Salvador Hernández Vélez

Su vida empieza en la calle Independencia de Viesca. Bernardo Ramírez Mejía “Bena” nació el 16 de abril de 1942. Su padre fue José Ramírez Ríos y su mamá Feliciana Mejía Luna. Al amamantarlo le notó algo diferente a sus otros hijos, aunque no lo supo hasta después, de niño no podía caminar, sus piernas estaban flácidas y sin fuerza. Sus familiares comentan que se las enterraban tres veces al día en arena caliente y le frotaban claras de huevo en las corvas. Parece que los remedios le hicieron efecto, logró caminar a los cinco años. A los seis, ingresó a la primaria, como no aprendía dejó la escuela. No sabe leer ni escribir.

Bena desarrolló otras habilidades para sobrevivir y valerse por sí mismo. Y las circunstancias lo han dotado de anécdotas y aventuras. En una ocasión, llegó un camión al pueblo, a contratar gente para trabajar en la construcción de viviendas en Monterrey. Bena se fue y no avisó. Como no llegaba a su casa su mamá lo buscó, le informaron que se había ido a trabajar a Monterrey. Sus hermanas Marina y Gloria fueron por él. Lo encontraron en casa de la señora Juana Chairez, originaria de Viesca, donde habían llegado los contratados. Como no le gustó trabajar en la obra, compró un cajón para bolear y se estableció en la central de autobuses de allá. Se regresaron con él a Viesca, donde Bena se dedicó a bolear zapatos. Como no sabía cobrar o dar cambio, le pagaban lo que querían.

Se subía al camión de pasajeros hacia Torreón y se iba sin avisar. Bajaba donde Dios le daba a entender. Siempre pedía trabajo. En una ocasión lo contrataron de paletero los “Galindo” de Matamoros. Le dijeron: “no vuelva hasta terminar todo”. Bena regaló las paletas a las muchachas y cuando se le acabaron, dejó el carro abandonado y se regresó a Viesca de “raite”. También en Matamoros se encontró con un vendedor de quesos de vaca, de nombre Ismael y se puso a su disposición para ayudarle a la venta, la sobrina le colocó los quesos en un canasto y servilletas, unos los regaló y otros los fió, pero como no conocía a los que les había fiado, no cobró. Se le rompió el pantalón y regresó a su casa con el canasto cubriéndose el trasero.

En otro momento subió al ferrocarril en la estación de Viesca. Como el chavo del 8, solo llevaba su resortera de mezquite. Llegó hasta la CDMX. Bena comenta que no dejaba que se sentaran a su lado. Les tiraba piedras con su resortera, así que viajó solo. Cuando llegó a México no sabía qué hacer y optó por quedarse a vivir fuera de la estación. La gente le daba tacos. Así sobrevivió un rato, pero para su suerte la señora María Fraire (de Viesca) lo reconoció y le compró el boleto de regreso. Llegó sucio, greñudo y barbón. Otra anécdota que recuerda su familia es cuando les avisaron que lo habían visto en el Mercado Alianza de Torreón. Fueron a buscarlo y lo encontraron sonriendo y todo coloreteado en una cantina bailando con las de tacón dorado y labios rojos. Fue parte del show y de beneficio para el cantinero.

Bena se metió en varios problemas en Viesca. Un señor que hacía carbón de mezquite y también compraba, lo contrató para envasar carbón en el monte y lo llevara al pueblo; pero lo que hizo fue venderlo al mismo señor, quien se dio cuenta que era su carbón. También, un día llegó una demanda a casa de sus papás, había vendido un caballo del ejido Zaragoza, de Viesca, en 100 pesos. La multa de 500 pesos la pagaron sus hermanos. En el ejido San Patricio de San Pedro, un señor apodado “la Fiera” le encargó que quitara una viga del techo que estaba quebrada mientras él iba a comprar otra, pero cuando regresó ya no había techo. Bena alegó que era para que lo arreglara completo. Después, el señor lo contrató de chivero, abandonó el rebaño, y se llevó y vendió tres cabritos. A la fecha, el señor se lo topa en la calle y le dice riéndose: “y los cabritos Bena”, y contesta cantando: “Tan, tan tan, tan”. Ahora esa frase se usa en Viesca cuando quieren evadir un tema.

Trabajó por más de 20 años en el municipio barriendo calles. Le gusta fumar cigarros delicados y pasa chiflando por las calles. Vive muy feliz, a su manera, en su pueblo. A sus 82 años se comporta como niño, inquieto y gracioso. Goza de buena salud. El pueblo lo ha apoyado pese a sus dificultades. Hay, en ese sentido, una comunidad que está para apoyarlo. Así son los viesquenses.

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