Xavier Díez de Urdanivia

La ventaja de contar con unos días para ver y analizar los primeros efectos de un acontecimiento, como la marcha del pasado domingo, es que se pueden evaluar las reacciones inmediatas y proyectarlas para vislumbrar sus consecuencias ulteriores, presumiblemente las más relevantes y trascendentes.

Una semana después de esa expresión decidida de la sociedad civil frente a un tema respecto del cual no suele participar activamente más allá de las elecciones, es posible formular algunos comentarios.

En primer lugar, conviene decir que el éxito de la marcha fue rotundo en cuanto se refiere a su objetivo explícito: evitar que se tocara el INE conforme lo pretendía el presidente AMLO.

Ese logro tuvo como beneficio adicional, implícito, dejar claro al grupo en el poder que, si no respeta los límites y equilibrios que las leyes señalan, estará siempre dispuesto a enfrentarlo para regresarlo al redil.

En este punto, conviene no bajar la guardia, porque es conocida la tozudez del presidente, lo que hace previsible que él insista en hacer los cambios que quiere y necesita para alterar el orden político de la legitimidad democrática, para hacerse del poder de forma permanente, conservando apariencias de democracia.

En segundo lugar, la cadena inmediata de reacciones que mostró el presidente ante el innegable mérito de la multitudinaria manifestación confirmó, por si hiciera falta, su inmadurez y la inconsistencia de su ética política.

Después de haber reconocido que la reforma constitucional no pasaría, insistió en que sería hecha por la vía de las leyes secundarias, mostrando una vez más el desprecio por la constitución y el orden jurídico.

Cuando, de inmediato, cayó en la cuenta de que eso tampoco podría ser, su talante impulsivo lo llevó a encontrar un pretexto para pretender ridiculizar la experiencia social: organizar su propia marca, que él mismo encabezará. Su reacción, infantil, irracional y visceral, no es digna de un jefe de estado.

En cualquier caso, será irrelevante el número de asistentes a la “contramarcha”; el discurso va a girar en torno a un “músculo social” pretendidamente mayor, apoyado con acarreos y recursos que no existieron en apoyo de la marcha del domingo pasado, que fue una expresión exitosa porque no contó con apoyo oficial alguno, y en cambio tuvo que vencer muchos obstáculos puestos en el camino por las autoridades.

Así y todo, es muy importante contener la euforia, porque desgasta y tiende a disipar las energías. Si se quiere ganar la batalla, no hay que olvidar que el verdadero objetivo es la elección de 2024. Ya, en ese camino, las actitudes ante el evento produjeron acercamientos que, según parece, permitirán rescatar la alianza tripartita PAN-PRI-PRD, rota por las veleidades atribuidas a la dirigencia priista, tan vapuleada por su postura en la reforma sobre la Guardia Nacional.

Resta por expresar la esperanza de que no sea la marcha que vimos un desahogo efímero, sino un despertar decidido y duradero, porque hará falta una actitud cívica valiente frente a las medidas y reacciones posteriores del grupo que detenta el poder para no perderlo.

Ya se dijo y se refrenda: la voz es de la sociedad civil, también la actitud. Si los partidos políticos quieren renovarse y refrescar su ejercicio en la política mexicana, tendrán que seguir sus pasos, dejando atrás la demagogia y las prácticas corruptas. No hay más.