Salvador Hernández Vélez

Hoy en día la mayoría de los países cuentan con democracias electorales representativas, por ello se les considera que son libres. Pero aunque la gente dice desear la democracia, tal parece que nadie cree en ella. Sobre todo, si pierden, no creen. Sólo confían, si ganan. En los últimos tiempos la democracia luego de una elección, unos la validan, otros la reniegan. Unos la aceptan, otros la desconfían. Cuando está en proceso la elección, hasta la veneran, será porque creen que ganarán. Pero al final, para unos es el desencanto y para otros el endulzo. Luego sigue gobernar y se acaba la democracia.

Gobernar es cada vez más difícil. Hay sin duda un deterioro de la capacidad de resolución de los gobiernos. De entrada, en la medida que ganan con un porcentaje cada vez menor de ciudadanos, están en cierta forma obligados a pactar para conformar gobierno, pero las negociaciones para conformarlo son cada vez más difíciles. Como los partidos en el poder tienen un desgaste mucho mayor, en consecuencia el castigo electoral se les aparece en la siguiente elección.

Por otra parte, en el mundo de hoy, más de dos terceras partes de la población recela de las instituciones más importantes de su ecosistema político. Los partidos políticos son los que acaparan el mayor grado de desconfianza, seguidos de los gobiernos, los parlamentos y por último la prensa.

Frente a estos escenarios, el ejercicio de gobierno del grupo gobernante, al rechazar al otro, abona a la fragmentación del espacio político y la democracia se degrada, lo que le imprime serios riesgos a la misma. Por ello debe haber garantías contra el poder autoritario. La ley de la mayoría sin duda se debe ejercer, pero con el respeto a las minorías. En una democracia legítima de lo que se trata es de aprender a vivir junto con nuestras diferencias, construir un mundo que sea cada vez más abierto, pero que posea también la mayor diversidad posible. Si esto no es así, se abona a incrementar el problema de la desconfianza en la democracia. Y a esto se le agrega que el individualismo y el consumismo han socavado la fe en la democracia. Lo paradójico de la situación actual es que aumenta el interés por la política, pero la confianza en ella disminuye. A esto contribuyen también las opiniones que con mucha facilidad se expresan en las redes sociales.

El síndrome de fatiga democrática es causado por la debilidad de la democracia representativa. Pero a la vez somos fanáticos electorales. Repudiamos a los elegidos, pero nos postramos ante el altar de las elecciones. El fundamentalismo electoral nos encajona a creer, sin cortapisas, que la democracia sin elecciones es inconcebible, ¿será así por siempre? A partir de finales de los años ochenta el espacio público cambió: la sociedad civil abandonó su función estructuradora y cedió la estafeta al mercado libre.

La historia da cuenta que primero fue el arribo de los partidos políticos, luego la aplicación del sufragio universal, después el surgimiento y la caída de la sociedad civil y el acceso al poder de los medios de comunicación comerciales, y a finales del Siglo 20 surge un nuevo elemento: las redes sociales con su propia dinámica. Si en el año 2000 seguíamos minuto a minuto los acontecimientos políticos por la radio, la televisión o por internet, hoy podemos reaccionar ante lo que ocurre a cada segundo y convocar a otros en casi todo el planeta. Por otra parte, los medios de comunicación comerciales y las redes sociales se refuerzan entre sí, al apropiarse y propagar continuamente noticias entre ellos, creando un ambiente de campaña difamatoria ya habitual.

Hoy la democracia representativa es un modelo vertical, pero en este Siglo 21 la exigencia es que sea cada vez más horizontal. El catedrático de Gestión de la Transición, Jan Rotmans, afirma: “Estamos pasando de la centralidad a la descentralización; de lo vertical a lo horizontal; de una relación que iba de arriba abajo a una relación que va de abajo arriba. Hemos dedicado más de 100 años a crear esta sociedad centralizada, orientada de arriba abajo y vertical. El modo de pensar se ha vuelto de revés. Por lo tanto, es preciso que desaprendamos y volvamos a aprender. La mayor barrera está en nuestra cabeza”. De seguir así, el sistema democrático parece que tiene los días contados ¿Qué hacer para además de desear la democracia, creamos en ella?

@SalvadorHV

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