Iván Garza García

Un hombre de 55 años originario de la provincia de Hubei en China, habría sido el paciente cero de lo que después se conoció como el nuevo coronavirus. Las versiones sobre el origen del mal que ha puesto de cabeza al mundo entero, fueron variando conforme el paso de los meses. Según los enterados, el día de ayer se cumplió un año del primer contagio; desde entonces hasta hoy, la interacción humana cambió de forma radical, al grado que ahora no se concibe la actividad cotidiana sin el cumplimiento (o deliberado desconocimiento) de ciertas reglas de higiene y aislamiento; de hecho, la “nueva normalidad” ya no es tan nueva.   

No pocos nos dimos a la tarea de minimizar los alcances del monstruo que acechaba silencioso. Desde jefes de estado hasta columnistas de “medio pelo”, desoyendo  a los expertos, veíamos lejano el arribo del virus de marras a tierras aztecas. Hubo quien, a través de emotivos videos y conferencias de prensa, exhortaba a las familias a salir a comer a los restaurantes y fondas, para luego abrazarse sin limitación alguna; otros, por nuestra parte, llegamos a considerar que los contagios en México serían contados y que debido a su baja mortalidad, los fallecimientos a causa del COVID – 19 no llegarían siquiera a figurar en la estadística. Nos equivocamos flagrantemente. 

A finales del mes de febrero se anunciaba el primer caso detectado en México; las alarmas se encendieron de inmediato. Sabíamos bien a lo que nos enfrentábamos. El sistema de salud, ya de por si deteriorado, colapsaría irremediablemente debido a la alta morbilidad del bicho. La respuesta del gobierno ante el mayor reto en materia de salud no parecía ser la adecuada. Las señales en todo momento fueron confusas (lo siguen siendo); la información comenzó a fluir en sentidos contradictorios. La gente dio mayor crédito a los datos obtenidos de las redes sociales que a los emitidos por las autoridades. Como queriendo tranquilizar al respetable, el entonces enfundado en el papel de superhéroe y galán de telenovela de escaso presupuesto, Hugo López – Gatell, estimó que en un escenario “muy catastrófico” la cifra de muertos por COVID – 19 en nuestro país sería de 60 mil. Nada más distante de la realidad; a poco más de cinco meses de esas declaraciones, casi 100 mil mexicanos han perdido la vida a causa del terrible mal y ya se ha roto la barrera del millón de contagios. 

Como si lo anterior fuera poco, resulta que la enfermedad se ha ensañado con los sectores más vulnerables de la sociedad. De acuerdo a cifras oficiales de la Secretaría de Salud, las amas de casa, los adultos mayores y las personas desempleadas, son los segmentos poblacionales en los que más decesos se registran, toda vez que concentran el 51 por ciento de las muertes totales derivadas del mentado virus. Solo por poner un ejemplo, de las 99 mil 213 mujeres dedicadas al hogar y al cuidado de los hijos que dieron positivo, 17 mil 330 perdieron la vida, colocándose como el segmento más afectado, pues representa el 25.1 por ciento de las muertes por COVID -19 en nuestro país, mismo que - por cierto – cuenta con el nada honroso cuarto lugar mundial en fallecimientos, solo superado por Estados Unidos, Brasil y la India. 

Aunque el panorama luzca sombrío (por decir lo menos), como buscando una aguja en un pajar, también podemos encontrar buenas noticias. El primer aniversario del coronavirus ha sido la ocasión idónea para empezar las pruebas masivas de algunas de las vacunas que actualmente se encuentran en desarrollo. Esta bendita tierra del águila y la serpiente aportará entre 10 mil y 15 mil voluntarios para evaluar el prototipo de la empresa china CanSino, en tanto que la estadounidense Moderna podría llevar a cabo en estas tierras los estudios de fase tres correspondientes a su vacuna. Respecto a la última de las mencionadas, se dice que esta tiene una efectividad del 94 por ciento, además de que – a diferencia de otras –puede mantenerse en refrigeradores convencionales hasta por 30 días y almacenarse durante seis meses. Pero antes de que mi única lectora brinque de alborozo, déjeme decirle que lo antedicho se obtiene de resultados preliminares; que el porcentaje de efectividad podría cambiar y que aún no se sabe cuanto dura el efecto de la vacuna. 

Aquí en confianza, mientras que son peras o manzanas, mantengamos el optimismo por la llegada de la esperadísima vacuna; pero, eso sí, hagámoslo con la boca y nariz cubiertas (en la papada no sirve de nada), aunque el primer mandatario de la nación se niegue a usar cubrebocas y tache de conservadores y represivos a quienes apliquen medidas para hacer obligatoria su utilización en la vía publica. Parece chiste, pero es anécdota.