Xavier Díez de Urdanivia

Al Estado lo hacen los ciudadanos, no los gobiernos. Si los papeles se invierten es porque algo anda mal. Los antiguos griegos, de cuya cultura tanto se presume que abrevó la mal llamada “civilización occidental”, ponían por ello especial cuidado en formar a los miembros de sus peculiares comunidades.

Lo hacían a través de la “paideia”, palabra cuyo significado es imposible encontrar entre el vocabulario de nuestros días, porque implicaba modelar personas que más allá de saber leer y escribir, se convirtieran en personas civilizadas y cultas, capaces de generar la conciencia de pertenencia a la comunidad y sus raíces, de tal manera que su incorporación a ella fuera plena.

Con la “paideia” se pretendía lograr individuos formados conforme a las tradiciones y saberes propios de su propia comunidad, porque de ello dependía mantenerla viva y floreciente.

Dice Miguel de la Torre en el Diccionario Iberoamericano de Filosofía de la Educación que “la educación en la Atenas de los siglos VI al IV a.C. no era una actividad que pudiera entenderse como una práctica de transmisión de saberes para que el individuo los usara, según su interés o su criterio, ni era tampoco una actividad que entrara en contradicción o fuera inarmónica con lo que la propia ciudad o la vida pública transmitían e inculcaban a sus moradores”.

Llamaban “politeia” al fenómeno integral e integrador de las relaciones sociales en comunidades determinadas, es decir, de sistemas sociales, para decirlo en palabras de hoy, en los que los elementos materiales, intelectuales y culturales estaban integrados y estructurados por normas jurídicas y morales igualmente válidas. Ese era el elemento integrador, en el que jugaba un papel primordial el conjunto, la “politeia”, que sin “paideia” no podría subsistir ni evolucionar.

En términos contemporáneos, diríase precisamente que en la cultura de cada comunidad soberana -autárquica se diría entonces- reside la clave de la unidad de los factores que componen, hoy, el Estado, en los mismos términos en que entonces lo hacía en la “polis”, aunque uno y otra no sean lo mismo.

La sola pertenencia a una comunidad implicaba para sus miembros, como lo implica hoy, la responsabilidad de comportarse en concordancia con los propósitos y estructuras libremente adoptadas por la colectividad en la que permanecen incorporados.

Ese es el núcleo de la cuestión toral de la convivencia, y si se pierde de vista, se pierden la claridad de las perspectivas y, al final, también el rumbo, fragmentándose por la fuerza de las divergencias lo que antes unieron las coincidencias, las que determinaron ese factor invisible, pero perceptible siempre, de querer, juntos, compartir, construyéndolo juntos, el futuro de todos.

México enfrenta circunstancias difíciles que no podrán superarse sin conciencia de pertenencia y voluntad de integración, lo que no significa, ni con mucho, homogeneidad y menos aún hegemonía, sino cohesión en la diversidad.

Sin respeto y un ánimo generoso y solidario que atempere y destierre todo codicioso egoísmo, poco podrá construirse y mucha cercanía al fracaso, que significa extinción, se conseguiría.

En su Manifiesto para una Nueva Ilustración, Emilio Suñé destaca la necesidad de una formación que incorpore las virtudes cívicas que falta desarrollar para conseguir aproximarnos a la aspiración de contar con seres humanos que puedan aproximarnos “al ideal socrático de la virtud a través del conocimiento, del auténtico conocimiento, que al ser capaz de aprehender lo que es el bien, no puede, de ninguna manera, desear el mal. Ya es hora de que sea una especie propiamente humana, alejada culturalmente de su biológica raíz animal, la que por fin pueble la tierra” (en “Filosofía Jurídica y Política de la Nueva Ilustración”, Porrúa; 2009).

Eso dice respecto del mundo, pero bien cabe decirlo, con urgencia, de nuestro país. Cuando todos seamos ciudadanos conscientes y responsables, capaces de construir desde la base las instituciones, y a fin de cuentas, edificar al Estado, y no esperar que las cosas, como dádivas, caigan de “arriba”, otro gallo cantara por estas tierras.