Francisco Tobías

En esta ocasión te platico que entre los años de 1978 y 1980, la radio dio un anuncio que estremeció a la comunidad de Derramadero, municipio de Saltillo. Un hombre había fallecido en un accidente, atropellado por una maestra. Tres días después del suceso, familiares del occiso fueron a identificar el cuerpo, ya que esperaban a un tío que venía de la frontera de Laredo, Texas. Tres de sus sobrinas lo identificaron como Santiago García.

Familiar de la maestra del ejido, había sido atropellado por otra profesora aquí en la ciudad de Saltillo. A los familiares les preguntaron que si podían otorgar el perdón; manifestaron no tener nada en contra de la conductora, solo pidieron que se hiciera cargo de los gastos funerarios.

Quien fuera el Comisario Ejidal Manuel Ulloa, mejor conocido como Chelelo, se encargó de llamar a la parentela del atropellado, para informarles de la tragedia acontecida a Santiago. Los familiares empezaron a arribar. Los que estaban en la ciudad, acudieron pronto y, ya en el velorio, que fue en casa de la prima Luciana, como a las tres de la mañana, justo cuando todos rezaban el Rosario, llegaron los familiares que radicaban en Laredo.

Con ellos venía una persona. El silencio se apoderó del recinto. De repente se generó un murmullo, y hubo desmayados. Uno que otro de los asistentes, asustados, salieron corriendo de la casa como si hubieran visto entrar al mismísimo diablo. Algunos gritaban: “Ahí viene Chago”; otros exclamaban: “Se levantó de la caja”. Hubo quienes dijeron: “El muerto se levantó”, mientras que los familiares expresaban: “El tío Santiago se salió de la caja”.

Imperaba la confusión. El miedo se apoderó de todos. Cuando al fin la calma comenzó a asomarse, se dieron cuenta que efectivamente el que caminaba era Santiago, sí, Santiago, quien fue invitado a su mismo velorio. Señoras y señores, Santiago estaba vivito y coleando.

Había una explicación para la confusión: los familiares que acompañaban a Santiago habían entendido que el muertito era el tío Jesús, hermano mayor de Santiago.

Dicen que Santiago, ya cuando la situación se aclaró, le preguntó a Luciana: ¿También me lloraste tú?, a lo que ella contestó: “Anda, canijo, ni la llorada que te eché”.

En realidad nunca se supo quién era el muertito. A esa hora de la madrugada fue llevado nuevamente a la cabecera municipal de Saltillo para ser entregado a las autoridades, con todo y la caja de lujo que la maestra había comprado. Nadie reclamó el cuerpo: la incógnita sigue hoy en día. Nadie sabe cómo se llamaba el muerto.

Así es, amigos y amigas, una anécdota más de nuestro hermoso Saltillo, donde solo aquí, sí, solo aquí en Saltillo, los vivos son invitados a su propio velorio. Esta es una anécdota que vale la pena recordar.