Xavier Díez de Urdanivia

El mundo ha dado un giro y se ha volcado en gobiernos populistas, montados sobre la ola de indignación y desesperanza que un ficticio liberalismo ha motivado entre la gente, que ve frustradas sus aspiraciones mientras muy pocos acaparan las riquezas, amparados en la imposibilidad de controlar al mercado global, libre de toda restricción que sea capaz de imponer límites a la codicia.

Fue necesario que la actividad económica pudiera abrir mercados de ámbito mundial, ajenos a toda otra regulación que la oferta y la demanda, tan veleidosa y fácilmente manipulable en ausencia de normas globales y ante las parálisis de los gobiernos del mundo, incapaces de actuar en ese espacio. En ese campo de cultivo surgió una vigorosa y muy extendida movilización en pro de los derechos humanos como reacción defensiva.

La renacida bandera acreditó pronto su eficacia para convocar grandes contingentes, con vanguardias muy combativas y enérgicas, que buscaban reivindicaciones y aliados políticos para la causa, circunstancia que “los aduladores del pueblo”, aprovecharon para irse apoderando de los puestos de autoridad.

A la postre, sin embargo, eso no ha sido propicio para fortalecer la plataforma jurídico-humanística fundamental de las estructuras sociales, dinámicas como son, porque la verdadera cara del poder ha dejado ver gobiernos signados por un deformado y equívoco nacionalismo, por la xenofobia y la misoginia, propicios a la discriminación, el engaño y la codicia, pervirtiendo aquella que es, intrínsecamente, una justa y bondadosa causa.

México no es ajeno a esa circunstancia. También entre nosotros se da, en todo ámbito y nivel de agregación –federal y local, público y privado– ese desdén por los derechos de los demás, mientras se agita con ostentación el estandarte que los proclama.

Una práctica que puede parecer inocua, pero que hace mucho daño, porque no sólo deja de lado la eficacia de la acción colectiva en beneficio de la equidad en toda relación, sino que, además y para peor, engaña, y lo hace de manera muy redituable, en lo político tanto como en lo económico.

Hay verdaderas empresas, consorcios inclusive, que, tras la apariencia de ONG, de fundaciones, entidades públicas defensoras de esos derechos, y hasta académicas, han hecho de la explotación de los “derechos humanos” un lucrativo negocio, a través del que fluyen verdaderos torrentes de dinero, con muy pobres resultados, o con ninguno, muchas de las veces.

El éxito de la estrategia pasa por el fácil y clientelar expediente de presentar esos derechos con un cariz asistencial, lo que en la práctica los desnaturaliza, porque no son graciosa dádiva, sino prerrogativa universal inherente a todo ser humano, sin distinción o privilegio algunos.

En esta semana de informes –el del Presidente y, en Coahuila, el del Gobernador– ese hecho se hizo patente: las “cartas” de derechos humanos, “nuevas” leyes y otras acciones para su supuesto beneficio, las “guías éticas”, incluso, hicieron acto de presencia en la escena, mientras afuera, en el mundo de las verdades, se acumulan los muertos por una pandemia mal enfrentada; los que la descontrolada violencia delincuencial ha producido; los feminicidios; las personas desaparecidas, sin visos de ser encontradas, así sean sus restos para que sus deudos puedan acceder al “cierre”, etc, etc.

Esa situación no solo ofende, sino que es nociva, porque defrauda, en la más precisa connotación del término.

Revertirla resultará una tarea nada fácil y muy compleja, que solo puede empezar con la toma de conciencia de las personas y organizaciones genuinamente comprometidas con la causa de los derechos fundamentales, individuales y sociales, económicos, políticos y culturales –que las hay, me consta– acerca de la necesidad de vigilar no solo que los gobiernos sean respetuosos de los derechos humanos, sino efectivos garantes de ellos, además de velar por que no se usurpe tan noble función, y menos con fines así de aviesos.

La verdadera sociedad civil debe estar hoy más alerta que nunca para detectar, desenmascarar y hacer que se erradique ese lastre, para bien de todos.