Salvador Hernández Vélez
El radiotécnico viesquense Salomón Castañeda López, nació el 14 de septiembre de 1951 en casa de su abuela materna Delfina Mata. Fue el último de cuatro hijos, después de Guillermina, Ofelia y David. Sus padres Salomón Castañeda Hernández y Josefa López Mata.
Con felicidad charla que de niño le tocó la fortuna de ir al Túnel y al Ojo azul con su papá en la famosa camioneta “la chata” en la que transportaban sal en bruto del “llano colorado” a la planta de sal. Recuerda con alegría los pececitos de colores en los manantiales y en las acequias, en particular en la “acequia de Bilbao” que pasaba frente a la hacienda de los González Fariño, por el barrio de la Tapatía, donde él vivía. Ahí cultivaban maíz y trigo que envasaban en costales, los llevaban en vagones de ferrocarril para su venta. Todo se acabó cuando le construyeron presas al Aguanaval.
Estudió en la escuela primaria Gral. Andrés S. Viesca. Como no había secundaria, además de jugar béisbol, acompañaba a su papá a cortar ramas de mezquite para la leña; pero su mamá le insistía que tenía que hacer algo más en la vida. Trabajó en la pisca de algodón en San Pedro, los trasladaban en camiones. Les pagaban 25 centavos el kilo de algodón y juntaban 30 kilos diarios. Después trabajó en SULVISA.
Comenta que sus padres tenían una radio de bulbos de madera color café. Le inquietaba mucho saber cómo funcionaba, cómo llegaban las voces hasta ahí. Con emoción le quitaba la tapa trasera a la radio para ver qué tenía por dentro. La observaba y cada vez que la conectaba preguntaba a su papá: ¿cómo funciona? Y le respondía: hay que estudiar hijo. Eso lo intrigaba. Lo hacía pensar cómo funcionaba. Tener una radio de bulbos en esos tiempos era una joya. Escuchaban difusoras de Torreón, Monterrey, CDMX y de Acuña. Especialmente radionovelas, por lo que por la noche se reunían con los vecinos que tenían radio para platicar sobre lo que escucharon.
A los 19 años, en la bodega de SULVISA, escuchó por la radio que se ofertaba estudiar radiotécnico por correspondencia. Se inscribió con un pago de $70 pesos, su sueldo era de $120 semanales. Cada mes le llegaban cuatro libros. Los estudiaba y, de acuerdo con sus posibilidades, hacía los experimentos. Cada mes presentaba su examen en la escuela National School, con sucursal en la Ciudad de México y con sede en EE. UU. Luego de tres años, recibió su diploma con felicitaciones, así como un probador de bulbos y de transistores.