Fernando de las Fuentes

La simplicidad revela la belleza pura de la vida 

Debasish Mridha

El secreto de la vida está en las cosas simples y sencillas. Lo esencial y más importante, aquello que alimenta el alma, está siempre a nuestro alcance, como el disfrute de respirar a todo pulmón. La pandemia vino a recordárnoslo.

El alma necesita ser alimentada desde que nacemos. Todas las almas se nutren de lo mismo: belleza y amor. El ego es solo un ser artificial que fuimos creando desde nuestra infancia para interactuar con nuestro entorno y nuestros semejantes, de manera que pudiésemos establecer una conexión profunda.

El ego, por supuesto, no es ajeno al alma. Está construido para proveerla, pero definitivamente no son lo mismo.

Confundirlos es creer que nuestras carencias de infancia –necesidades insatisfechas del alma, como amor, protección, pertenencia, reconocimiento–, podrán ser colmadas cuando los demás nos inflen el ego.

Al ego no le importa la magnificencia de la naturaleza; al alma la engrandece, porque se sabe parte de ella. Para el ego la belleza es cambiante y utilitaria, para el alma es perenne y está en todo.

Viviendo desde el predominio del ego, sin aprender a operarlo como instrumento del alma, solo podemos encontrar malestar y vacío, insatisfacción crónica, porque nada de lo que este “golem” hace llega a nuestra esencia si no le damos la instrucción correcta.

Desde este malestar y este vacío constantes, los seres humanos buscamos remedios para el síntoma, no cambios.

Hacemos cualquier cosa para alejar durante algún tiempo el miedo en sus diversas manifestaciones, porque de ahí vienen el malestar y el vacío. Pero a falta de éxito, nos acoplamos.

El ego es un gran dramaturgo, suele convertir nuestra vida en un eterno sufrir que debemos enfrentar estoicamente. Tan arraigada está en la humanidad la idea de que de esto se trata la vida, que convertimos en personajes ejemplares a los mártires. El martirologio lo atestigua.

Por eso, podría reaccionar con escepticismo si le digo que se puede vivir de manera inversa: sentirse bien casi todo el tiempo, aceptando el malestar y el vacío  como indicadores de la necesidad un cambio trascendente, no necesariamente grandioso, pero siempre liberador, de la magnitud que sea.

Esto probablemente lo haga menos admirable ante quienes se apegan a la cultura del sufrimiento, que no es otra cosa más que vibrar con el miedo. Pero cuando realice este cambio, ya no necesitará esa admiración. Ni por su capacidad de sufrimiento ni por su riqueza, su celebridad o su popularidad.

Todos los días, dedicando solo unos momentos, hasta formar un hábito, usted puede cambiar por completo su vida. Solo necesita perseverancia.

Se trata de reprogramar su inconsciente, que es donde se encuentra la mayor parte de la memoria desagradable, propia y ajena, que le lleva a sufrir. Creará una nueva forma de pensar y sentir, que además le permitirá temerle menos al malestar y al vacío.

En cambio, aprenderá a vibrar con el amor, lo cual es siempre un acto volitivo. Usted elige si da el paso o se queda en el “automático” del miedo. De esto se trata realmente el libre albedrío.

Todas las mañanas, antes de levantarse de la cama, creará un estado en el que sobre pensar. Respire profundo y sienta el bienestar que trae la respiración, traiga a su mente cualquier experiencia de su pasado, lejano o reciente, que le haya dado alegría y contento, o le haya inspirado amor, paz, seguridad.

Verá que esa imagen responderá siempre a las cosas simples y sencillas de la vida. No a un momento de gloria de su ego.

Para revitalizar el poder del sentimiento, visualice como su corazón crece y se expande. Hágalo hasta sentirlo físicamente. Despréndase después de la imagen y concéntrese solo en el sentimiento.

Eso es el principio del desapego. El sentimiento existe independientemente de lo que lo produce.

Inicie su día, y me cuenta el resultado.