Xavier Díez de Urdanivia
Primero fue la discordia respecto de las medidas para paliar la devastación económica. Después, por la exclusión de la inversión privada en la generación de energías limpias (inoportuna porque hay ya inversiones de varios millones de dólares). Siempre, por las decisiones centralizadas respecto de las estrategias para enfrentar la pandemia del coronavirus.

La tensión acumulada rompió la dócil sumisión a los ancestrales controles que descansaban en la llamada “disciplina de partido”, a estas alturas perdida, y resurgieron las voces regionales que, a partir de reclamos típicos de las organizaciones federales, ponían en tela de juicio la legitimidad y la procedencia políticas de la centralización, mientras pugnaban por hacer valer prerrogativas propias de la soberanía compartida que las caracteriza.

Se cuestionó, incluso, el pacto federal y hasta se habló de la posibilidad de escisiones tales que romperían con la actual configuración del Estado mexicano, aunque en las circunstancias presentes esa perspectiva se antoje remota, puramente teórica e inviable.

A pesar de todo, bueno será recordar el adagio que dice que “los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetir sus errores”.

Eso se explica porque el pasado es, en buena medida, un espejo del futuro. Si se atiende la imagen reflejada y se pone esmero, pueden corregirse las deficiencias e imperfecciones; si no, irremisiblemente, la realidad se volverá dolorosa y pesada.

Por eso no está de más, aunque sea a vuelo de pájaro, recordar un episodio de nuestra historia que tiene que ver con el tema.

Joel R. Poinsett fue el primer enviado plenipotenciario de Estados Unidos a México, todavía en tiempos del inestable periodo del llamado “primer imperio”. Tenía para entonces ya amplia experiencia como agente diplomático estadunidense, porque había fungido con el mismo carácter en varios países de Sudamérica durante los procesos de independencia, a los que en modo alguno fue ajeno el país del norte.

Su misión en México tenía, como uno de sus principales propósitos, negociar la compraventa de los territorios de Coahuila y Texas (entonces unidos en una misma demarcación), Nuevo México, las Californias, Sonora (con parte de Arizona entonces) y Nuevo León. La propuesta fue rechazada y el oferente tuvo que regresar a su país con cajas destempladas.

Téngase presente que, precisamente en esas fechas, James Monroe era presidente de Estados Unidos y por entonces fue que fijó la doctrina que lleva su nombre, advirtiendo a las antiguas potencias europeas que en adelante sería inadmisible cualquier intento de intervención suya en los países de este hemisferio.

Más tarde, esa idea sirvió de base, hacia mediados del siglo 19, para la formulación de la más ambiciosa propuesta doctrinaria que permea la cultura entera de ese país y se conoce como del “destino manifiesto”, pretendiendo que atañe a Estados Unidos, por designio divino, fungir como guardián de las libertades y la democracia en el mundo entero, idea en la que todavía fincan sus pretensiones intervencionistas de extensión global, como justificaron entonces sus empeños, nunca abandonados, por hacerse de los territorios que, a fin de cuentas, quedaron en su poder.

Las circunstancias de México son, ciertamente, muy diferentes, y las del mundo también. La composición geopolítica y los equilibrios globales están mudando y los nuevos equilibrios redefiniéndose.

En un extremo del tablero la pujante China y en el otro un menguado –pero nada descartable– Estados Unidos, con una Comunidad de Estados Independientes –la antigua U.R.S.S.– buscando no perder preeminencia. Todos rodeados por sus aliados y socios, en presencia de jugadores que, supuestamente “no alineados”, merodean en busca de la propia ventaja.

México no es ajeno a ese escenario, por más que alguno se empeñe en el aislamiento. Aquí crecerán las tensiones políticas y habrá nuevos actores –de casa y el subcontinente– pero en el largo plazo el cauce que siga su historia dependerá no solo de ello y de la solución de los problemas internos, sino también de los arreglos globales geopolíticos.

Cualquier pronóstico específico sería aventurado.