La oposición es la unión de personas o grupos que persiguen fines contrapuestos a aquellos que buscan los grupos o personas que detentan el poder político o económico que son reconocidos institucionalmente como autoridades respecto de las cuales los grupos de oposición hacen resistencia, sirviéndose de métodos y medios constitucionales-legalistas o ilegales y violentos.

El término se emplea también para hacer referencia al partido o partidos que no ostentan el poder político materializado en el gobierno y las políticas y programas que éste promueve. La oposición se considera un elemento básico y esencial de los regímenes democráticos. Su importancia radica en que son el factor de control y limitación de los gobiernos en turno y la alternativa a la formación de nuevos gobiernos. En algunos casos esa oposición, de acuerdo con sus intereses, puede aliarse con el partido gobernante, o con otros partidos opositores.

El peso político y función de la oposición va también de acuerdo con el régimen político. En un régimen presidencial, la oposición adopta varias actitudes, ya sea de obstrucción, de competencia o de alianza. En un régimen parlamentario a la oposición le interesa el control del parlamento.

En los sistemas bipartidistas le corresponde al partido en el poder poner en práctica su plan de gobierno y a la oposición desempeñar las funciones de control sobre el mismo, así como ofrecer al electorado un programa alternativo al vigente. En los sistemas multipartidistas no se produce esta polaridad y las fronteras entre la oposición y el gobierno se desdibujan debido a la variedad de comportamientos que pueden adoptar los partidos que forman la oposición, los cuales pueden funcionar como apéndices del gobierno hasta constituir una oposición frontal.

 

Lamentablemente, en la actualidad, a pesar de que los partidos políticos son esenciales para nuestra democracia, algunos elementos tales como su forma de organización interna, sus procedimientos de actuación y toma de decisiones y algunas suspicacias en cuanto a su financiamiento y trasparencia en el uso de los recursos han propiciado un alejamiento de los ciudadanos que los han dejado de ver como instrumentos esenciales de participación política, deteriorando la calidad de la democracia.

Ante este panorama y la fuerza que ha mostrado Morena, el partido del Presidente Andrés Manuel López Obrador, algunos partidos optaron por actuar aliados, en las más recientes elecciones, con malos resultados.

Dice Maurice Duverger que las alianzas entre partidos tienen formas y grados muy variables. Algunas son efímeras y desorganizadas: simples coaliciones provisionales, para beneficiarse de ventajas electorales, para echar abajo un gobierno o para sostenerlo ocasionalmente. Otras son duraderas y están bien provistas de una sólida armazón, que las hace parecerse a veces a un superpartido.

De acuerdo a la experiencia que hemos estado viviendo, para obtener mejores resultados, los partidos en alianza deberán en primer lugar definir qué tipo de alianza quieren formar y que clase de oposición quieren llegar a ser, inclusive ideológicamente.

Encaminar entonces sus pasos a democratizarse al interior, abriendo esos institutos políticos a la ciudadanía para generar una participación eficaz que de confianza a la participación de todos.

Articular así un amplio acuerdo social con compromisos concretos tales como la regulación de los derechos y deberes de los afiliados, la designación de los órganos internos de dirección, la construcción de las candidaturas a cargos públicos representativos y las garantías de los procesos internos y las fuentes de financiamiento, entre otras cosas.

José Vega Bautista

@Pepevegasicilia

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