Fernando de las Fuentes

En cuanto la necesidad abrió los ojos, berreó para que la atendieran. Era muy joven aún, y no sabía formular su llamado de otra forma. Conforme fue creciendo, aprendió a identificar qué era lo que quería y, claro, a hacer trampa para obtenerlo, porque arriesgarse a una negativa era quedarse vacía, condenada al sufrimiento existencial.

Así nacieron las motivaciones ocultas. Casi cualquier motivación en el ser humano parte de su necesidad o del miedo a no satisfacerla, lejos generalmente de la conciencia, debido a que nuestras necesidades nos hacen irremediablemente vulnerables.

Pero el problema no está en la vulnerabilidad, sino en que la hemos confundido con debilidad. Ser vulnerables es lo único que nos permite la conexión con nuestros semejantes, la naturaleza y la divinidad; es, pues, indispensable para amar y ser amados. Ser débiles es dejar que el miedo conduzca nuestras vidas, sin siquiera darnos cuenta de ello.

Se supone que nuestro cuerpo, mente y emociones debieran trabajar en perfecta coordinación, para satisfacer nuestras naturales necesidades, físicas y sicológicas, pero la realidad es que, por el contrario, están generalmente desconectados. Este es el origen de la incongruencia humana.

Las necesidades determinan las búsquedas y, por tanto, la forma en que llevamos nuestras vidas; las personas, cosas y situaciones en las que ponemos atención; nuestras expectativas, sueños, propósitos, metas, decisiones, elecciones y, sin duda, autoengaños.

La insatisfacción o satisfacción deficiente de nuestras necesidades es la fuente primordial del dolor. Se les suelen sumar maltratos, abandono y/o abusos que crean las heridas de infancia, por la vulnerabilidad en que se halla quien no puede satisfacer por sí mismo sus necesidades.

Todos hemos sufrido alguna herida de infancia que nos ha hecho creer que expresar nuestra necesidad puede destruirnos. Así que jugamos a manipular o forzar a los demás para obtener lo que necesitamos.

Nuestra necesidad nos dirige e incluso obsesiona, en cuyo caso se ha vuelto neurótica, de manera que solo veremos en los demás una posibilidad de satisfacerla. Por eso el vanidoso cree que todos los demás son sus admiradores; el sediento de poder, subordinados y el codicioso, incautos. Pero como la realidad, infaliblemente, se impone, siempre se sienten defraudados o traicionados.

El poder de nuestras necesidades, especialmente las sicológicas: seguridad, afecto, pertenencia, reconocimiento y autorrealización, crece cuando las confundimos con el deseo, es decir, cuando creemos que necesitamos todo lo que deseamos.

Esta confusión se presenta tanto por condicionamiento cultural, como por la pérdida de contacto con nuestras necesidades a partir de negarlas, disfrazarlas o distorsionarlas, de manera que la vulnerabilidad que las acompaña quede oculta ante los demás.

La incongruencia que esto ocasiona, es decir, la desconexión entre mente, cuerpo y emociones, no nos lleva más que a la insatisfacción crónica. Siempre querremos más de lo mismo y nunca estamos satisfechos, entonces creemos que necesitamos otra cosa, y vamos en pos del deseo, que es bastante pizpireto, o nos mantenemos en vacío existencial, por no saber qué estamos necesitando.

En este punto, la mayor parte de lo que creemos son nuestras necesidades será de carácter superfluo, es decir, prescindible para alcanzar el objetivo principal, la satisfacción, y en ese sentido, será ficticio, aunque lo estemos sintiendo como una carencia.

En carencia puede sentirse la gente si no tiene ropa de marca, teléfono celular de última generación, automóvil último modelo, buen puesto de trabajo, autoridad sobre otros, oportunidad de viajar, belleza física, etc., de tal manera que considere que sus necesidades no están satisfechas, sobre todo aquellas involucradas con el reconocimiento que le reportaría tener todo o algo de esto.

¿No sería más fácil aprender a vivir en vulnerabilidad? Una vez que entendamos que ser vulnerables no equivale a que alguien nos herirá, y que incluso si lo hace sabremos afrontarlo, porque ya somos adultos, nos volvemos fuertes y dueños de nosotros mismos.