Salvador Hernández Vélez

Mi hija Gaby estudió la licenciatura de Comercio Exterior y Aduanas en la Universidad Iberoamericana en Torreón, Coahuila. Luego de trabajar por unos dos años en La Laguna, consiguió una beca para ir a estudiar a China, en Shanghái. Cursó un posgrado sobre comercio exterior chino y política para negocios y estudió el idioma oficial de esa ciudad: el chino mandarín. Un año estuvo en la Universidad de Shanghái, que es una universidad pública de investigación y otro año en la de Fudan, considerada una universidad de élite, de gran rigor académico, con grandes contribuciones para el desarrollo del país. Al egresar, Gaby fue contratada por una empresa china y se desarrolló profesionalmente por ocho años en esa ciudad. Luego, al contraer matrimonio, decide renunciar a su puesto de trabajo, y la empresa le propone seguir trabajando para ellos, ahora desde Odense, Dinamarca. Era el año 2017, todavía no se pensaba en la pandemia del COVID-19, y, sin embargo, mi hija siguió trabajando para la empresa china desde Dinamarca. Desde luego en home office, esto es, trabajando desde su casa en Europa. Los chinos, cuando empezó la pandemia, ya estaban implementando el trabajo en línea, hacía tiempo.

El ascenso de China en los circuitos comerciales internacionales, que en cierta medida fue posible a partir de su incorporación a la Organización Mundial del Comercio, le posibilitó la apertura a los chinos a las empresas estadounidenses y a los productos chinos al mercado de América del norte. De hecho, en esta década del Siglo XXI, China ya constituye una auténtica amenaza existencial para Estados Unidos.

Por ello hay quienes acusan que China está “intentando erosionar la seguridad y la prosperidad de Estados Unidos” y que está construyendo “una propuesta comercial opuesta a los intereses de Estados Unidos”. El presidente chino ha dicho que el pueblo chino, “que ha sufrido durante mucho tiempo, ahora en la era moderna, ha dado un gran salto”. Sostienen que esto, ha sido posible porque el pueblo chino se levantó en la era de Mao Zedong, donde se sentaron las bases para el desarrollo, luego se enriqueció en la de Deng Xiaoping y se fortalece ahora, bajo la dirección del presidente Xi Jinping.

Solo hay que voltear a ver cómo grandes firmas mundiales caen en manos de compradores extranjeros, no occidentales, dotados con cantidades descomunales de dinero, que generan intensas sacudidas al sistema comercial dominado por décadas por los EE. UU. En Estados Unidos y en Europa, solo por mencionar unos ejemplos, firmas y marcas de las más famosas, desde Volvo hasta los taxis londinenses, desde Warner Music hasta el gigante de la construcción Strabag, tienen hoy propietarios extranjeros, en su mayoría procedentes de los países de las rutas de la seda.

El sistema multilateral de comercio transformó el mundo durante la pasada generación. Pero hoy, ese sistema de reglas y responsabilidades compartidas está en riesgo. En el mundo de las inversiones se comenta que mientras otros países tienen muchas ideas, pero no cuentan con dinero. Y China, cuando presenta una idea, llega también con el dinero para concretarla.

Y frente a ello, Estados Unidos impulsa procesos de “desestabilización permanente”, una especie de “guerras de baja intensidad”, solo hay que voltear a América Latina para comprobarlo, y en particular a la mayoría de los estados de la República Mexicana, donde privan luchas con armas de fuego por el control de las regiones. ¿A quién le compran las armas para esas pequeñas guerras de baja intensidad?, ¿quién se beneficia? Esta estrategia, está claro que no permite construir soluciones de desarrollo y progreso, que la desestabilización permanente, en todo caso consolida a los grupos delincuenciales que dominan vastas regiones del país.

Forjar alianzas que impulsen el desarrollo requiere de un proceso largo y lento cuyas recompensas se obtienen a largo plazo. Y para ello se requiere tiempo e inversiones. Mientras Pekín está muy ocupado tratando de encontrar socios en todas partes, Estados Unidos impulsa una política de aislamiento con respecto a América Latina, ahí está el ejemplo de su política migratoria. Mientras el mundo transita hacia la construcción de relaciones que multipliquen y desarrollen nuevas oportunidades de cooperación y colaboración, en Estados Unidos se habla de cerrar fronteras.

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