Fernando de las Fuentes

“Cuando la mente está segura está en decadencia”.
Jiddu Krishnamurti

¿Qué es para usted la seguridad?: ¿Un estado permanente de cosas libre de preocupaciones?, ¿Una vida estable?, ¿Una situación o circunstancia exenta de riesgos y de peligro?, ¿Tranquilidad en el presente y certeza en el futuro?, ¿Confianza en que todo irá bien?

Sin importar cuál de estas opciones elijamos, o si tenemos alguna otra, lo cierto es que ningún ser humano escapa al deseo de sentirse seguro.

Dice el doctor en Filosofía, Javier Rodríguez Alcázar, titular de la cátedra en la Universidad de Granada, en su ensayo La Noción de ‘Seguridad Humana’: Sus Virtudes y Sus Peligros, que “nos gustaría no tener que preocuparnos por nuestra salud ni por la posibilidad de perder nuestro puesto de trabajo.

“Preferiríamos no tener que cuidarnos de los aditivos que se han incorporado a los alimentos que consumimos. Nos parece una quimera el poder caminar solos, a cualquier hora y por cualquier calle solitaria, concentrados en nuestros pensamientos y sin sentir que tenemos que mirar con recelo a nuestras espaldas.

“Quisiéramos tener la seguridad de que no nos faltará cobijo y alimento cuando ya no podamos valernos por nosotros mismos y la seguridad de que nadie vendrá desde otro lugar a arrebatarnos nuestra casa y nuestra cosecha.

“Nuestros miedos, en definitiva, son variados y provienen de fuentes diversas, pero tienen en común nuestro muy humano deseo de reducir en lo posible nuestros sufrimientos y nuestras angustias. Sin duda, todos sabemos que nunca nos veremos completamente libres de esos miedos, pero es igualmente cierto que todos aspiramos a evitarlos en lo posible”.

A todos nos gustaría, como estándar mínimo, el tipo de vida descrito. Hasta ahora es solo una aspiración, en casi todos los países del mundo. La tendencia del ser humano a evadir su “aquí y ahora”, único lugar desde el cual puede hacer algo maravilloso con su vida, convierte esta aspiración en una condición indispensable para sentirse seguro, que a su vez, cree erróneamente, es una condición indispensable para ser feliz.

Desde esta perspectiva, la humanidad seguirá yendo hacia su propia destrucción, pues nada podremos obtener de nuestras condiciones materiales de existencia que nos dé lo que estamos buscando. La realidad es que tenemos milenios equivocados en nuestra búsqueda. Depositado el motivo de nuestra seguridad personal y colectiva en las condiciones externas, vivimos en la mentira, eufemísticamente llamada hoy “posverdad”.

Nos mentimos creyendo que puede haber un estado permanente de cosas libre de preocupaciones, una vida estable, situaciones y circunstancias exentas de riesgos y peligros, tranquilidad en el presente y certeza en el futuro, confianza en que todo irá bien.

Y aferrados a estas condiciones inalcanzables, nos creemos cualquier mentira que nos digan, quien nos la diga, con tal de sentir una ficticia y, por supuesto, frágil y pasajera seguridad. Es decir, nos dicen lo que queremos oír y empeñamos la vida en defender la razón de esa persona, porque reafirma nuestro autoengaño.

Sin importar la corriente política, religiosa o filosófica que profese, aquel que nos prometa o nos proporcione el estatus que creemos necesitar para “ahora sí” poder dedicarnos a ser felices, nos está engañando, y le funciona porque eso es lo que estamos necesitando, ya que lidiar con la realidad es doloroso.

Estar y sentirse seguro siempre es antinatural, abate la creatividad, la capacidad de solucionar problemas y hasta las ganas de vivir, pues solo monotonía encontraremos en ese estilo de vida. Los miedos que nos aconsejan lo contrario son el origen de la inseguridad, no las circunstancias en que vivimos.

Lo que tenemos es que aprender a gestionar los miedos y la inseguridad, exactamente en el momento en que los estamos sintiendo, y no en un futuro que ni siquiera sabemos si vendrá. La única seguridad que podemos tener es que sabremos solucionar todo en el momento oportuno, justo porque no adormecemos la mente apegándonos al sentimiento de seguridad.