Fernando de las Fuentes

Casi nadie sabe lo que quiere ni lo que necesita, aunque crea que sí. Todos, sin excepción, estamos enfocados en un concepto de autorrealización que engloba amor romántico, unidad familiar, salud física e incluso emocional, una situación económica desahogada que elimine preocupaciones y nos permita diversiones y hasta lujos, una profesión u oficio que nos dé éxitos personales y un grupo social que nos valide y nos apoye.

A medida que vamos logrando una u otra meta nos vamos encontrando con que la satisfacción está ausente y la felicidad es un mito. Podemos negar lo que sentimos, en cuyo caso habrá una molestia emocional constante que trataremos de eliminar con placeres que ya no pueden exhibirse o excesos que se convierten en adicciones.

Y la verdadera vida sigue sin comenzar…

Pero no nos damos cuenta… Cuando mucho tenemos una sensación recurrente como de fastidio, de sinsentido. Entonces el ego nos aconseja: “cómprate otro coche”, “viaja”, “busca otra novia”, “necesitas más ropa”, “hazte una liposucción”, “manda un guasap”, “mira qué hay en face”. En resumen: no sientas eso ahora.

Y la verdadera vida sigue sin comenzar…

¿Cuál es el principio de la verdadera vida? Y, por tanto, ¿qué es lo prioritario, sin excepción, para cada uno de nosotros?: calma. Sin ella seremos insaciables y, en consecuencia, eternos insatisfechos.

Sin calma, no nos conformaremos con que nos amen, querremos que se autoanulen por nosotros y/o haremos lo mismo por otros. El dinero y los bienes materiales estarán siempre por debajo de nuestras aspiraciones, nuestro grupo social estará lleno de tontos, las personas que trabajan con nosotros nunca lo harán bien, la familia tendrá demasiados defectos, no nos divertiremos jamás en la medida en que lo necesitamos y los placeres que requeriremos cada vez serán más perversos o destructivos, porque el ego no es un ser viviente, sino una inteligencia artificial que se vale de nuestros pensamientos para crear mundos imaginarios, como los juegos de video. La condición es que sean muy emocionantes, ya estemos del lado de los malos o de los buenos, de las víctimas o los victimarios, porque la adrenalina y el estrés nos mantienen ocupados. Es como vivir en un viaje eterno de montaña rusa.

La calma, en cambio, nos permite escuchar la voz del alma, donde sí está la vida; la presente y la eterna. Todo se ve, se siente y se hace distinto desde el alma. Con la profundidad del Ser, pero sin la intensidad del ego; con satisfacción, con plenitud.

Calma es ese estado mental en que no tenemos conflictos ni inquietudes, en que nada falta ni nada sobra. Según el diccionario de la Real Academia Española se da cuando algo cesa. En este caso, el caos de nuestros pensamientos, que saltan de un asunto a otro, de un deseo a otro, de un pendiente a otro, de un resentimiento a otro, sin que hagamos nada por detenerlos. Por lo general, somos presas del vocerío interno, porque entramos a la discusión.

No dormimos bien porque la cabeza está duro y dale, no ponemos atención en nada, no apreciamos nada, no disfrutamos, no escuchamos a los otros porque preferimos enfocarnos en ese mitote interno, tratando de imponer orden, pero no lo logramos, porque son demasiadas voces con las que no se puede razonar. Hacen como que te creen, pero vuelven a su necia y paniqueante cantaleta a la primera de cambios

Para entrar en calma no necesitamos que se resuelvan los problemas o que todo sea como queremos. La calma no viene. La creamos. Para empezar, respiramos, comemos, caminamos, observamos, nos aseamos, manejamos, etc., completamente atentos a lo que hacemos y, si es posible, concentradamente. Los pensamientos cesarán por completo durante un instante y ocurrirá un milagro. Créame.

Practique. Después vendrá lo mejor: más calma, tranquilidad y paz, para el próximo artículo.