Xavier Díez de Urdanivia

El nuevo año despunta con nada buenos augurios, y no sólo a causa de la pandemia, que por sí misma ha sido devastadora, sino a un mal que ha hecho presa de muy amplios sectores de la sociedad mexicana: la peculiar idiosincrasia compuesta por una combinación de apatía, sometimiento, oportunismo y desfachatez, que inhibe los comportamientos dignos, individuales y colectivos, que podrían hacer virtuoso lo que hoy es vicio.

Como toda afectación cultural, ese mal no distingue entre gobernantes y gobernados y, en un perfil como ese, es natural encontrar una tendencia a transferir responsabilidades, y nada mejor que hacerlo a un impersonal “Estado”, que así se convierte en un elemento útil para el alivio moral de eliminar las culpas propias, transformándolas en culpas de otro o, en su caso, a los gobernados, las administraciones anteriores o a otras “fuerzas oscuras” de naturaleza siempre imprecisa.

Existe, además, un excesivo pragmatismo materialista que, costa del sentido de lo que es correcto y lo que no conforme a una ética muy elemental, suele definir los rumbos del quehacer, público y privado, hacia la adquisición de satisfactores artificiales que trascienden las verdaderas necesidades humanas, incluido el orden social, que así va quedando perdido en medio de la confusión y la rebatinga.

Las señales son muchas, pero es mayor el esfuerzo empeñado en disimularlas que aquel que se aplica a los esfuerzos por resolver de raíz los problemas que verdaderamente aquejan al país y en él se han vuelto endémicos.

Abundan las falsificaciones, las distorsiones y la simulación, al grado de que en el camino han sido envilecidas, incluso, las más enaltecedoras y nobles causas, volviéndose instrumentos de operación de grandes estafas, el modus vivendi de grupos perfectamente identificados o, cuando menos, identificables.

En la época que corre, el influyente papel de los medios y el impulso de algunos colectivos de la llamada “sociedad civil”, ha contribuido a cambios culturales muy importantes, al grado de que hoy tienen un lugar preponderante en el debate público temas que se habían preterido de él.

Muy nobles causas encuentran eco en nuestros días, pero la penetración nada deleznable en los patrones colectivos de conducta ha abierto también a la puerta de prácticas que en nada se corresponden con la altura de miras de esas causas, dando lugar a distorsiones y falsificaciones que en nada contribuyen al bien colectivo que se dice buscar.

Tal es el caso, por ejemplo, de los derechos fundamentales, cuya procuración ha dado lugar al nacimiento de prácticas y mecanismos que sirven de distractores y encubrimientos inconfesables, lo que no solo deja de lado la satisfacción del derecho de reparación integral de las víctimas genuinas, sino que se presta para el surgimiento de organizaciones que, antes que ver por los remedios y garantías esperados y debidos, generan canales, a veces copiosos, de obtención de fondos y financiamientos con fines más bien personales que de naturaleza altruista y social como se empeñan en hacerlo creer quienes de manera tan ilegítima operan.

Mientras eso ocurre, el deterioro en la vida de quienes más necesitan del apoyo de los demás crece y las violaciones a los derechos humanos crece., aspecto de la corrupción que no se ha abordado, por cierto, en suficiencia, y que demanda ser atendido.

Es claro que este país necesita cambios estructurales de fondo, pero cambios que propicien la participación en la construcción de los bienes y la riqueza social, que tengan una plataforma equitativa, justa, pacífica y ordenada, porque solo así podrá alcanzarse la firmeza y perdurabilidad que la dignidad personal demanda y que no es accesible para quienes han renunciado a ella a cambio de privilegios indebidos y espurios.

Hará falta distinguir entre el “bienestar”, el “bien ser” e incluso el “tener”, en contraposición, para apenas encontrar el rumbo de la decencia, que a fin de cuentas es el vocablo definitorio de la actitud y conducta necesarias para lubricar bien las maquinarias del orden social.

¿Estaremos a tiempo de lograrlo?