muy en serio por el desarrollo de la ciudad.
Aquí nos enseñaron que la economía se debe de mover, por eso nos levantamos temprano, además, hemos crecido con los de aquí…y con los de fuera.
Saltillo es sin duda, el mejor lugar para vivir. Cerca de todo, lejos de nadie.
Y como dice mi amigo Francisco Tobias: Saltillense, único gentilicio que debe de escribirse con mayúscula.
Retomo unas palabras de un escrito de Don Armando Fuentes Aguirre, “Catón”, el cual, como muchos de nosotros es un enamorado de esta bella ciudad:
“A Saltillo la hicieron indios y españoles. Venían del desierto, y se toparon de pronto con un oasis que tenía en el medio un salto de agua pequeñito. De ahí el nombre: Saltillo. Etimología de a dos por cinco, es cierto, pero díganme ustedes una mejor. Sigue fluyendo todavía el cristalino manantial, aunque mi ciudad, de raza colonial, se ha modernizado, y es ahora gran capital automotriz. Conserva, sin embargo,
su raíz cultural, que hizo que Saltillo fuera llamada “la Atenas de México”.
“Alguien consideró exagerada esa denominación, pero yo vi en Grecia un letrero que decía: “Atenas: el Saltillo de Europa”.
Mi ciudad tiene una catedral que, si yo fuera obispo, cobraría por verla. Tiene montañas que la rodean en amoroso abrazo, y crepúsculos que parecen anuncios de publicidad de Dios.
En Saltillo se hacen sarapes que cogen todo el sol del mundo, y todos los arco iris, y los obligan a quedarse quietecitos en sus pliegues, lujo sobre el lujo del piano alemán con candelabros. Y tiene Saltillo una alameda que ha puesto prólogo a todos los amores saltilleros.
Si esa alameda pudiera hablar ¡ah, cuántas cosas se callaría!.
El otro día soñé que llegaba a las puertas del Cielo. Me formaba en la fila de los que esperaban entrar en la morada de la eterna bienaventuranza.
San Pedro, el portero celestial, interrogaba a los recién llegados:“¿De dónde vienes?”. “De Roma”. “Está bien, pasa. ¿Y tú?”. “Yo vengo de Florencia”. “Puedes pasar. ¿Y tú?”. “Yo vengo de Paris”. “Pasa también”. Y que me llegaba el turno y el buen portero me preguntaba: “Y tú ¿de dónde vienes? Yo respondía: “De Saltillo”. Entonces San Pedro, preocupado, se rascaba la calva y me decía: “Ah, caray, señor, pues pase usted, a ver si le gusta esto que tenemos”.
¡Felicidades Saltillo!
Buen fin de semana, la frase: “Todo llega, para quien sabe esperar”.
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