Xavier Díez de Urdanivia

Por fin se llegó el día en que, abriéndose paso entre una punzante maraña de insultos y pretendidas descalificaciones, la sociedad mexicana decidió salir a la calle para expresar su repudio a las medidas urdidas para someter a los controles del poder público la promoción, vigilancia y conducción de los procesos electorales, muy significativamente eliminando los escollos institucionales, especialmente el más representativo del proceso de democratización. El escenario será el país entero y el guión muy conciso y claro: El INE no se toca.

La sociedad civil, esa porción de la patria viva que no forma parte del poder político o económico, ha optado por tomar las calles, con orden y pacíficamente, para expresar enérgicamente su oposición a la descarada intención de romper la resistencia que el INE opone al autoritarismo que ha querido auto nombrarse “cuarta transformación”.

Como se ha visto, la sola expectativa del evento ha ocasionado una reacción a la defensiva que se ha caracterizado por estar plagada de gestos y gritos para proferir insultos, sarcasmos e ironías que querían ser ingeniosas refutaciones, para quedar nada más en ridículas repeticiones de un guión gastado, vacío y sin más sentido que la injuria y una pretendida descalificación inválida, de las que llaman “ad personam” porque quieren desviar la atención de lo que se arguye a la persona de quien arguye y no, como debería ser, en lo que ella dice, porque contra esto no se tiene argumento.

Al mago de las falacias y los “otros datos”, a fuer de usarlo en exceso y sin sentido, se le acabó el parque del engaño lógico y (aparentemente) racional, lo que no deja de ser preocupante, porque nadie quiere ver activado contra las personas defensoras de la democracia, ese otro parque tienen en sus manos las fuerzas públicas y todo ese aparato que se ha construido con el pretexto de resolver los problemas de seguridad pública, para sólo atestiguar pasivamente -si no es que protegiendo, como sospechan algunos- las actividades delictivas que flagrantemente cunden por todas partes. Es de esperarse que, en ésta y cualquier otra circunstancia, el poder coactivo del Gobierno se mantenga de lado correcto y no se decante por la represión
ilegítima.

Así y todo, es tiempo de definiciones y la sociedad, que en algún momento y desde alguna cota imprecisa dejó de ser “pueblo bueno y sabio”, se ha visto impelida por las circunstancias a abandonar su talante aparentemente pasivo, para levantar la voz y tomar la calle, haciendo sentir el reclamo de la gran mayoría: No se permiten retrocesos en el camino, siempre inacabado, de construir los espacios necesarios para que tenga lugar el florecimiento de la democracia y se puedan preservar y enriquecer los derechos y las libertades.

El INE, hay que insistir en ello, no es varita mágica ni factótum del que dependa la democracia, pero es un instrumento que, bien manejado, ha sido muy útil para avanzar en ella y mantener lo logrado. Su defensa es por eso más que simbólica, y constituye un ejercicio de contención al sempiterno poder que quiere enquistarse, prevalecer y expandirse.

Eso no es permisible y, frente a la imposibilidad del diálogo racional y de buena fe, sólo queda, por lo pronto, el argumento de tomar la calle, cosa de la que abusó, creyéndose poseedor exclusivo de ella, el propio AMLO.

Hoy, revertido su método, es preciso tener presente que será una pugna duradera, no necesariamente limpia, y previsiblemente pródiga en engaños y señuelos, porque, pase lo que pase, el presidente no cejará en su empeño.

Copiosas o no, las marchas verán satisfecho su afán inmediato cuando, en las cámaras federales y los congresos locales, sea derrotado este asedio; enderezar la ruta para evitar retrocesos, sin embargo, requerirá determinación, cohesión sólida y tesón sostenidos. 

La sociedad civil, el verdadero pueblo, tiene la palabra. Si los partidos políticos quieren subsistir, tendrán que seguir sus pasos, sin demagogia y con más humildad.