Iván Garza García

El pueblo guatemalteco habló y lo hizo de manera contundente. Bernardo Arévalo de León, diplomático de carrera y cofundador del partido político denominado Movimiento Semilla, se alzó con la victoria en la segunda vuelta de los comicios presidenciales del país centroamericano, en los que obtuvo más de 58 por ciento de los votos frente a la representante de la Unidad Nacional de la Esperanza, Sandra Torres. Como ha venido ocurriendo en otras latitudes, las encuestas publicadas a lo largo del proceso electivo no fueron capaces de revelar lo que se vendría; de ahí, que el pase a la segunda vuelta del también hijo del expresidente Juan José Arévalo y su posterior triunfo, fuera recibido como una sorpresa para nuestros vecinos del sur.

La toma de protesta del nuevo mandatario estaba programada para celebrarse en la tarde del pasado domingo; sin embargo, debido a una serie de incidentes que fueron calificados por algunos legisladores como un intento de golpe de Estado, la correspondiente ceremonia pudo llevarse a cabo hasta la madrugada del lunes. Algunos de los jefes de Estado que viajaron para atestiguar la asunción del gobernante guatemalteco, tuvieron que retirarse ante el inusitado retraso de más de nueve horas.  Como si lo anterior no fuera suficiente para colocar al infausto episodio en el casillero de lo bizarro, el Presidente saliente de aquella nación - Alejandro Giammattei - no se apersonó en el solemne acto e hizo llegar los símbolos institucionales con su secretaria; aunque usted no lo crea.

Fiel a su estilo, el “Tio Bernie” – como le llaman cariñosamente sus seguidores – dijo que para lograr el desarrollo de las grandes mayorías deben ser atendidas áreas como la salud, la educación y la infraestructura, entre otras; pero (ahí es donde su narrativa destacó y conectó con el respetable), “lo más importante es frenar la corrupción porque de lo contrario, las instituciones no harán bien su trabajo”. De esa forma, el Doctor en Filosofía hizo públicas las diez medidas que serán implementadas en su gobierno para combatir efectivamente el flagelo que ha tenido postrado al pueblo chapín durante décadas; entre ellas sobresale la creación de un gabinete específico encargado de impulsar reformas a fin de potenciar la transparencia y la rendición de cuentas.  Las antes referidas modificaciones legales incluirían la llamada “muerte civil”; figura que tiene como propósito que las personas condenadas por actos de corrupción sean inhabilitadas permanentemente del servicio público. Además, se pretende la creación de una comisión de vigilancia anticorrupción integrada por funcionarios públicos y miembros de la sociedad civil, cuya tarea  será la de recomendar acciones para el cumplimiento de la ley de acceso a la información, compras y contrataciones. “Mi candidatura y nuestro partido canalizaron el hartazgo de una situación intolerable de corrupción”, dijo el hoy mandatario guatemalteco en entrevista para la BBC.

Aquí en confianza, atrás parece haber quedado la persecución de la que fue víctima Arévalo y el Movimiento Semilla que representaba; su llegada al Palacio Nacional de la Cultura significó una verdadera carrera de obstáculos. Pese a ello, el recién ungido mandatario asumió el cargo arropado por una buena parte del pueblo guatemalteco y sus esperanzas de cambio. El gobernante progresista prometió a sus connacionales “una nueva primavera democrática”; al hacerlo, aseguró que “se está empezando a derribar el muro de la corrupción ladrillo por ladrillo”. Las expectativas colocadas en el nuevo gobierno son altas. Por el bien de Guatemala y de toda la región latinoamericana, ojalá el discurso insignia de Arévalo no quede solamente en eso, pues no debemos olvidar que  hace seis años, en mi México di´oro, el entonces candidato opositor gritaba a todo pulmón que terminaría con la corrupción y se privilegiaría la transparencia; sin embargo, hoy el oficialismo pretende desaparecer al organismo encargado de garantizarla; más del 70 por ciento de las compras públicas se realizan sin procesos de licitación; las denuncias sobre abusos de poder y tráfico de influencias son acalladas con severidad y, por supuesto, continúan sin esclarecerse los no pocos escándalos en los que se han visto envueltos personajes cercanos al círculo presidencial. Tal vez, Bernardo Arévalo pueda mostrarnos que no necesariamente debe existir una fractura entre la narrativa y la realidad y, de hacerlo así, honrará una de las más significativas frases extraídas de su arenga de toma de protesta: “Hoy, como nación, estamos haciendo historia. Para atender este llamado, contamos con un plan. Nuestra propuesta de gobierno se resume en una fórmula: no puede haber democracia sin justicia social, y la justicia social no puede prevalecer sin democracia". Veremos y diremos.

 

 

Nota. Lo antes expuesto representa

 la opinión personal del autor