Iván Garza García

Sin que haya sido aclarada la razón de su título, la canción “Lamento boliviano” vio la luz por vez primera en el año de 1984, bajo la autoría de Raúl Federico Gómez, conocido como Demi Bass, y Natalio Faingold. La versión original fue lanzada por la banda Alcohol Etílico, pero no fue hasta 1994 cuando el sencillo saltó a la fama mundial de la mano de Enanitos Verdes. El tema fue incluido en el séptimo álbum de estudio de la agrupación argentina, llamado Big Bang. El volcán a punto de estallar al que se refiere la letra de marras finalmente hizo erupción en las tierras centro – occidentales del cono sur.

Al inicio de esta semana los rotativos del mundo mostraban un encabezado común: tras casi catorce años en el poder, Evo Morales renunció a la presidencia del oficialmente llamado Estado Plurinacional de Bolivia.

Atrás quedaron los indicadores que se presumían por todo lo alto. El PIB de aquel país tuvo un crecimiento sostenido por encima del 4 por ciento en los últimos años, registrando su valor mayor en 2013 con un 6.3 por ciento. Además, allá el salario mínimo es el quinto más alto entre los demás territorios de Sudamérica; incluso, representa casi el doble que el de México. Sin embargo, las cuestionables prácticas iniciadas por el ahora ex mandatario para perpetuarse en el poder no fueron vistas con buenos ojos por parte del pueblo boliviano. Así, el trasfondo de las dificultades  suscitadas por aquellos lares tiene que ver precisamente con los entretelones de un intento más de reelección. Al respecto, vale aclarar que la Constitución boliviana permite que el presidente sea reelecto hasta por un periodo en forma consecutiva. Evo Morales cumplía su tercer mandato e iba por el cuarto, con lo que pretendía asegurar su posición hasta el año 2025 (por lo menos). Fue en febrero de 2016 cuando, a través de un referéndum, más de la mitad de los electores votaron para impedir que el gobernante llegara de nueva cuenta a las boletas, pero esto no fue suficiente. El Tribunal Electoral, teniendo como base el respeto a los derechos humanos, emitió una resolución que permitió al señor Morales ser postulado otra vez como candidato presidencial. El día de la elección los resultados apuntaban hacia la realización de una segunda vuelta, pero el sistema “se cayo” (literalmente) y los datos dejaron de publicarse cuando ya se había rebasado el 83 por ciento del escrutinio y cómputo. Una vez que la transmisión fue restablecida, Don Evo se alzaba con la victoria en primera vuelta.  Las reacciones de la OEA no se hicieron esperar y, después de una auditoria general al proceso, la organización estableció que era estadísticamente improbable que el otrora líder cocalero hubiera triunfado, al tiempo que se daban a conocer una serie de irregularidades que mancharon la jornada comicial del 20 de octubre.

Ante la coyuntura política, los bolivianos salieron a las calles a exigir la renuncia del jefe de estado. Los enfrentamientos violentos fueron el pan de cada día durante más de dos semanas. Frente a la presión, Evo Morales anunció que convocaría a nuevas elecciones, pero la solución ofrecida era ya inaceptable. La Policía Nacional se replegó y los altos mandos militares sugirieron al mandatario hacerse a un lado con el fin de pacificar a la nación. Finalmente, Evo renunció al cargo que venía ostentando desde el lejano 2006. Tras su dimisión, el originario de Orinoca sumió a su país en una crisis política sin precedentes, pues con él, abandonaron sus funciones el vicepresidente, así como los líderes del Senado y  de la Cámara de Diputados, quienes se encontraban en la línea de sucesión presidencial y debían convocar a nuevas elecciones en un periodo de noventa días. Entonces, ¿quien gobierna en Bolivia? La respuesta a ésta pregunta aún no se conoce.

Aquí en confianza, el rifirrafe boliviano alcanzó las tierras aztecas. Acá, el Canciller Marcelo Ebrard se apuró en calificar como un golpe de estado a los acontecimientos que produjeron la renuncia de Evo Morales, aun cuando no hubo propiamente un derrocamiento por parte de algún grupo militar ni mucho menos se uso la fuerza en ese propósito.  Por su parte, Andrés Manuel López Obrador ofreció asilo político al depuesto gobernante y éste lo aceptó; para tal efecto, fue enviado un avión de la Fuerza Aérea Mexicana hasta Chimoré, en el departamento de Cochabamba y el resto de la historia es por todos conocida. Ante estas acciones, Tirios y Troyanos ya tomaron sus respectivos bandos y ahora mismo se dan hasta con la cubeta en las benditas redes sociales.

La postura del gobierno mexicano bien puede analizarse desde el punto de vista de la solidaridad que caracteriza a nuestro pueblo y sus acciones son efectuadas en estricto apego a lo dispuesto en el segundo párrafo del artículo 11 constitucional; sin embargo, en las relatadas circunstancias, germina una enorme duda: ¿Por qué ante el conflicto en Venezuela el mandatario mexicano optó por acogerse a la “Doctrina Estrada” y evitó tomar partido para reconocer como legitimo al gobierno de Juan Guaidó, mientras que - tratándose de Bolivia - acusó un golpe de estado, criticó ácidamente la intervención de la OEA, ofreció asilo político y hasta dispuso de una aeronave de uso militar para transportar a quien fuera el primer presidente de origen indígena del país andino? Es pregunta.