Gerardo Moscoso Caamaño

El estrés es un proceso de adaptación a las demandas del medio ambiente que nos rodea; produce en el organismo una respuesta de alerta; la ansiedad es un dispositivo fisiológico, lo cual es válido mientras se mantenga en unos niveles de equilibrio; es hasta productivo y creativo, nos permite reaccionar ante un desafío. 


Hay un estrés bueno, que implica adaptación. Pero si el desequilibrio entre la demanda del entorno y los recursos de la persona se prolonga o es muy grande podemos caer en el precipicio de una serie de patologías.


El organismo genera todos los recursos posibles, echa mano de su naturaleza; pero, si se satura, se agota y puede enfermar ante un reto que lo supera. La sobrecarga emocional vivida con ansiedad es la que nos perjudica.

 

En la capacidad de respuesta pueden influir la herencia genética y la experiencia infantil; las dosis hormonales, los hábitos alimenticios, el ejercicio, el sueño, la presencia o ausencia de relaciones íntimas; el nivel de renta, cultura y clase social. 

 

También el maltrato físico, el abuso sexual y otros traumas de la niñez; la incertidumbre, el desempleo, la falta de autocontrol, el perfeccionismo, la sobrecarga de trabajo, la peligrosidad social, la toma de decisiones, la gravedad de las consecuencias tras cometer un error, el sometimiento a reglas absurdas, el trabajo no reconocido o mal remunerado, un clima social hostil, la indefinición de funciones y jerarquía en un trabajo, etc. No debemos forzar al organismo a que responda constantemente como carburante vital para resolver estas situaciones porque todo ello baja el sistema inmunológico produciendo enfermedades físicas y mentales. 


No cabe duda de que las circunstancias actuales que estamos viviendo nos tienen sumidos en un estado constante de estrés excesivo.


El estrés es un explosivo de relojería dentro del organismo que deberíamos aprender a desactivar cuando sea necesario. 

Aprender a relativizar y a priorizar, y, sobre todo, a decir no. Rebelarse, vencerse a uno mismo, denunciar, combatir al ambicioso y al corrupto, desenmascarar al hipócrita, gritar, patalear, bailar o reír, son parte importante de una buena terapia para bajarle al estrés. 

 

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