Fernando de las Fuentes

Existen nuevos paradigmas para amar y ser amado, mucho más sanos y satisfactorios que los de las generaciones para las que “morir de amor” era muy romántico, pero que desafortunadamente aún predominan, aunque hayan demostrado ser el origen de no pocos de los problemas que padece la humanidad.

Digamos que, en resumen, la nueva forma de amar estaría formulada en la siguiente frase de Walter Riso: “aprende a vivir en soledad y no pongas el amor por encima de tus sueños y necesidades”.

Exacto, parece una descripción de todo lo contrario: el desamor. Sin embargo, es el secreto del verdadero amor. Será más fácil desentrañarlo si comenzamos hablando de lo que no es amor, pero todavía se vive como si lo fuera.

El amor no duele, el amor no es sacrificio, por amor ni se hace ni se soporta todo, no se castiga ni se golpea por amor, no se cela por amor, nadie cambia porque se le ame, nadie necesita a nadie por amor, tratar de fusionarse con el otro no es amor, no se es dueño del otro por amor.

En el melodrama cursi de lo que hemos mal llamado “amor”, el que duele es el ego, que no se siente apreciado o correspondido; las que hacen sacrificios son la culpa o la manipulación, que quieren compensar u obtener algo a cambio; la que está dispuesta a todo y soporta todo es la baja autoestima, lo mismo que la que cambia; la que castiga y golpea es la crueldad, imponiendo sumisión; el que se siente dueño del otro es el control, exigiendo que todo se haga a su manera; la que cela es la inseguridad, que no quiere que otro tenga lo que considera solo suyo; la que cree necesitar al otro es la carencia de uno mismo, igual que la que quiere fusionarse con el otro.

Hay un lado sano de todo esto: la que siente dolor es la compasión, la que hace sacrificios e impone correctivos es la responsabilidad, la que está dispuesta a hacer y soportar hasta cierto límite es la tolerancia, la que tiene capacidad de cambio es la autoestima correcta. Pero ninguna de estas cualidades es el amor. De hecho, una o todas ellas pueden ser puestas en práctica todos los días con cualquier persona, conocida o no.

Así pues, si recibe usted gritos, celos, exigencias, frialdades, desatenciones, indiferencia, descalificaciones, desprecios, constantes críticas o cualquier otra manifestación de agresividad, pasiva o activa, tenga perfectamente claro que no está siendo amado(a), sino manipulado y controlado.

Si se trata de su pareja, ya no quiere estar con usted, aunque lo niegue o ni siquiera lo sepa. Seguramente se ha conformado o resignado para permanecer en su zona de confort. Si es o fue una persona de su familia de origen, incluido por supuesto alguno de sus progenitores, tampoco –y esto suena a sacrilegio, lo sé– lo están amando. No se aman a sí mismos, ¿cómo pueden amarlo a usted? No están conformes con su vida, ¿cómo lo van a estar con usted?

Solo que si no disfrazamos de amor nuestras debilidades –mediante el autoengaño, única forma de evadir la conciencia–, a los seres humanos no nos quedaría ninguna justificación para plantarnos cómodamente donde ya no hay que cambiar ni tener más responsabilidades. Tendríamos que darle solución de inmediato al malestar emocional que ocasiona la verdad, o no dormiríamos nunca tranquilos.

En el viejo paradigma, el “amor” tiene un gran componente de angustia porque se negocia: “te amaré si tú me amas”, o “haré que me ames porque te amo”. En el nuevo paradigma, el amor es un sentimiento profundo y estimulante que se regala uno a sí mismo, porque no ata ni necesita. Lo que se negocia son los términos de la relación y, sobre todo, la convivencia, porque sin reciprocidad no funcionan.