Hubo en México, un Presidente que dijo de su sucesor: “Se preparó muy bien para llegar a ser Presidente, pero no para ser Presidente”. Hoy, con creciente nitidez, reverberan los ecos de aquella voz en los arcanos políticos mexicanos.

A pesar de la frenética acometida del coronavirus, que ha propiciado que se concentre la atención en la pandemia y se dejen de lado otros temas quizás más lacerantes, por todos lados se aprecian dificultades magnificadas por la falta de oficio e incapacidad de gestión.

Uno de los primeros requerimientos del Jefe de Estado es, sin duda, integrar un equipo capaz, moral y técnicamente, de enfrentar los problemas públicos de manera eficiente y eficaz, cosa que en el presente mucho se echa de menos y ha sido puesto, me temo que, con razón, en tela de juicio. ¿La razón? Sus escasos e insatisfactorios frutos.

El muy grave y complejo cúmulo de ramificaciones derivadas de la producción y tráfico de drogas, que tanta descomposición y violencia ha acarreado ha visto recrudecerse en días recientes los violentos enfrentamientos endémicos a lo largo de la frontera norte, desde Tijuana hasta Tamaulipas, y en el centro, el altiplano, los litorales y el sur del país, sin que haya visos siquiera de que tal problema se acerque a una solución.

Lejos de mejorar, las expectativas se avizoran complicadas porque es bien sabido que en esta cuestión es vital la cooperación internacional, especialmente en lo que atañe a Estados Unidos, cuya agencia antidrogas ha dado signos de agravio por el curso que tomo el caso Cienfuegos, respecto de cuya entrega al Gobierno mexicano, hecha a regañadientes, fue condicionada a la indagatoria de la Fiscalía General de la República de nuestro país.

Hay muchos signos del descontento de quienes iniciaron en Estados Unidos el procedimiento y se han escuchado voces que advierten de la posibilidad de que puede reabrirse el procedimiento para juzgar allá al general imputado, cosa que sería procedente porque no ha sido sometido a juicio por el delito que la DEA le imputa.

Añada usted eso a los descalabros económicos, pre y post pandemia, el desorden y la confusión que ocasiona el caos que se ha enseñoreado en el proceso de vacunación –plagado de opacidad y de burdos engaños– y a las demás pifias y fallos anteriores, bien conocidos, y podrá constatar cómo, cualquiera que sea el flanco de aproximación al desempeño gubernamental de estos tiempos, se encontrará desapego al deber y una intención que recuerda la destrucción indiscriminada que caracteriza a todo iconoclasta, que nada bueno y útil aporta para sustituir aquello que dejó morir o de plano destruyó sin provecho.

Abundan los indicadores, incluso los oficiales, que dan buena cuenta de la pobreza y mala calidad de los resultados, no solo en los rubros críticos, sino virtualmente en cualquiera que se elija.

Nadie supone que sea fácil gobernar y menos aún en tiempos de crisis, pero es claro que mientras más pase el tiempo sin soluciones, más se agravará la situación y mayor deterioro traerá eso consigo.

Esa reflexión importa tenerla presente al momento en que sea oportuno recuperar el control que, en aras de una esperanza fallida, se transfirió a quienes no han sabido ni podido ejercerlo adecuadamente. Los tiempos se aproximan, que no se olvide esa responsabilidad.



Honda huella

Se fue uno de los pocos grandes juristas que quedaban entre los que ha dado este país. Un hombre generoso y bueno que sobre esas premisas desarrolló un intelecto privilegiado y construyó saberes que crearon escuela y dejaron huella muy digna de su paso. Fundó, con prácticamente nada más que su ingenio, creatividad y empeño, el Instituto de Derecho Comparado, que bajo su impulso y supervisión evolucionó hasta convertirse en el hoy potente Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Descanse en paz don Héctor Fix Zamudio, que bien lo merece, tanto como recibir los honores dignos de su bonhomía cabal.