Vivimos en una sociedad polarizada, se ha dicho y se ha dicho bien. Económicamente hablando, la mayoría de los mexicanos pertenecen a la clase baja o de menores ingresos, la clase media se ha mantenido y muy pocas personas pertenecen a la clase alta, es decir que tienen altos ingresos. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en los promedios nacionales, el 56.6% está en la clase baja, el 42.2% de los mexicanos estarían en la clase media y sólo el 1.2% en la clase alta.

A ese esquema de la distribución de la riqueza, factor central del conflicto social, se suman algunas otras diferencias en la sociedad: los sistemas de creencias, ideológicos, religiosos y, con ello, la manera que percibimos la solución a los problemas sociales que se derivan de nuestra convivencia.

¿En qué términos puede ser gobernada una comunidad de esas características, si, además,  tiene que incluir a una multitud de asociaciones que son todas, al menos en potencia, centros de poder?

En el supuesto liberal, el gobierno puede ser una cuestión de consulta continua, de discusión, de negociación, con la aceptación franca del hecho de que un Estado tiene que contentarse con objetivos limitados y el empleo de medios limitados.

Aunque una comunidad humana depende del acuerdo, una forma útil del acuerdo es simplemente el acuerdo de diferir. Pero si existe inteligencia y buena voluntad, puede llegarse a un consenso que aporte el acuerdo suficiente para apoyar la acción colectiva y que ésta pueda ser razonablemente eficaz sin ser de opresora.

La discusión abierta es, después de todo, la mejor comprobación de una idea y se tiene que aceptar la conclusión de que la política es intrínsecamente controvertible. Porque los intereses absolutamente legítimos entran frecuentemente en conflicto, aún en la sociedad más homogénea, se debe dejar que cada parte exprese su propia posición, aún al precio de torcer los juicios y de cierto grado de mendacidad, ésta es después de todo la mejor manera de llegar a la verdad o de alcanzar una decisión justa.

Desde este punto de vista liberal, un gobierno es antes que nada una serie de instituciones destinadas a reglamentar la reflexión y la discusión públicas y a pesar de las demandas contrarias con el fin de elaborar una política aplicable.

Un gobierno es, indudablemente, una organización del poder y la ley existe para hacer que la gente haga lo que no haría sin ella. Pero el poder ejercido tras una apreciación racional de las demandas es moralmente distinto de la fuerza desnuda y tiene muchas posibilidades de ser más inteligente. Porque la sabiduría humana consiste menos en la certidumbre que la posibilidad de corregir los errores.

Esto presupone, por parte del gobierno, el reconocimiento de que actúa sobre un consenso que casi nunca es total y que, al actuar por la voluntad de una mayoría, tiene que prestar la debida atención a las minorías que no representa. (George H. Sabine, Historia de la Teoría Política)

Este 2024 los mexicanos seremos convocados a las urnas para elegir a quien encabezará la Presidencia de la República, además de quienes conformarán las cámaras de senadores y diputados, es decir, decidiremos quiénes conformarán los poderes Ejecutivo y Legislativo y, con ello, el método de elección del poder Judicial.

Asumamos el compromiso ciudadano de participar en algo tan importante como es la elección del proyecto de nación que nos permitirá transitar los próximos años como mexicanos. Siempre pensando en que sea un proyecto justo y equilibrado que nos permita vivir cordialmente y en armonía, aún con nuestras diferencias y, que, sobre todo, haga que esta realidad polarizada se atenúe cerrando la brecha entre los que tienen mucho y los que casi nada tienen.

Mi deseo es que todos tengamos un gran año 2024, lleno de compasión, luz, armonía y mucha felicidad. Abrazo.

José Vega Bautista

@Pepevegasicilia

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