Fernando de las Fuentes

Un traidor es cualquiera que no esté de acuerdo conmigo

Jorge Tercero de Reino Unido

La traición es sin duda uno de los estigmas más terribles que puede soportar un ser humano. El quebrantamiento de la fidelidad y/o la lealtad que debe tenerse a algo o alguien nos convierte en parias. Nos volvemos desconfiables para cualquiera en cualquier circunstancia. Por eso, es una de las más graves acusaciones que alguien puede hacerle a una persona, pero también de las más infundadas, desafortunadamente.

Pero antes de continuar, hablemos de los principios que rompe un traidor: lealtad y fidelidad. El primer término tiene siempre que ver con nuestros valores, así que debemos empezar por ser leales a nosotros mismos.

No puede nadie imponernos sus propios valores, esperar que los asimilemos sin que hayamos accedido expresamente y después llamarnos traidores porque no actuamos como esperaba. Eso no es más que una manipulación de quien desea que respondamos a sus expectativas sobre nosotros. Y sí, como ya se habrá dado cuenta, es el parámetro más común para zamparle a alguien un “traidor” o “traidora”.

La fidelidad es a su vez un compromiso moral que hemos establecido con alguien, de mutua confianza y fe; es decir, su característica principal es la reciprocidad. A diferencia de la lealtad, que es una adhesión explícita o implícita hacia aquello o aquellos con los que compartimos nuestros valores, la fidelidad debiera ser siempre explícita, acordada, pero lamentablemente es uno de los vínculos que más damos por hechos.

Dicho esto, para hablar de traición necesitamos una promesa de lealtad y fidelidad claramente expresada, como la que realizan quienes se enrolan en el ejército. Por algo los orígenes de la palabra están relacionados con la actividad militar: proviene del verbo tradere, que significaba darle algo a otro, y se usó para estigmatizar, con la palabra derivada traditor o traditoris, a quien entregaba a alguien al enemigo o le daba cualquier cosa que le representara ventaja.

Si no hemos hecho compromisos explícitos o juramentos, podremos ser desleales y/o infieles, pero no traidores. Sin embargo, la palabra es usada por la mayoría completamente fuera de sus significantes y significados. Sirve a políticos, parejas celosas, jefes autoritarios y amigos dominantes para implantar en el ánimo de otro culpa y vergüenza cuando contraría sus expectativas y deseos, de manera que acceda a cumplirlos.

En psicología la traición es una de las grandes heridas de infancia, y generalmente consiste en un engaño, que puede ser tan simple como que nuestros padres nos digan que nos llevarán a la feria y acabamos en el dentista. Para la psique de un niño esto puede ser terrible. Pero este uso de la palabra demuestra que se le ha dado un sentido inadecuado incluso en las disciplinas de la mente, pues se le llama traidor al progenitor que miente, bajo la presunción de que no debiera hacerlo; en consecuencia, se le da un nombre equívoco al sentimiento de dolor que esto ocasiona.

En justa dimensión, solo nos traiciona quien estableció con nosotros un pacto en el que quedaron claros los términos de la lealtad y los límites de la fidelidad, de lo contrario solo habría complicidad, que lleva siempre en sí misma el germen de la deslealtad. Pero estos acuerdos son no solo escasos, sino casi inexistente, en cualquier tipo de relación que sostengamos, sobre todo durante un noviazgo, porque nadie quiere espantar al enamoramiento con burdas realidades.

Así que no todo el que nos engaña nos traiciona, pero todo el que nos traiciona sí nos engaña. Sin sacarla de contexto, la verdadera traición es escasa, porque es tan notoria que nadie quiere llevar su estigma, a menos que considere que ese costo es menor a la satisfacción que puede alcanzar llevando a cabo venganzas, daños por envidia y ambiciones que nacen de las carencias, como reconocimiento, notoriedad, riqueza, poder.

Así pues, cuando se sienta defraudado, cuidado, no acuse a la ligera.

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